Introducción
Hacia la recuperación
“É l tenía numerosas heridas.” La mujer hablaba con la exactitud de un detective. “Cinco en la parte superior del abdomen. Estas heridas indicaban que se le apuñaló con armas diferentes, o que lo hizo un grupo de personas”, continuó la señora Mhlawuli en su desgarrador testimonio ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) sobre la desaparición y muerte de su esposo, Sicelo. “También tenía heridas en la parte inferior del abdomen, hasta sumar cuarenta y tres. Le echaron ácido en la cara. Le cortaron la mano derecha justo bajo la muñeca. No sé qué hicieron con ella.” Yo sentí náuseas y horror.
Llegó entonces el turno de Babalwa, de diecinueve años de edad. Ella tenía ocho cuando murió su padre, y su hermano tres. Describió la aflicción, el hostigamiento de la policía y las penurias de los años transcurridos desde la muerte de su progenitor. Aseguró: “A mi hermano y a mí nos gustaría saber quién lo mató”. Lo que dijo después me dejó sin aliento: “Queremos perdonarlo. Queremos perdonar, pero no sabemos a quién”.
Como presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, muchas veces me preguntaron cómo era posible que el pueblo de Sudáfrica haya perdonado las atrocidades e injusticias que sufrió durante el apartheid. Nuestro trayecto fue ciertamente largo y peligroso. Hoy es difícil creer que, hasta nuestra primera elección democrática, en 1994, el nuestro fue un país que institucionalizó el racismo, la desigualdad y la opresión. En la Sudáfrica del apartheid sólo los blancos podían votar, recibir una educación de calidad y esperar progreso y oportunidades. Hubo décadas de protesta y violencia. En nuestra larga marcha a la libertad se derramó mucha sangre. Cuando, por fin, nuestros líderes salieron de la cárcel, se temió que nuestra transición a la democracia se convirtiera en un baño de sangre de venganza y represalias. Milagrosamente, elegimos otro futuro. Elegimos el perdón. En ese tiempo, sabíamos que decir la verdad y recuperar nuestra historia era la única manera de salvar a nuestro país de la destrucción. No sabíamos adónde nos llevaría esa decisión. Como todo crecimiento efectivo, el proceso en el que nos embarcamos en la CVR fue muy doloroso, pero también sumamente alentador.
Me han preguntado igualmente qué aprendí del perdón en esa experiencia, y en los muchos lugares de conflicto y sufrimiento que he visitado en mi vida, de Irlanda del Norte a Ruanda. Este libro es la respuesta a esa pregunta. Es también una respuesta a la interrogante implícita en aquélla: ¿cómo perdonar? Este libro está dirigido a quienes necesitan perdón, ya sea que quieran perdonar o ser perdonados.
Hay días en que quisiera poder borrar de mi mente todos los horrores que he presenciado. Las creativas formas en que los seres humanos podemos lastimarnos unos a otros parecen no tener fin, como tampoco las razones de que creamos justificado hacer eso. Pero la capacidad humana para sanar tampoco tiene fin. Cada uno de nosotros posee una aptitud innata para extraer felicidad del sufrimiento, hallar esperanza en las situaciones más difíciles y curar toda relación necesitada de ello.
Me gustaría compartir contigo dos simples verdades: no hay nada que no se pueda perdonar y no hay nadie que no merezca perdón. Cuando seas capaz de entender que todos estamos entrelazados —sea por nacimiento, circunstancias o nuestra humanidad compartida—, sabrás que aquello es cierto. Yo acostumbro repetir que en Sudáfrica no habría habido futuro sin perdón. Nuestra furia y sed de venganza habrían sido nuestra ruina. Esto es tan cierto para nosotros en particular como para la raza humana en general.
Todos y cada uno de nosotros hemos tenido que perdonar alguna vez. También hemos tenido que ser perdonados. Y ambas cosas se repetirán mucho en el futuro. A nuestro modo, todos estamos heridos. Y por eso lastimamos a los demás. El perdón es un viaje a la curación de nuestras heridas. La forma en que volvemos a sanar.
Sea con el torturador que me atormentó brutalmente, la pareja que me traicionó, el jefe que me ignoró en un ascenso o el automovilista que se me cerró en mi trayecto matutino al trabajo, enfrento la misma disyuntiva: perdonar o buscar venganza. Enfrentamos la disyuntiva de perdonar o no como individuos, familias, comunidades y un mundo estrechamente interconectado.
La calidad de la vida humana en nuestro planeta no es otra cosa que la suma total de nuestras interacciones diarias. Cada vez que ayudamos, y cada vez que perjudicamos, ejercemos un impacto drástico en nuestro mundo. Dado que somos humanos, algunas de nuestras interacciones marcharán mal, y entonces lastimaremos o seremos lastimados, o ambas cosas. Así es nuestra naturaleza, y eso es inevitable. El perdón es la forma en que corregimos esas interacciones. En que reparamos el tejido social. En que impedimos que la comunidad humana se desmadeje.
Incontables estudios enumeran los beneficios sociales, espirituales, psicológicos y hasta fisiológicos del perdón. El proceso real del perdón, sin embargo, suele quedar en el misterio. Sí, es bueno y provechoso olvidar el rencor, pero ¿cómo olvidarlo cuando hemos sufrido? Desde luego que es preferible no tomar represalias, pero ¿cómo renunciar a ellas cuando lo que nos quitaron es irrecuperable? ¿Y acaso es posible perdonar y seguir insistiendo en que se haga justicia? ¿Qué pasos debemos dar para alcanzar el perdón? ¿Cómo llenar todos los vacíos de nuestro corazón derivados del hecho de que somos tan frágiles criaturas?
El camino del perdón no es fácil. En él debemos atravesar los pantanos del odio y la ira, y abrirnos paso a través del dolor y la pérdida para hallar la aceptación, marca distintiva del perdón. Este viaje sería mucho más fácil si la ruta estuviera claramente delimitada, pero no es así. Tampoco resulta claro el límite entre quienes han hecho y recibido daño. En un momento dado, todos sufrimos dolor, y al siguiente infligimos dolor. Y luego estamos a caballo entre ambas circunstancias, llenos de pena y de furia. Todos cruzamos a menudo esa línea. Cualquiera que sea tu situación, hayas hecho lo que hayas hecho y te hayan hecho lo que te hayan hecho, nosotros esperamos que este libro te ayude.
Juntos exploraremos cada aspecto del camino cuádruple del perdón: contar la historia, nombrar la pena, conceder perdón y renovar o terminar la relación. Te invitamos a que nos acompañes en este viaje curativo y transformador, sea que te cueste trabajo dejar atrás el mal que te hicieron o que necesites valor para admitir el que hiciste. El perdón no es otra cosa que la manera en que salvamos al mundo. Salvamos al mundo curando nuestro corazón. Es un proceso simple, pero no fácil.
He escrito este libro junto con mi hija, Mpho, colega en el sacerdocio. Ella ha trabajado intensamente con feligreses y peregrinos en su búsqueda de perdón y redención. Actualmente cursa un doctorado sobre el tema del perdón, de manera que aportó muchos conocimientos a este proyecto común. También aportó la historia de su trayecto por el camino cuádruple, y contó sus dificultades para comprender y perdonar.
Este libro es una invitación a que recorras con nosotros la senda del perdón. En él relataremos nuestra historia personal, así como las de otros que nos han inspirado, y lo que hemos aprendido acerca del proceso del perdón. Nosotros hemos comprobado que este proceso transforma situaciones y restaura lazos entre familiares, amigos, desconocidos y enemigos por igual. Lo hemos visto quitar el veneno de los pequeños desaires diarios que por descuido nos infligimos unos a otros, y curar a resultas de los actos de crueldad más brutales que quepa imaginar. Estamos convencidos de que nadie es irredimible ni ninguna situación irreparable, y de que no hay crimen que no se pueda perdonar.