Desmond Morris - Observe a su perro
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- Libro:Observe a su perro
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- Año:1986
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Observe a su perro: resumen, descripción y anotación
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Observe a su perro — leer online gratis el libro completo
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¿Qué tiene el perro que le ha hecho destacarse entre las otras 4236 especies de mamíferos no humanos hasta convertirse en el mejor compañero del hombre? El solemne contrato que se suscribió entre nosotros tiene ya una antigüedad de más de 10 000 años. En esta obra, el mundialmente conocido zoólogo Desmond Morris —autor de El mono desnudo— nos proporciona respuestas a fascinantes y fundamentales, preguntas acerca de nuestros compañeros caninos. Trata aquí unas cuestiones que, a menudo, pasan por alto los libros corrientes, los cuales se concentran en la crianza, la alimentación y los cuidados veterinarios. El autor nos aclara numerosas ideas confusas y verdades a medias acerca de estos animales que «nos conceden un curioso lugar en sus manadas, las unen con las nuestras» y tratan valerosamente de comprender nuestros deseos.
He aquí un libro para los amantes de los perros; gracias a él podremos establecer un lazo más estrecho de comprensión y tener una visión más clara de esas criaturas tan excepcionales y deliciosas.
Desmond Morris
ePub r1.1
Titivillus 21.01.15
Título original: Dogwatching
Desmond Morris, 1986
Traducción: Lorenzo Cortina Toral
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
DESMOND JOHN MORRIS. Nació el 24 de enero de 1928 en Purton, Wiltshire. Zoólogo y etólogo inglés, con 14 años perdió a su padre. Está casado con la historiadora Ramona Baulch, coautora de varios de sus libros y madre de su hijo. Sus estudios se centran en la conducta animal, y por ende, en la conducta humana, explicados desde un punto de vista estrictamente zoológico (lo que quiere decir que no incluye explicaciones sociológicas, psicológicas y arqueológicas para sus argumentos). Ha escrito varios libros y producido numerosos programas de televisión. Su aproximación a los seres humanos desde un punto de vista plenamente zoológico ha creado controversia desde sus primeras publicaciones.
Su libro más conocido, El mono desnudo, publicado en 1967, es una realista y objetiva mirada a la especie humana. El contrato animal (1991) es un valiente alegato ecológico que exige a la especie humana respetar su compromiso con la naturaleza. El zoo humano, continuación de El mono desnudo, examina el comportamiento humano en las ciudades, también desde un punto de vista etológico. En 1951, después de haber obtenido el grado de honor en zoología en la Universidad de Birmingham, comenzó a investigar para su doctorado en comportamiento animal en Oxford. En 1954 obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Oxford.
Una vez más, se trata de un ejemplo en que la palabra «perro» se ha empleado en una frase popular que carece de cualquier tipo de conexiones caninas. El período normal de una guardia en el mar es de cuatro horas. Estas guardias acortadas se emplean, o bien a la hora de comer, para facilitar el servicio de los comedores, o dos veces por la noche para evitar que los mismos hombres hagan la guardia a idéntica hora todas las noches. En inglés, y de una manera formal, su correcto nombre era el de docked-watches (guardias cortas), pero se abrevió a dog-watches (guardias de perro). Esto tal vez haya tenido algo que ver con el hecho de que muchos perros presentan las colas cortas (docked), pero resulta más probable que se tratase de una abreviación entre los marinos ingleses, al pronunciar mal la frase y que, llegado el momento, se convirtiese en una expresión popular.
En el conjunto de la historia humana sólo dos clases de animales han tenido libertad para entrar en nuestros hogares: el gato y el perro. Es verdad que en los primeros tiempos se permitía que los animales de granja penetrasen en la casa por la noche, como medida de seguridad; pero siempre estaban atados o encerrados. También es cierto que, en épocas más recientes, una gran variedad de especies domésticas se han alojado en nuestras viviendas: peces en sus peceras, aves en jaulas, reptiles en terrarios… Pero todos ellos se encontraban en cautividad, separados de nosotros por cristal, alambre o barrotes. Sólo a gatos y perros se les ha permitido errar de habitación en habitación e ir y venir a su propio antojo. Tenemos con ellos una relación especial, un antiguo contrato con unas cláusulas acordadas y muy bien especificadas.
Por desgracia, esas cláusulas han sido a menudo rotas, y casi siempre por nosotros. Resulta saludable pensar que gatos y perros son más leales, fiables y dignos de confianza que los seres humanos. En raras ocasiones se vuelven contra nosotros, nos arañan o nos muerden; casi nunca se escapan y nos abandonan; pero, cuando eso sucede, existe por lo general un antecedente, e incluso una causa, que se basa en un paradigma de estupidez o crueldad humana. La mayoría de las veces, cumplen de manera inquebrantable su parte en el acuerdo que establecimos con ellos en los viejos tiempos, y, con frecuencia, nos avergüenzan con su conducta.
El contrato suscrito entre el hombre y el perro tiene una antigüedad de más de diez mil años. Se ha escrito al respecto que, si bien el perro realiza ciertos trabajos, los hombres, nosotros, le hemos proporcionado a cambio alimentos y agua, además de abrigo, compañía y cuidados. Las tareas que se le han exigido han sido numerosas y variadas. Se ha requerido a los canes para guardar nuestros hogares, proteger nuestras personas, ayudarnos en la caza, acabar con los bichos que nos molestan y tirar de trineos. Incluso se les ha entrenado para funciones especiales: recoger huevos de ave con la boca sin romper el cascarón, localizar trufas, detectar drogas en los aeropuertos, ser lazarillos de ciegos, rescatar a las víctimas de aludes, rastrear las huellas de los criminales fugados, competir en carreras, viajar por el espacio, actuar en películas y participar en concursos.
En ocasiones, el fiel chucho ha sido puesto, contra su voluntad, al servicio de la bárbara conducta de algunos humanos. Hoy llamamos los «perros de la guerra» a los mercenarios, a hombres que utilizan su superioridad humana para la escalofriante función de mutilar y matar con armas especiales. Pero, originariamente, fueron perros auténticos, adiestrados para atacar la vanguardia de un ejército enemigo. Shakespeare se refiere a esto cuando hace exclamar a Marco Antonio: «Grita “Destrucción” y suelta los perros de la guerra». Los antiguos galos soltaban perros provistos de armadura, equipados con pesados collares, erizados de aguzados cuchillos afilados como navajas de afeitar. Estos aterradores animales se precipitaban contra la caballería romana, y cortaban las patas de los caballos hasta destrozarlos.
Por desgracia, los perros combatientes se encuentran todavía entre nosotros. Aunque oficialmente prohibidas, las luchas entre animales entrenados para ello siguen constituyendo una excusa para las apuestas, que sirve, además, de salvaje entretenimiento a los elementos más sanguinarios de la sociedad. Esos concursos han debido pasar a la clandestinidad, pero ello no quiere decir en modo alguno que hayan desaparecido.
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