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Desmond Morris - El Mono Desnudo

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Desmond Morris El Mono Desnudo

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Agradecimiento

Este libro va dirigido al gran público y, por consiguiente, no se citan las fuentes en el texto. Esto es más propio de obras de carácter técnico y quebraría la fluidez del relato. Sin embargo, durante la elaboración de este volumen fueron consultados muchos libros y documentos, sumamente originales, y sería injusto presentar aquél sin señalar la valiosa ayuda de éstos. Al final del libro, se incluye un apéndice en el que se citan las obras más importantes en relación con los temas tratados en cada uno de los capítulos.

Pero quisiera expresar también mi gratitud a muchos colegas y amigos que me han ayudado, directa e indirectamente, a través de discusiones, correspondencia y otros medios. Son, en particular, los siguientes: Dr. Anthony Ambrose, Mr. David Attenborough, Dr. David Blest, Dr. N. G. Blurton-Jones, Dr. John Bowlby, Dr. Hilda Bruce, Dr. Richard Coss, Dr. Richard Davenport, Dr. Alisdair Fraser, profesor J. H. Fremlin, profesor Robin Fox, baronesa Jane van Lawick-Goodall, Dr. Fae Hall, profesor Sir Alister Hardy, profesor Harry Harlow, Mrs. Mary Haynes, Dr. Jan Van Hoff, Sir Julian Huxley, Miss Devra Kleiman, Dr. Paul Leyhausen, Dr. Lewis Lipsitt, Mrs. Caroline Loizos, profesor Konrad Lorenz, Dr. Malcolm Lyall-Watson, Dr. Gilbert Manley, Dr. Isaac Marks, Mr. Tom Maschler, Dr. L. Harrison Matthews, Mrs. Ramona Morris, Dr. John Napier, Mrs. Caroline Nicolson, Dr. Kenneth Oakley, Dr. Frances Raynolds, Dr. Vernon Reynolds, Honorable Miriam Rothschild, Mrs. Claire Russell, Dr. W. M. S. Russell, Dr. George Schaller, Dr. John Sparks, Dr. Lionel Tiger, profesor Niko Tinbergen, Mr. Ronald Webster, Dr. Wolfgang Wickler y profesor John Yudkin.

Me apresuro a añadir que la inclusión de un nombre en esta lista no significa necesariamente que la persona citada esté de acuerdo con las opiniones expuestas en este libro.

Introducción

Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que tiene también el mayor pene, y prefiere atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico.

Yo soy zoólogo, y el mono desnudo es un animal. Por consiguiente, éste es tema adecuado para mi pluma, y me niego a seguir eludiendo su examen por el simple motivo de que algunas de sus normas de comportamiento son bastante complejas y difíciles. Sírvame de excusa el hecho de que, a pesar de su gran erudición, el Homo sapiens sigue siendo un mono desnudo; al adquirir nuevos y elevados móviles, no perdió ninguno de los más viejos y prosaicos. Esto es, frecuentemente, motivo de disgusto para él; pero sus viejos impulsos le han acompañado durante millones de años, mientras que los nuevos le acompañan desde hace unos milenios como máximo... y no es fácil sacudirse rápidamente de encima la herencia genética acumulada durante todo su pasado evolutivo. Si quisiera enfrentarse con este hecho, sería un animal mucho más complejo y tendría menos preocupaciones. Tal vez en esto pueda ayudarle el zoólogo.

Una de las más extrañas características de los anteriores estudios sobre el comportamiento del mono desnudo es que casi siempre eludieron lo más evidente.

Los primeros antropólogos marcharon a los más apartados e inverosímiles rincones del mundo, a fin de descubrir la verdad fundamental sobre nuestra naturaleza, y se dedicaron al estudio de remotas culturas estancadas, atípicas y tan poco fructíferas que están casi extinguidas. Después, volvieron con hechos sorprendentes sobre extrañas costumbres de apareamiento, chocantes sistemas de parentesco o curiosos procedimientos rituales de estas tribus, y emplearon este material como si fuese de vital importancia para el comportamiento de nuestra especie en su conjunto. El trabajo realizado por estos investigadores fue, desde luego, sumamente interesante, y sirvió para mostrarnos lo que puede ocurrir cuando un grupo de monos desnudos se ve metido en un callejón cultural sin salida. Reveló hasta qué punto pueden extraviarse nuestras reglas normales de comportamiento sin llegar a un completo derrumbamiento típico de los monos desnudos típicos. Esto sólo puede lograrse estudiando las normas comunes de comportamiento seguidas por todos los miembros corrientes y no fracasados de las culturas importantes: muestras primordiales que, en su conjunto, representan la inmensa mayoría. Biológicamente, ésta es la única manera sensata de abordar el problema. Contra esto, el antropólogo de la vieja escuela habría argumentado que sus grupos tribales, tecnológicamente simples, están más cerca del meollo del asunto que los miembros de las civilizaciones avanzadas. Yo sostengo que esto no es verdad. Los sencillos grupos tribales que viven en la actualidad no son primitivos, sino que están embrutecidos. Las verdaderas tribus primitivas hace miles de años que dejaron de existir. El mono desnudo es, esencialmente, una especie exploradora, y toda sociedad que no haya avanzado ha fallado en cierto modo, se ha «extraviado». Algo ha ocurrido que le ha impedido avanzar, algo que va en contra de la tendencia natural de la especie a explorar e investigar el mundo que la rodea. Las características que los primeros antropólogos estudiaron en estas tribus pueden ser muy bien los mismos rasgos que impidieron el progreso de los grupos afectados. Por consiguiente, es peligroso emplear esta información como base de cualquier estudio general de nuestro comportamiento como especie.

En contraste con aquéllos, los psiquiatras y los psicoanalistas se mantuvieron más cerca de nuestro mundo y se dedicaron al estudio clínico de muestras tomadas de la corriente principal. Pero una gran parte de su materia prima presenta también graves inconvenientes, aunque no adolece de la endeblez de la información antropológica. Los individuos que han servido de base a sus teorías son, a pesar de pertenecer a la mayoría, especímenes forzosamente anormales o fracasados en algún aspecto. Si fuesen individuos sanos, evolucionados y, por ende, típicos, no habrían tenido que recurrir a la ayuda psiquiátrica, ni habrían contribuido a dar información al psiquiatra. Esto no quiere decir tampoco que menosprecie el valor de sus investigaciones. Nos han proporcionado una importantísima visión interior de la manera en que pueden derrumbarse nuestras formas de comportamiento. Lo único que cree es que, para discutir la naturaleza biológica, no conviene hacer excesivo hincapié en los primeros descubrimientos antropológicos y psiquiátricos.

(Debo añadir que la situación de la antropología y de la psiquiatría está cambiando rápidamente. En estos campos, muchos investigadores modernos reconocen las limitaciones de las primeras investigaciones y se inclinan cada vez más al estudio de individuos típicos y sanos. Un investigador dijo recientemente: «Pusimos el carro antes que el caballo. Forcejeamos con los anormales, y sólo ahora, cuando ya es un poco tarde, empezamos a prestar atención a los normales.»)

El estudio que me propongo realizar en este libro extrae su material de tres fuentes principales: 1) la información sobre nuestro pasado desenterrada por los paleontólogos y fundada en los fósiles y en otros restos de nuestros remotos antepasados; 2) la información proporcionada por los estudios de etnología comparada sobre el comportamiento animal, fundada en observaciones detalladas de un gran sector de especies animales y, en especial, de nuestros más próximos parientes vivos, los cuadrumanos y monos; y 3) la información que puede reunirse mediante la observación sencilla y directa de las normas de comportamiento más fundamentales, y más ampliamente compartidas por los ejemplares evolucionados de las principales culturas contemporáneas del propio mono desnudo.

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