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Augusto Cury - El vendedor de sueños: La novela que regala ilusiones

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Augusto Cury El vendedor de sueños: La novela que regala ilusiones
  • Libro:
    El vendedor de sueños: La novela que regala ilusiones
  • Autor:
  • Editor:
    Zenith
  • Genre:
  • Año:
    2010
  • Índice:
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El vendedor de sueños: La novela que regala ilusiones: resumen, descripción y anotación

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El personaje principal de este libro, el vendedor de sueños, está dotado de un gran atrevimiento. Proclama a los cuatro vientos que las sociedades modernas se han convertido en un gran manicomio global, donde lo normal es estar ansioso y estresado, y lo anormal es ser saludable, tranquilo y sereno. Con una elocuencia cautivadora, estimula la mente de todos los que pasan por su vida, ya sea en las calles, en las empresas, en los centros comerciales o en las escuelas, torpedeando siempre a las personas con innumerables preguntas.

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Dedico esta novela a los queridos lectores de todos los países donde se han - photo 1

Dedico esta novela a los queridos lectores de todos los países donde se han publicado mis libros. En especial a los que de alguna manera venden sueños por medio de su inteligencia, capacidad crítica, sensibilidad, generosidad y amabilidad. Los vendedores de sueños suelen ser marginales en la sociedad. Son anormales.

Porque lo normal es revolcarse en el lodo del individualismo, el egocentrismo y el personalismo.

Su legado será inolvidable

PREFACIO

Ésta es mi cuarta obra de ficción y mi vigésimo segundo libro. El objetivo de mis novelas, como O futuro da humanidade y A ditadura da beleza, no es solamente crear tramas entretenidas, divertidas o emocionantes. Todas ellas tienen la intención de provocar el debate, viajar por el mundo de las ideas y superar las fronteras del prejuicio.

Escribo desde hace más de veinticinco años y hace poco más de ocho que publico. Tengo más de tres mil páginas todavía inéditas. Muchos no entienden por qué mis libros se venden tanto, ya que no me atrae la propaganda, y, dentro de lo posible, mantengo una vida social limitada. El éxito tal vez se deba a los viajes por el insondable mundo de la mente humana, pero la verdad es que no lo merezco. Soy un autor decidido, aunque no escribo con la agilidad que desearía. A veces bromeo y digo que soy un gran cabeza dura. Trato de ser un artesano de las palabras. Escribo y reescribo cada párrafo, día y noche, como si fuera un escultor compulsivo. En esta novela vas a ver distintos pensamientos esculpidos después de haber sido reescritos, forjados en mi psique unas diez o veinte veces.

Hay libros que salen del núcleo del intelecto; otros surgen de las entrañas de la emoción. El vendedor de sueños salió de lo más profundo de ambos. Lo estuve elaborando durante muchos años, hasta que llegó el momento de escribirlo. Mientras lo hacía, me bombardearon innumerables dudas, sonreí mucho y, al mismo tiempo, repensé nuestras locuras, por lo menos las mías. Esta novela pasea por los valles del drama y de la sátira, por la tragedia de los que perdieron y por la ingenuidad de quienes hicieron de la existencia el escenario de un circo.

El personaje principal, el vendedor de sueños, está dotado de un gran atrevimiento. Esconde muchos secretos. Nada ni nadie, a no ser su propia conciencia, controla sus gestos y palabras. Grita a los cuatro vientos que las sociedades modernas se han convertido en un gran manicomio global, donde lo normal es estar ansioso y estresado, y lo anormal es ser saludable, tranquilo y sereno. Él estimula la mente de todos los que pasan por su vida, ya sea en las calles, en las empresas, en los centros comerciales o en las escuelas, siempre torpedeando a las personas con innumerables preguntas.

Sueño con que este libro lo lean no sólo los adultos, sino también los jóvenes, pues pienso que muchos de ellos están a punto de convertirse en siervos pasivos del sistema social. No los entusiasman ni los sueños ni las aventuras. A pesar de las excepciones, se han transformado en consumidores de productos y de servicios, no de ideas. Sin embargo, consciente o inconscientemente, todos quieren una vida repleta de emociones burbujeantes, como la de los bebés cuando se arriesgan a salir de la cuna. Pero ¿dónde encontrar emociones en abundancia? ¿En qué espacio de la sociedad se encuentran? Algunos pagan mucho dinero por alcanzarlas, pero viven angustiados. Otros se desesperan en busca de fama y reputación, pero mueren aburridos. Otros incluso escalan empinadas montañas para tener algunas dosis de aventura, pero todo se disipa con el calor del día siguiente. Los personajes de esta novela van a contracorriente de la arrasadora rutina social. Segregan altas dosis de adrenalina a diario. Sin embargo, el «negocio» de vender sueños tiene un alto precio. Por eso los acompañarán riesgos y vendavales.

EL ENCUENTRO

En el más inspirador de los días, el viernes, a las cinco de la tarde, personas apresuradas —como de costumbre— se aglomeraban en un importante cruce de avenidas de la gran metrópoli. Afligidas, miraban hacia arriba, a la intersección de la calle América con la avenida Europa. El sonido estridente de un coche de bomberos invadía los cerebros y anunciaba peligro. Una ambulancia intentaba abrirse paso en el embotellamiento para aproximarse al lugar.

Los bomberos llegaron con rapidez y aislaron el área, impidiendo que los espectadores pudieran acercarse al imponente edificio San Pablo. El bloque pertenecía al grupo Alfa, uno de los mayores grupos empresariales del mundo. Los ciudadanos se miraban de reojo, y los que llegaban llevaban una pregunta en el semblante. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué movimiento era aquél? Las personas señalaban hacia arriba. En el piso veinte, en el alero del hermoso edificio recubierto de espejo, se inclinaba un suicida.

Otro ser humano que quería abreviar la de por sí brevísima existencia. Otra persona que planeaba dejar de vivir. Eran tiempos tristes. Morían más personas por la decisión de acabar con su vida que a causa de las guerras o los homicidios. Las cifras dejaban atónitos a quienes reflexionaban sobre el asunto. La experiencia del placer se había vuelto extensa como un océano, pero tan rasa como un espejo de agua. Muchos de los privilegiados financiera e intelectualmente vivían vacíos, aburridos, aislados en su mundo. El sistema social asolaba no sólo a los miserables, sino también a los adinerados.

El suicida de San Pablo era un hombre de unos cuarenta años, de rasgos bien dibujados, cejas gruesas, piel con pocas arrugas y cabello gris semilargo y bien cortado. Su erudición, fruto de muchos años de instrucción, ahora se reducía a polvo. De las cinco lenguas que hablaba, ninguna le era útil para dialogar consigo mismo; ninguna le servía para comprender el idioma de sus fantasmas interiores. Una crisis depresiva lo asfixiaba. Vivía sin sentido, nada despertaba en él ninguna emoción.

En aquel momento, sólo el último instante parecía atraerlo. Ese fenómeno monstruoso que se suele llamar «muerte» le parecía tan aterrador… Pero era, también, una solución mágica para aliviar los trastornos humanos. Nada parecía poder quitarle a ese hombre la idea de acabar con su vida. Miró hacia arriba, como si buscara redimirse de su último acto, luego bajó la vista y dio dos pasos rápidos, sin preocuparse por si se caía. Un murmullo recorrió la multitud, segura de que saltaría.

Algunos observadores se mordían las uñas nerviosos. Otros ni parpadeaban, para no perderse detalle de la escena; el ser humano detesta el dolor, pero siente una atracción fortísima por él; rechaza los accidentes, las tragedias y las miserias, pero todos seducen su retina. El final de aquel acto traería angustia e insomnio a los espectadores, pero ellos se resistían a abandonar la terrorífica escena. En contraste con la platea ansiosa, los automovilistas prisioneros en el tráfico se impacientaban y tocaban el claxon sin parar. Algunos sacaban la cabeza por la ventanilla y gritaban: «¡Salta ya y termina con este espectáculo!».

Los bomberos y el jefe de policía subieron a lo más alto del edificio para disuadir al suicida. No tuvieron éxito. Ante el fracaso, llamaron a un renombrado psiquiatra a toda prisa para que se ocupara de ello. El médico intentó ganarse la confianza del hombre, lo invitó a pensar en las consecuencias de su acto…, pero fue inútil. El suicida conocía esas técnicas; con él ya habían fracasado cuatro tratamientos psiquiátricos. Ante la presión, amenazaba: «¡Un paso más y salto!». Tenía una única certeza, que la muerte lo silenciaría todo. Realmente lo creía así. Su decisión estaba tomada, con o sin público. Su mente se detenía en sus frustraciones, removía sus tragedias, alimentaba la fuerza de su angustia.

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