Introducción
Han pasado más de cuatro años desde que se publicó mi primera obra, Entrénalo para la vida, y, desde entonces, continúo escribiendo y publicando libros y cuentos, casi una decena. Y aunque mi trabajo como educadora emocional diría que es muy intenso, debido a todos los proyectos en los que participo: la colaboración en el proyecto de educación emocional de Masía 360 del Barça, el trabajo que hacemos en el Hospital Sant Joan de Déu con los niños con neurofibromatosis y, especialmente, mi labor como directora de La Granja, que me ocupa la mayor parte del día.
Pero tengo que decir que, aun así, necesito escribir, plasmar —y, en parte, liberarme— de todo lo que veo cada día en mi trabajo, más concretamente, en La Granja Ability Training Center, dos granjas escuela situadas en Barcelona y Madrid (Santa Maria de Palautordera y Fuentidueña de Tajo) por donde cada año pasan más de 18.000 niños y jóvenes para realizar las tradicionales convivencias y excursiones escolares, o los campamentos de verano, y donde utilizamos un innovador método educativo basado en la práctica de la educación emocional y en el entrenamiento de las competencias emocionales con resultados demostrados científicamente, lo cual nos permite observar un montón de aspectos de la sociedad infantil.
Son tantas las cosas que pasan, y tantas las cosas que veo, que siento la necesidad imperiosa de explicarlo, de compartirlo, porque creo que no sería justo ni bueno no hacerlo, pues pienso que hay algo peor que tener un problema, y es tenerlo y no saberlo. Nunca como en estos últimos años me he encontrado con tantos y tantos niños con tantas carencias emocionales. Estoy hablando de miedos, miedos a casi todo, de desconfianza, de dependencia por falta de autonomía, de inseguridades y de un aumento peligrosísimo de la baja autoestima. Estoy hablando de chavales enfadados constantemente porque no soportan frustrarse y de niños de 8 años con ansiedad y estrés hasta el punto de que hemos tenido que crear una nueva actividad en La Granja, el Laberinto de la Ansiedad, para que como mínimo estos pequeños entiendan qué caray les está pasando. Hablo de miradas tristes, de espaldas encorvadas y de jóvenes inactivos, como si nada tuviera sentido, como si no existiera ninguna razón para levantarse. Supongo que por este motivo escribo, porque son tantas las cosas que podrían hacerse de manera diferente para cambiar lo que no funciona con los niños de hoy en día, y algunas tan fáciles de conseguir, que me exaspera que cueste tanto, que se avance tan lentamente.
Pero hay que afrontar las cosas, coger el toro por los cuernos, como dicen mis padres, a quienes dedico este libro, y empezar a actuar. Y para eso hace falta valentía y, tal como está todo, yo diría que mucha valentía.
Puedo afirmaros con absoluta seguridad que estamos educando en el miedo, cuando tendríamos que hacer todo lo contrario, es decir, educarlos en la valentía. Confieso que veo cada día cómo disminuye la valentía, al menos en los niños con los que trabajo, y también en los maestros (unos 1.700), así como en los padres y madres (unos 950) que pasan cada año por nuestras instalaciones.
Y éste es el motivo por el que quiero escribir sobre la valentía, porque aumentan los miedos vertiginosamente y, junto con ellos, la cobardíade los chavales. Y, amigos míos, con la misma rapidez con la que se intensifican los temores, mengua la valentía en una proporción de equivalencia milimétrica.
¿Sabéis?, es importante, es muy importante porque la necesitamos: los niños y los jóvenes necesitan su valentía desesperadamente para poder ser quienes están destinados a ser. Confieso que nunca me he encontrado con tantos niños sumisos y temerosos, pero admito también que tampoco ha habido tantos padres inseguros y atemorizados como actualmente.
Parece que hoy en día lo natural sea tener miedo, cuando es justamente lo contrario: el coraje ha sido siempre uno de los grandes rasgos de la humanidad para sobrevivir como especie, y debería estar por encima de nuestros miedos para que podamos, como mínimo, seguir avanzando. Y por supuesto, para hablar de la valentía de los niños, también tendré que hablar en este libro de la valentía de los padres y madres, incluso de la de los maestros y profesores, porque van irremediablemente unidas.
Aún recuerdo mi desesperación durante los años 2002-2004 cuando me di cuenta de que todo lo que siempre me había funcionado educando dejó de hacerlo (¡y eso que llevaba ya más de veinte años trabajando con críos!). Ya no conseguía que los niños y niñas me escucharan, no lograba modular sus actitudes ni comportamientos como antes. Recuerdo mi desilusión, y cómo el miedo a no poder, a no ser capaz, me invadió por completo. Durante esos años la queja era constante en mí y me impedía hacer algo diferente, aunque, claro, yo no lo sabía, no tenía ni idea de lo que me pasaba y, añadiría, de lo que sentía. La verdad es que no comprendía que detrás de mis quejas estaba la emoción del miedo, y que ese temor no sólo me paralizaba, sino que además era invasivo; cada día se hacía un poquito más grande, lo que no facilitaba que la creatividad y la búsqueda de alternativas se pusieran en marcha y fluyeran dentro de mí. Y por mucho que me quejara de cómo venían los niños, todo seguía igual, nada mejoraba (¡y eso que estuve dos años enteritos quejándome a diario!). Hasta que un día cualquiera, sin más, se produjo un clic: «Si los niños son diferentes, tal vez nosotros tendríamos también que hacer algo distinto, ¿no?», dije delante de un grupo de monitores mientras nos estábamos quejando, como era habitual en el equipo. Supongo que fueron las estrellas, que ese día se confabularon a nuestro favor, hartas de ver cómo no dábamos pie con bola. A
En todo caso, ése fue, literalmente, el detonante que me motivó a lanzarme a buscar alternativas, otras maneras de hacer, nuevas herramientas para conseguir la atención que había perdido de mis niños y niñas. En aquella época, como podréis imaginar, la solución no era demasiado fácil ya que la educación emocional, y más aún la vivencial, era muy muy desconocida, así que me tocó probar y hacer cosas diferentes prácticamente cada día, a lo largo de muchos años, y a estar cuestionada también a diario (y durante años) por la mayoría del equipo con el que trabajaba. El miedo es siempre inversamente proporcional a la valentía; y, cuanto más miedo sientes, más valiente deberás ser y más arrojo necesitarás para afrontarlo y vencerlo. Y a mí, por entonces, me tocó luchar para que mi valentía fuera siempre un poquito más grande que mis miedos, y éstos, amigos míos, llevaban años de ventaja. Así que no me resultó sencillo, lo reconozco, pero también me doy cuenta, quince años después, de que es un proceso necesario para liberarte de las cadenas de creencias limitadoras con las que te amarra el sistema educativo que te ha criado y la sociedad de cualquier época en la que vives.
Este proceso de «desenganche», de desaprender para volver a aprender, pero esta vez por ti misma y en coherencia con tus valores, comporta, inevitablemente, entrenar tu fortaleza, tu autoconfianza y tu seguridad. Y aunque pueda resultar duro en ciertos momentos, pues precisa de mucha determinación y fuerza, la verdad es que, una vez lo consigues, una y otra ya están a tu lado para siempre, porque la fuerza te sigue acompañando para levantarte cuando te caes, así como la confianza de saber hacia dónde quieres ir y la seguridad de que en el próximo intento te acercarás más a tu objetivo. Y es entonces cuando, como un velero, puedes navegar por fin desplegando todas tus velas, y dejarte llevar por el viento y las olas sin miedo porque coges con firmeza el timón y eres capaz de señalar el puerto al que te propones arribar, ya que es allí donde probablemente habitan tus sueños, ésos por los que estás dispuesta a luchar con pasión.