A Carmen y Pablo, porque me reinventáis cada día como madre.
Y porque lo que veo en vosotros es la afirmación de que haberos
educado desde pequeñitos con serenidad, sentido del humor,
límites consensuados, pensamiento crítico, paciencia y libertad
nos ha llevado a tener una relación maravillosa, tierna, cariñosa,
de confianza, disfrute y plenitud. Que siempre nos dure este
vínculo tan maravilloso que tenemos.
Y a las niñas, con las que he aprendido que las parejas
de los padres podemos ser maravillosas y quereros a rabiar.
Gracias, papá, por transmitirme siempre que había que vivir
para disfrutar, que tenía que elegir lo que me hiciera feliz
y no lo más conveniente. Valores basados en una vida plena
en lugar de en una vida convencional.
Y a ti, abuela, por tu amor incondicional, que malcría pero teje
la red para vivir con valentía. A tu lado siempre me he sentido
segura y nunca juzgada.
Y a ti, amor, que te toca lidiar con la parte desenfadada
de la educación. Y a veces, entre todos, te sacamos un poco
de tu rutina y método. Lo sentimos... o no, jaja.
Introducción
Este libro no está basado en las leyes de aprendizaje de los niños y los adolescentes. Si buscas información sobre cómo aprenden y qué hacer para entenderlos y educarles mejor, puedes leer el blog de Marisa Moya, licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid y certificada como entrenadora de Disciplina Positiva y neuropsicoeducadora, o el libro El cerebro del niño explicado a los padres del Dr. Bilbao. Esta obra ha nacido de una necesidad que he detectado en los muchos talleres que imparto por toda España.
En la consulta y en los talleres me he dado cuenta de que los padres se toman la educación muy en serio. Y no me malinterpretes. La educación es algo muy muy importante, pero debemos despojarla de ese tono solemne, serio, rancio. Debemos dejar de copiar antiguos modelos para empezar a innovar, ser creativos y pensar que existe otra educación sin recurrir a los gritos y a la figura de autoridad. Está claro que no todos los niños responden igual, pero puedo asegurar que la mayoría de ellos responden mucho mejor cuando respetamos sus tiempos, les dejamos su espacio y los tratamos con el máximo respeto, como lo haríamos con un igual.
Esto no tiene nada que ver con dejar que hagan lo que quieran, ni mucho menos. Si hay algo que no podemos pasar por alto en la educación de nuestros hijos, alumnos y deportistas es ponerles límites y enseñarles valores, como la disciplina, el trabajo, el esfuerzo o la responsabilidad. Pero el dilema está en cómo ponemos esos límites y cómo educamos en valores. Aquí es donde yo quiero echarte una manita. Una manita fruto de mi experiencia. Llevo veinticuatro años trabajando como psicóloga y también imparto un taller que se titula «Educar con serenidad», que da título a este libro, en el que contemplo tus inquietudes, miedos, debilidades, errores, culpas… Y siempre te diré que, en general, todo puede ser más sencillo.
Además, en casa tenemos cuatro maravillosos adolescentes, dos por parte de mi marido y dos por mi parte. Por ahora, educar con serenidad nos ha funcionado. Y no podemos echarnos flores como si todo lo bueno que tienen fuera resultado únicamente de la educación. Que un chaval sea respetuoso, responsable y buena persona depende no solo de los padres, también influyen muchas otras variables del entorno, como la educación que reciben de los abuelos y familiares, de los maestros, tutores, entrenadores y, sobre todo, de sus iguales. Y ahora también tenemos que incluir en estas variables cómo les afectan las redes sociales, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación.
Este libro no está pensado para solucionar grandes problemas como los que podríamos ver en Hermano mayor de la mano de mi amigo y queridísimo Jero García. Es un libro que te ayudará a lidiar con los conflictos cotidianos cuando tienen que ducharse, obedecer, ser más responsables, menos contestones, más obedientes, más empáticos, menos nerviosos, mejores comedores… También te ayudará con todas esas etiquetas que inconscientemente colgamos a nuestros hijos y que nos llevan a verlos como difíciles, caprichosos, maleducados, holgazanes, y que puede derivar en que acabemos gritando, desesperados y perdiendo los papeles.
Las dinámicas y los juegos que vas a encontrar en Educar con serenidad se basan en los distintos aprendizajes del ser humano y están respaldados científicamente. Pero lejos de perdernos en leyes y teorías, mi objetivo es convertir esa ciencia en creatividad, en ideas que a veces no se nos ocurren a los padres, bien porque no encontramos tiempo, bien porque caemos en la desesperación o bien porque no todos somos tan imaginativos en lo que a la educación se refiere.
A mí siempre me ha parecido que jugar es divertido. Pero además hoy sabemos que jugar es una forma de aprender, desde la tranquilidad, desde la inspiración, desde la diversión. Todo es más fácil desde el juego. Cuando planteo esto en mis talleres, muchos padres me preguntan, como si fuera algo tedioso: «Pero entonces ¿tengo que estar jugando con mis hijos a todas horas para que me obedezcan?». De entrada, la pregunta me choca un poco, porque enseguida se me ocurre contestar: «¿Y por qué no?». La respuesta es muy sencilla. Nuestra mente cuadriculada, exigente, seria, no tiene claro que jugar todo el día sea algo que esté bien. De hecho, una vez superada la infancia, jugar es algo que pasa a un segundo plano. «Niño, ¿puedes dejar de jugar y de perder el tiempo y ponerte a estudiar?» Jugar se asocia a diversión, a entretenimiento, incluso a pérdida de tiempo. Pero ¿y si a partir de ahora entendiéramos el juego como un sistema de aprendizaje? Olvidemos que jugar se asocia a irresponsabilidad y diversión. De hecho, muchas madres se quejan de que sus parejas dedican mucho tiempo a jugar con sus hijos. «En casa yo soy el poli malo: les pongo deberes, les pido que se comporten en la mesa, les mando a la ducha, y su padre solo juega con ellos. Se los lleva a montar en bici y se pelea con ellos como si fuera un niño más…» Empecemos a olvidarnos del poli bueno y el poli malo, y juguemos más con ellos. Juguemos a educar, a recoger, a hacer concursos. Porque de esta manera aumentamos su motivación, su compromiso, los chavales se divierten y piden más. Los niños quieren pasárselo bien, ¿qué hay de malo en ello? ¿No te gustaría a ti, padre o madre, llegar cada día a tu puesto de trabajo y que este fuera tan apasionante y divertido que te atrapara, lo disfrutaras y se te pasara el tiempo volando? Sería la bomba.
Los padres tienen miedo a que sus hijos les pierdan el respeto si juegan con ellos a la hora de educarles. O tienen miedo de que esto lleve a sus hijos a relajarse y a no entender el sentido de la responsabilidad. Pero ¿y si fuéramos capaces de educar en esos valores de forma divertida? ¿Siempre será posible? No. Pero sí muchas más veces de las que te imaginas. Y cuando no lo sea, tampoco vas a necesitar los gritos ni las amenazas, y mucho menos levantar la mano. De hecho, cuando una situación se haya enquistado, cuando os esté generando ansiedad a ti y a tu hijo, por favor, pídenos ayuda. Como ya he comentado, este libro no pretende solucionar grandes problemas o problemas que llevan mucho tiempo sin solución. Para eso tienes que acudir a un psicólogo. Aquí encontrarás las claves para abrir la mente, para ver la educación cotidiana desde otra perspectiva. Y sobre todo para evitar, a través de la serenidad y el juego, que una conducta normal de un niño termine por convertirse en un problemón en casa.