Título original: hink Again: he Power of Knowing What You Don’t Know
© Adam Grant, 2021
Publicado bajo acuerdo con InkWell Management, LLC c/o
MB Agencia Literaria, S.L. Todos los derechos reservados
© Traducción de: Alexandre Casanovas
© Editorial Planeta Colombiana S.A., 2021
Calle 73 n.º 7-60, Bogotá
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Diseño de portada: © Pete Garceau,
Imagen: Getty Images, utilizado con autorización de Viking Press, un sello editorial de Penguin Random House LLC
Fotoilustración: © Tal Goretsky
Gráficos internos: © Matt Shirley
Adaptado con autorización por el Departamento de Diseño Editorial
Planeta Colombiana
Primera edición en el sello Paidós Empresa (Colombia): noviembre de 2021
ISBN 13: 978-958-42-9777-8
ISBN 10: 958-42-9776-7
Desarrollo E-pub
Digitrans Media Services LLP
INDIA
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
Conoce más en: https://www.planetadelibros.com.co/
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
Para Kaan, Jeremy y Bill,
mis tres amigos de toda la vida,
una cosa que no pensaría otra vez
PIÉNSALO OTRA VEZ
Prólogo
Tras un vuelo movido, 15 hombres saltaban en paracaídas desde el cielo de Montana. No eran simples paracaidistas. Eran bomberos paracaidistas, miembros de un cuerpo de élite que saltaban del avión para extinguir un incendio declarado el día anterior por la caída de un rayo. En cuestión de minutos, el grupo estaría luchando por su vida.
Los bomberos tomaron tierra cerca de la cresta del barranco Mann, a última hora de una abrasadora tarde de agosto de 1949. Como podían ver el incendio al otro lado del barranco, decidieron descender por la pendiente en dirección al río Misuri. El plan consistía en cavar una zanja alrededor de las llamas para contener el incendio y redirigirlo hacia una zona donde no hubiera demasiada materia combustible.
Después de recorrer unos 400 metros, el jefe del equipo, Wagner Dodge, vio que el fuego había cruzado el barranco y que se dirigía directo hacia ellos. Las llamas se elevaban unos 10 metros hacia el cielo. En poco tiempo, el incendio avanzaría tan deprisa que podría cruzar una longitud equivalente a dos campos de fútbol en menos de 1 minuto.
A las 5:45 p. m., parecía bastante evidente que contener el incendio no era una opción real. Tras darse cuenta de que había llegado el momento de cambiar de estrategia, dejar de combatir las llamas y huir de la zona, Dodge ordenó dar media vuelta y salir corriendo para volver a subir por la ladera. Los bomberos tenían que escapar ascendiendo por una pendiente muy pronunciada, a través de un terreno rocoso plagado de arbustos que les llegaban a la altura de las rodillas. Durante los 8 minutos siguientes consiguieron avanzar más de 400 metros, por lo que solo 200 metros más separaban al grupo de la cresta del barranco.
Con la salvación a la vista, aunque el fuego no dejara de avanzar a toda velocidad, Dodge hizo algo que desconcertó a todo el equipo. En vez de intentar aventajar al fuego, dejó de correr y se agachó. Sacó una caja de fósforos, empezó a encender uno tras otro y a arrojarlos entre los matorrales. “Se ha vuelto loco. Tenemos las llamas a nuestra espalda. ¿Qué narices está haciendo el jefe encendiendo otro fuego ahí delante?”, recordaría más tarde uno de los bomberos. Aquel bombero pensó para sus adentros: “Ese imbécil de Dodge está intentando que muera aquí calcinado”. Nadie debería sorprenderse de que el equipo ignorara a Dodge cuando señaló con los brazos el incendio que había provocado y empezó a gritar: “¡Rápido, rápido! ¡Por aquí!”.
Los bomberos no se dieron cuenta de que Dodge había ideado una nueva estrategia para sobrevivir: había puesto en marcha un fuego controlado de seguridad. Al quemar los árboles que tenía por delante, había eliminado el combustible que el incendio necesitaba para avanzar. A continuación, empapó un pañuelo con agua de la cantimplora, se cubrió bien la boca y se echó boca abajo entre la tierra carbonizada durante el siguiente cuarto de hora. Mientras el fuego se encabritaba sobre su cuerpo, pudo sobrevivir gracias a la bolsa de oxígeno que había quedado cerca de la tierra.
En la tragedia, perdieron la vida 12 bomberos. Más adelante, se encontró un reloj de bolsillo de una de las víctimas con las manecillas fundidas a las 5:56 p. m.
¿Por qué solo sobrevivieron tres miembros del grupo de bomberos paracaidistas? La fortaleza física pudo ser uno de los factores. Los otros dos supervivientes consiguieron aventajar al fuego y llegar a la cresta del barranco, pero Dodge salvó la vida por su fortaleza mental.
* * *
Cuando la gente piensa en los requisitos necesarios para disponer de una buena fortaleza mental, la primera idea que suele venir a la cabeza tiene que ver con la inteligencia. Cuanto más inteligente eres, más complejos son los problemas que puedes resolver
Imagínate que acabas de hacer un examen tipo test, de los que te ofrecen varias opciones, y que empiezas a repasar tus respuestas antes de terminar. Aún tienes tiempo de sobra: ¿deberías hacer caso de tu primera intuición o cambiar las respuestas?
Cerca de tres cuartas partes de los estudiantes están convencidos de que revisar sus respuestas perjudicará la puntuación que podrían obtener. Kaplan, una empresa que ayuda a preparar esta clase de exámenes, advierte desde hace tiempo a sus alumnos que “debes actuar con suma precaución si decides cambiar una respuesta. La experiencia indica que muchos estudiantes que cambian sus respuestas eligen la opción errónea”.
Con el debido respeto por las lecciones que nos brinda la experiencia, prefiero hacer caso al rigor de las pruebas. Cuando un equipo de tres psicólogos llevó a cabo un análisis exhaustivo del asunto a partir de 33 estudios, descubrió que en todos los casos la mayoría de los cambios de respuesta sirvieron para corregir errores y dar con la opción correcta. Este fenómeno se conoce como la falacia de la primera intuición.
En una demostración práctica, un grupo de psicólogos contó las marcas que había dejado la goma de borrar en los exámenes de más de 1500 estudiantes de Illinois.
También es posible, por supuesto, que esas segundas respuestas no sean mejores por su propia naturaleza, es decir, que en realidad solo sean correctas, porque, por regla general, los estudiantes son reacios a cambiarlas y solo las corrigen cuando están convencidos de ello. Sin embargo, los estudios más recientes apuntan a otra posible explicación: lo que mejora la puntuación final no es cambiar la respuesta en sí, sino más bien pensar si hay que modificarla.
No solo dudamos cuando reconsideramos nuestras respuestas. Dudamos ante la mera posibilidad de reconsiderarlas. Fijémonos en un experimento en que se escogió aleatoriamente a cientos de estudiantes universitarios para que asistieran a una charla sobre la falacia de la primera intuición. El orador les habló del valor de cambiar de idea y les ofreció una serie de consejos para detectar los momentos en que tenía sentido hacerlo. En los dos exámenes que los estudiantes realizaron a continuación, tampoco demostraron mayor propensión a revisar las respuestas.
Parte del problema es la pereza cognitiva. Algunos psicólogos han señalado que, a la hora de la verdad, somos unos avaros mentales: preferimos la comodidad de aferrarnos a nuestros viejos puntos de vista antes que asumir la dificultad de esforzarnos por encontrar otros nuevos. Pero, además, hay otras fuerzas mucho más profundas que explican nuestra resistencia a reconsiderar las cosas. Cuestionarnos a nosotros mismos hace del mundo un lugar más impredecible. Nos obliga a reconocer que la realidad puede haber cambiado, que aquello que en el pasado era correcto ahora quizá sea incorrecto. Reconsiderar nuestras creencias más profundas puede suponer una amenaza para nuestra identidad y hacernos sentir como si estuviéramos perdiendo una parte de nosotros mismos.