Prólogo
E N D E A NIMA ET V ITA (1538), el valenciano Juan Luis Vives, primer gran pedagogo y psicólogo de la Edad Moderna –tutor de Catalina de Aragón en la corte de Enrique VIII– dejó escrito lo siguiente: De dos cosas que han sido simultáneamente aprehendidas, si una de ellas ocurre, usualmente evoca la representación de la otra. Ésta es, ni más ni menos, la esencia de la memoria asociativa y por consiguiente del aprendizaje. Casi cuatro siglos más tarde, otro español, Santiago Ramón y Cajal, fue el primero en encarnar teóricamente aquel concepto en los contactos entre células del sistema nervioso. Sin embargo, no sería hasta la segunda mitad del siglo pasado que ese concepto se hiciera realidad en neurobiología. Hoy día es uno de los principios fundamentales de la misma, pues es aplicable a todas las formas de memoria. Todas se rigen por un código relacional. En su ameno relato, el profesor Ignacio Morgado nos hace aquí partícipes de la historia de aquel principio y de todo lo que gracias a él ocurre en nuestro cerebro con el aprender, el recordar y el olvidar. Pero el autor va más allá del relato erudito y bien fundado de los hechos científicos en torno a la neurobiología de la memoria y sus múltiples usos y variedades. Su libro nos ofrece un tratado sobre la higiene de la memoria y del conocimiento al servicio de la enseñanza. Con un rico arsenal de datos empíricos procedentes de selectos estudios que él considera clave, Morgado fundamenta un verdadero vademécum para el educador moderno.
Aquí me es imposible resumir, y mucho menos desglosar, toda la sabiduría que las páginas de este libro encierran. De todas maneras, su tema es tan fascinante y tan afín a mis propios intereses que, a riesgo de que alguien piense que llevo el agua a mi molino, no puedo dejar de comentar tres aspectos particulares del tema, estrechamente relacionados entre sí, que a mi modo de ver son de importancia capital para la educación eficaz: la memoria inconsciente, el papel de ciertas emociones en el aprendizaje y la dinámica cerebral entre maestro y discípulo.
Sabemos y recordamos mucho más de lo que creemos que sabemos y recordamos. En realidad, toda nuestra percepción del mundo está hecha de recuerdos, casi todos inconscientes. Certeramente, Helmholtz arguyó que no sólo recordamos lo que percibimos, sino que percibimos lo que recordamos. Con ello asentó el principio –posteriormente elaborado por Hayek y Gregory– de que toda percepción consiste en proyectar inconscientemente sobre el mundo una multitud de expectativas sobre su estructura de acuerdo con nuestra experiencia pasada. Sólo la inesperada refutación o incertidumbre acerca de esas implícitas expectativas o «hipótesis» atrae nuestra atención o memoria de trabajo. Su refutación, con la consiguiente «sorpresa», es lo que hoy ha venido a llamarse «error de predicción», como se explica en este libro acertadamente y cuya corrección es uno de los puntales del aprendizaje.
Pero es más. Lo que Morgado llama aquí memoria implícita –a mi modo de ver, actividad cortical subliminal e inconsciente– es un valioso instrumento del cerebro para la adquisición y evocación de conocimiento. Como él apunta, formamos y consolidamos memorias y hábitos de modo inconsciente, incluso durante el sueño. Inconscientemente también, a lo largo de nuestra vida, absorbemos, además de nuestra memoria personal, una cantidad ingente de principios, creencias, directrices, juicios y valores: en resumen, toda nuestra cultura (la «circunstancia» que acompaña al yo, según Ortega y Gasset). Y lo hacemos sin apenas darnos cuenta, observando más o menos subconscientemente lo que los demás hacen, nuestra propia conducta con ellos, sus reacciones y las consecuencias de todo ello en el mundo en que vivimos. El «predicar con el ejemplo» es parte de eso mismo, mucho más eficaz para la educación que los sermones y las «arengas». En el aula, el aprender a aprender es una función de toda la clase, unos alumnos dando ejemplo a los otros. Inconsciente es también la evocación continuada de la memoria individual y colectiva en nuestro quehacer cotidiano, y aun fuera de él. La intuición repentina, la corazonada, no es otra cosa sino un razonamiento rápido, inconsciente («tipo 1» de Kahneman), a veces con acicate emocional no menos inconsciente, certero y sabio. La emoción, que a menudo sustenta la intuición más o menos abiertamente, guía buena parte de nuestra conducta diaria, incluido el aprendizaje de muchas cosas nuevas.
La motivación del alumno, sus ganas de aprender, son la base imprescindible de la educación. Como sabe sobradamente cualquier buen educador, sin un mínimo de motivación no se aprende nada. Igualmente es sabido que la motivación requiere ciertas condiciones generales, como la salud física, la nutrición, el sueño, el ejercicio, el asueto y el ambiente adecuados. Pero además, hay condiciones emocionales sin las cuales la motivación no cunde en el aprendizaje y la formación de la memoria. Entre ellas están los sentimientos derivados de la recompensa, el progreso, la aprobación, el aplauso y demás. Sin esos sentimientos positivos, la motivación del alumno decae, y con ello surge un ciclo vicioso: la falta de motivación lleva al fracaso académico, y éste a la desaprobación y la reprimenda, las cuales reducen aún más la motivación, y así sucesivamente en una vorágine de retraso y malestar generalizado. Además, raramente se consigue una enmienda duradera con sólo castigo. El miedo no arregla nada. Por el contrario, con la corrección razonada y la consiguiente aprobación se constituye un ciclo «virtuoso» con feedback positivo, en el que lo bueno lleva a lo mejor y hace que el estudiante entre en el mejor de los caminos. Los buenos maestros saben conducir a él a sus alumnos.
En realidad, la relación dinámica entre el profesor y el alumno, entre el maestro y el discípulo, consiste en dos ciclos percepción/acción, ambos con feedback negativo y positivo, engarzados entre sí en el proceso pedagógico como dos anillos olímpicos. Me explicaré. El ciclo percepción/acción es el proceso circular, cibernético (de κυβερνώ , timonear, raíz de «gobierno»), que ajusta nuestro organismo a cambios en el medio ambiente, igual que el timonel ajusta la nave al viento y el oleaje. En el curso de cualquier serie de acciones dirigidas a un objetivo se establece un flujo circular de procesamiento de información entre el sujeto y su entorno, para conducir las acciones hacia ese objetivo.