El método japonés para vivir 100 años
Junko Takahashi
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© del diseño de la portada, Sophie Guët
© de la imagen de la portada, Ola Tarakanova / Shutterstock
© Junko Takahashi, 2017
© de las ilustraciones, archivo de la autora, Yasuo Konishi y Shutterstock
© Editorial Planeta, S. A., 2017
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com
Diseño de maqueta: Diego Carrillo
Primera edición en libro electrónico (epub): febrero de 2017
ISBN: 978-84-08-16841-6 (epub)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.
ÍNDICE
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CAPÍTULO 5
GUERRAS Y DESASTRES
C uando hablamos de los últimos cien años, no es posible evitar los temas relativos a las guerras y los desastres. Casi todos los centenarios con los que he hablado señalaron la Segunda Guerra Mundial como el acontecimiento más inolvidable de sus vidas. Para los que vivían en los alrededores de Tokio, también lo fue el Gran Terremoto de Kanto, que tuvo lugar en 1924.
En agosto de 1945, Japón sufrió las consecuencias de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Fueron los dos primeros y últimos ataques nucleares contra seres humanos y todo el pueblo japonés vivió sus consecuencias. Pocas semanas después, terminaba la Segunda Guerra Mundial, que había comenzado en 1941. Este conflicto bélico acabó con la vida de más de cincuenta millones de personas en todo el mundo, una cifra que incluía a más de tres millones de japoneses.
Sé que hay todavía algunas discrepancias entre Japón y otros países en la interpretación de esa guerra y que, ocasionalmente, incluso han surgido diversas polémicas. Pero mi intención al referirme a ella es mostrar cómo los hoy centenarios enfrentaron y superaron las dificultades en aquellos tiempos revueltos como ciudadanos a merced de un enorme poder, el Estado imperial.
Es evidente que estos centenarios lograron sobrevivir a la guerra, pero no fue fruto de la casualidad ni tampoco sencillo. Mucha gente sufrió por falta de alimentos, algunos tuvieron que huir de un lugar a otro evitando las bombas, otros padecieron la pérdida de sus seres queridos, y algunos fueron detenidos como prisioneros y condenados a trabajos forzados.
Ya han pasado setenta años desde que terminó el conflicto, y la mayoría de la población ha disfrutado de la paz durante toda su vida, sin haber conocido otra situación. La experiencia de los centenarios no solamente muestra su fuerte vitalidad, sino que también nos enseña la importancia de la paz y la irracionalidad de la guerra.
EN EL EJÉRCITO
Durante la Segunda Guerra Mundial, Tomishige Shimizu (100) fue infante en el equipo de transportes y su misión era transportar al frente soldados, víveres y municiones. Nacido en la ciudad de Kyotango, recorrió los campos de batalla en Asia a lo largo de los cuatro años de conflicto.
Por cualquier motivo sus jefes lo abofeteaban. En una ocasión, uno de ellos lo golpeó con una espada de bambú diciéndole que un soldado no mostraba los dientes, es decir, no debía sonreír. Como resultado, Tomishige sufrió una rotura del tímpano de la que nunca se recuperó.
—No había peligro en las misiones, pero lo más duro era el ejército, porque mis superiores —relataba el centenario— nos golpeaban mucho bajo el argumento de que debíamos aprender el espíritu militar.
En mi larga vida, el momento más difícil
y duro fue durante la guerra.
T OMISHIGE S HIMIZU
En 1943, Tomishige se licenció del servicio militar y volvió a Japón. Aún recordaba el viaje de regreso:
—Tuvimos que esperar hasta un día en que el mar estuviera agitado porque los enemigos no pensaban que nadie fuera a viajar con un tiempo tan borrascoso. Fue duro, pero me sentí aliviado.
Sin embargo, como la situación empeoraba día a día, al final todos los hombres japoneses fueron llamados a filas sin importar sus condiciones físicas (hasta entonces, solo se seleccionaba a aquellos que gozaban de buena salud). Tomishige fue reclutado de nuevo en abril de 1945, cuatro meses antes de que finalizase la guerra.
En esta ocasión, se encargó de la formación de los suboficiales. Más tarde, se integró en el equipo que obtenía la sal.
—Como sufríamos una gran escasez de víveres al final de la guerra, nuestro trabajo consistía en ir al mar y conseguir sal. Japón ya estaba en el ocaso.
La Segunda Guerra Mundial concluyó cuando Tomishige se encontraba en la playa de Fukui.
SALVAR LA VIDA POR LOS PELOS
Aunque han pasado más de setenta años desde que ocurrió, la nadadora Mieko Nagaoka no ha olvidado el horror de las bombas de las que tuvo que huir. Tabuse, el pueblo de la provincia de Yamaguchi en el que vive Mieko, está al lado de la ciudad de Iwakuni, donde había fábricas de munición y armas en la época de la guerra.
Iwakuni fue el objetivo de varios bombardeos por parte de Estados Unidos y Tabuse también se vio afectado. Cada vez que se detectaba la aproximación de los bombarderos, sonaban las alarmas y los ciudadanos corrían a refugiarse a los bosques, en refugios antiaéreos.
En una de esas ocasiones, al escuchar la alarma, Mieko, su familia y sus vecinos se internaron en una espesura de bambú. Cubría su cabeza con un cojín. Como no tuvieron tiempo de entrar en el refugio antiaéreo, ya que los norteamericanos no dejaban de ametrallar, se quedó tumbada bocabajo hasta que los aviones se marcharon.
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