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Experiencias sociológicas peligrosas
E l psiquiatra Marco Polo estaba sin aliento en su oficina en Los Ángeles, California. Solamente permanecía encendida la lámpara que estaba sobre la mesa. Hematomas en el tórax y la frente, edema en el labio inferior y tres puntos sobre la ceja derecha marcaban el rostro de un hombre que había sido golpeado. Pero ¿quién lincharía a un intelectual famoso, apasionado, dispuesto a contribuir con la sociedad? El viejo dicho “en tierra de ciegos, el tuerto es rey”, es una mentira. En realidad, el que es tuerto es condenado y agredido, principalmente si tiene el valor de exponer sus ideas.
El hombre se sentó ante su computadora. No se dejaría abatir. Estaba decidido a escribir un nuevo artículo sobre el fracaso emocional de la humanidad. Inspirado, comenzó a trabajar. Iba concatenando rápidamente los pensamientos, leyendo en voz alta sus ideas a medida que fluían hacia el teclado:
—El ser humano es un actor atormentado en el teatro del tiempo. Creamos fantasmas y nos dejamos torturar por ellos. Maltratar el tiempo es uno de esos monstruos indomables.
Su concentración era tan grande que no se dio cuenta de que no estaba solo. Alguien había entrado sigilosamente a su oficina, y escuchaba sus palabras con horror.
—¿Maltratar el tiempo? ¿Fantasmas indomables? ¿Cómo, Marco Polo? —indagó Sofía, que también era psiquiatra.
Él se despertó de su trance. Al notar su presencia, Marco Polo no se volteó hacia ella, sino que esbozó una leve sonrisa, dando un suspiro de satisfacción. Ella le traía el alivio del placer en medio de los pozos de angustia.
—Sofía, ¿qué haces aquí…?
Ella era su novia. Después de que Anna, su esposa, muriera trágicamente a consecuencia de una enfermedad autoinmune, el psiquiatra pensaba que jamás lograría amar otra vez. Pero Sofía, emocionalmente penetrante e intelectualmente lúcida, crítica, afecta a debatir las ideas, había entrado en su historia como un terremoto, destruyendo sofismas.
—Es tan bueno escucharte, Marco Polo. Yo nunca podría amar a alguien a quien no admirara.
Hacía dos días que no se veían. Era poco tiempo pero, para Marco Polo, cuarenta y ocho horas podrían traer incontables acontecimientos inesperados. Sofía quería besarlo, pero temiendo interrumpirle en sus cavilaciones, prefirió acomodarse en un sillón para hacerle compañía mientras él trabajaba un poco más en sus tesis sobre el tiempo. En la penumbra de la habitación, casi no podía distinguir el rostro de él con claridad. El psiquiatra continuaba pensando en voz alta:
—Los colegas nos frustran, los amigos nos decepcionan, los enemigos nos hieren, pero nadie es tan cruel con el ser humano como el tiempo. Muchos intentan huir desesperadamente de sus garras, pero él los alcanza y grita: “¡Estúpidos mortales! ¡Nadie puede escapar de mí! ¡Acarícienme, hagan de cada día una eternidad!”. Muchos quieren ser jóvenes por siempre e intentan engañarlo con mil procedimientos estéticos, pero el tiempo ríe a carcajadas y les advierte: “¡Tontos! ¡Rechácenme, que envejecerán rápidamente en el único lugar en el que no se debería envejecer, el territorio de la emoción!”. Los ricos intentan sobornarlo con su poder, pero el tiempo les grita en el silencio de sus mentes: “¡Locos! La vida es demasiado breve para vivirse y larguísima para equivocarse. Quien se equivoca intentando comprarme muere en vida. ¡Soy invendible e insobornable!”.