Los celos son cobradores, controladores, saboteadores, impulsivos... nadie cambia a nadie.
Tenemos el poder de empeorar a los demás, no de cambiarlos.
El amor es paciente, los celos son neuróticamente ansiosos.
El amor apuesta, los celos tienen la necesidad neurótica de la envidia.
El amor es tolerante, los celos son implacables.
El amor es desprendido, los celos son vengativos.
El amor libera, los celos controlan.
El amor es inversionista, los celos son explotadores.
El amor es humilde, los celos son arrogantes (centro de las atenciones).
Prefacio
R elacionarse con las personas es la más rica experiencia para aliviar la angustia y la soledad, pero nada puede causar tantos dolores de cabeza. Socializar es el mayor manantial para nutrir el sentido de la vida, pero puede producir estrés y decepciones. Convivir con la pareja, con los hijos, con los amigos, es una fuente insustituible de sonrisas y alegrías, pero también puede ser una fuente considerable de agotamiento cerebral.
Puede convivir con miles de animales y tal vez nunca saldrá lastimado: conviva con un ser humano y, tarde o temprano, se sentirá frustrado y también frustrará al otro. Sólo existen almas gemelas cuando éstas no viven bajo el mismo techo. No se engañe: ¡las personas sólo se entienden súper bien cuando no viven juntas, cuando sólo tienen encuentros casuales! Son comunes las fricciones, los conflictos, las dificultades para relacionarse. El menú social tiene muchos condimentos, algunos de los cuales no se pueden digerir, como la rabia, la envidia, la venganza, el sabotaje y los famosos celos.
Sin embargo, son mejores las tormentas que surgen por amar a alguien que los estremecimientos sísmicos que surgen del subsuelo del aislamiento. El aislamiento intenso y dramático suele ser un síntoma de depresión. Son mejores los sabores ácidos de las relaciones sociales que el sabor áspero de la soledad. Yo amo la soledad creativa, la soledad que me interioriza, la que me permite reinventarme, pero detesto la soledad absoluta. Los ermitaños, los anacoretas, los ascetas, los eremitas o los monjes pueden aislarse físicamente de todo y de todos, pero odian la soledad plena. Si no hay seres humanos con quienes convivir, ellos los crean en el escenario de su mente. Un paciente en brote psicótico crea sus fantasmas para relacionarse, aunque ellos lo atormenten.
Todos los seres humanos, desde los religiosos hasta los ateos, desde los lúcidos hasta los “inmaduros”, desde los tímidos hasta los sociables, tienen hambre y sed de relacionarse, incluso cuando se aíslan. Todos son creadores de ficción. Crean personajes en sus sueños y en el estado de vigilia. Ningún director de Hollywood es tan creativo como los copilotos que están en nuestro inconsciente. Quien tiene celos es un director muy creativo, un especialista en películas de terror.
Los celos forman parte del menú diario de millones de personas de todas las clases sociales, culturas, religiones, razas, edades, y pueden aparecer entre parejas, hermanos, amigos, profesionistas, adultos, niños.
Mi énfasis en esta obra estará en los celos entre las parejas, el villano de los romances, el terremoto de las relaciones íntimas, aunque mucho de lo que comentaré aquí también describirá los tentáculos de otros tipos de celos. Quien diga que no tiene una de las formas de ese virus en su circulación mental, no se conoce, o no sabe entregarse y partir en busca de sus conquistas.
Vive, por lo tanto, secuestrado dentro de sí mismo. Y si vive en un capullo es porque tiene miedo de transformarse. Y si tiene miedo de la transformación es porque tiene miedo de volar, y si tiene miedo de volar es porque tiene miedo de ser libre, y si tiene miedo de ser libre es porque no sabe luchar por sus sueños. Preso en su capullo, tendrá grandes posibilidades de sufrir ataques de celos de las personas que adquirieron sus alas. Bienvenidos al complejo mundo de la emoción.
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Un antiguo fantasma: breve historia de los celos
U N FANTASMA REMOTO
L os celos son un fantasma emocional tan antiguo como la propia existencia humana. Los israelitas tuvieron ataques de celos, los filisteos paladearon con intensidad su sabor, los babilonios bebieron hasta hartarse de sus aguas, los egipcios los acostaron en su tumba. En su Carta a los Corintios, el apóstol Pablo dijo que el verdadero amor no arde en celos, sino que es regado por la paciencia, la generosidad y la tolerancia.
Todos los pueblos, sin importar su cultura, estuvieron enviciados —unos más, otros menos— en controlar a sus pares y esperar la retribución excesiva de sus íntimos. Cleopatra, la última reina de la dinastía de los Ptolomeos que gobernó Egipto, era una mujer fascinante, persuasiva y poderosa. Todos se rendían ante su belleza, y cuando abría la boca, encantaba a todos con su inteligencia. Antes de todos los movimientos de liberación de la mujer, ella ya era libre. Gobernaba la más fascinante y misteriosa de las naciones. Todo indica que hablaba seis idiomas, conocía la filosofía y las artes griegas, pero desconocía las trampas de la mente. Nada la sacaba de su punto de equilibrio, hasta que entró en un terreno que no dominaba: el amor.
Si hubiera amado a uno de sus miles de súbditos, incluso a un general, su historia tal vez hubiera sido menos pantanosa, pero se convirtió en la amante de un hombre poderoso, ambicioso y complicado: Julio César, el gran líder del Imperio romano. Aun las personas seguras tienen sus límites, y Cleopatra tuvo los suyos. Los celos que sentía de Julio César la hicieron soñar en dominar todo el Mediterráneo. Los planes ambiciosos intentan compensar las grietas de la personalidad. Sin embargo, las personas imbatibles también se doblan ante el dolor. Después de la muerte de Julio César, Cleopatra cautivó a Marco Antonio, otro líder romano, uno de los tres que gobernaban el imperio. Encontró en él su punto neurálgico más sensible, más adolorido. Lo amó bajo el riesgo de perder.
La poderosa mujer, frágil como cualquier ser humano, insegura como cualquier caminante, tenía todo para no castigarse, para reinventarse, pero no lo hizo. Los gigantes enfrentan montañas, pero tropiezan con las pequeñas piedras de la emoción.
Amar no es un crimen, pero amar a otra persona antes de amarse a uno mismo sí lo es.
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Cleopatra se derrumbó cuando Marco Antonio fue derrotado. Se suicidó con la mordida de una serpiente. Antes de desistir de la vida, ya no tenía un romance con su propia historia, se abandonó a sí misma, vendió su libertad en aras de quien amaba, un error dramático.
Amar no es un crimen, pero amar a otra persona antes de amarse a uno mismo sí lo es. Tener un romance sin tener una historia de amor con su salud emocional es violentarse.
Nadie debería tener celos de otro. Sólo hay unos celos legítimos: el celo por proteger nuestra calidad de vida. Sin él, es imposible protegernos. No hay superhéroes en el planeta de la emoción; somos nuestros mayores protectores o nuestros peores enemigos.
U N “VIRUS” MUY COMÚN: LOS CELOS EN LA POLÍTICA
Los celos no sólo infectan a los amantes; contaminan a los políticos, aprisionan a los intelectuales, encarcelan a los empresarios. Aunque haya muchas excepciones, existen diversos intelectuales, orientadores de tesis de maestría y doctorado en las universidades de las más distintas naciones que son víctimas de los celos. Tienen la necesidad neurótica de controlar a quienes orientan. Si éstos no siguen su orientación, o buscan el consejo de otros pensadores, esos intelectuales enseñan sus garras. Para ellos, las tesis de sus alumnos tienen que ser a su imagen y semejanza. Son gigantes intelectuales, pero no tienen protección emocional. Preparan a quienes orientan para un puesto, pero no los preparan para emprender, para correr riesgos, para materializar sus sueños, para ser resilientes, para reinventarse.
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