© Kosel-Verlag GmbH & Co., Munich, Alemania, 2004.
© de la traducción: Barbara Zoller, 2004.
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Una forma inteligente de contestar
Todos conocemos situaciones como éstas: un dependiente de los grandes almacenes contesta con displicencia a nuestra inofensiva pregunta; la enfermera auxiliar se muestra insolente ante nuestra necesidad de adelantar la visita médica; tío Alberto no para de importunarnos durante la celebración familiar; el compañero de trabajo nos provoca con sus bromas pesadas... Estamos constantemente expuestos a ataques verbales, a la crítica destructiva, a burlas, a bromas pesadas... Por supuesto, podemos contraatacar, pero el agresor no suele batirse en retirada, sino que acostumbra a responder con mayor violencia todavía. Es natural que nos defendamos ante las agresiones. Ojo por ojo, diente por diente. Obtenemos resultado a diario, en la calle, en debates de televisión, en fiestas familiares... Somos testigos de un intercambio continuo de agresiones desagradables, ruidosas y superfluas. Al final, todos salen perdiendo. Padecen estrés, alteraciones nerviosas, sufren dolorosas heridas psíquicas y abrigan oscuros deseos de venganza («¡Eso es inadmisible!, ¡ay de él si vuelve a venirme con ésas! Le daré su merecido») . Las agresiones verbales aún resultan más penosas para las personas que no son de reacción rápida, que se quedan mudas y perplejas ante comentarios insolentes. No encuentran la respuesta adecuada hasta que ya ha pasado todo, y entonces les corroe la ira y se sienten frustradas al quedarse con la palabra en la boca. El sueño de todo aquel que suele quedarse estupefacto es aprender a saber replicar, a sorprender al agresor con una interpelación ingeniosa.
Mi experiencia como experta en las técnicas de comunicación me ha enseñado que las bromas pesadas, las indirectas malintencionadas suelen dejar profundas heridas que tardan años en cicatrizar. En mis seminarios y prácticas sale a la luz el sufrimiento de las personas afectadas que, además, suelen plantear las mismas preguntas: ¿qué puedo hacer ante un ataque personal de mi interlocutor?, ¿cómo puedo defenderme ante una crítica injustificada de mi jefe?, ¿qué le contesto a un cliente que me ofende por teléfono?, ¿cómo puedo defenderme ante las continuas provocaciones de mi compañera de trabajo?, ¿les pago con la misma moneda?, ¿me callo?, ¿existen otras alternativas?
Sí, existen alternativas. Puedes tener la respuesta en tus manos. A lo largo de los años he desarrollado una técnica de autodefensa oral, una especie de judo verbal, de aikido retórico para todos aquellos que deseen dar réplica de forma inteligente. Como primer paso me dediqué a estudiar las técnicas básicas de las artes marciales y el aikido me llamó especialmente la atención. Esta técnica de autodefensa tiene como único objetivo hacer frente al ataque y volver a restablecer la paz. André Protin escribe en su libro Aikido: «El aikido no contempla el ataque. La base de este arte marcial es tan defensiva, tan poco combativa, que no enseña estrategias ofensivas... el aikido sustituye fuerza por sensibilidad, brutalidad por elegancia».
Decidí adoptar este criterio para la autodefensa oral. Fue así como surgió, a lo largo de los años, un buen número de llaves y asaltos orales con los que defenderse, sin que ninguno de ellos fuera ofensivo ni humillante. A pesar de que haya algunas réplicas muy duras he preferido prescindir de los golpes bajos. En primer lugar, porque el mundo está lleno de ellos y, en segundo lugar, porque quisiera insistir en una técnica de autodefensa inteligente, basada en la siguiente premisa: hacer frente al ataque y proponer al agresor una conversación sensata.
¿Pero qué podemos hacer si el agresor no responde ante nuestra táctica y continúa atacando? Las réplicas propuestas en este libro son adaptables a situaciones diversas e intercambiables entre ellas. En caso de que una observación breve no sea suficiente para repeler el ataque, podemos disparar con un refrán confuso, seguido de un cumplido y todavía nos quedan al menos cuatro posibilidades para defendernos. Dicho de otra forma: el gran número de réplicas propuestas en este libro te proporcionará la posibilidad de poder defenderte durante horas.
Los participantes en los entrenos para el desarrollo de las habilidades de negociación y para el fomento de la autoestima han puesto en práctica todas las estrategias propuestas. Además, las han corregido y mejorado, con lo que disponemos de réplicas que se adaptan a las más diversas situaciones.
El libro se estructura en cinco grandes apartados. Comienza con la postura básica de la autodefensa, el saber imponerse, y sigue con la capacidad de resistir las provocaciones. El tercer apartado ofrece una serie de réplicas formales y curiosas. El cuarto está dedicado al arte de la autodefensa en mayúsculas, es decir, enseña a saber plantar cara a las ofensas y a saber replicar al agresor. Dado que una lectura teórica no es suficiente, el último apartado del libro ofrece la posibilidad de practicar todas las estrategias de autodefensa aprendidas.
El libro es, asimismo, una ayuda para la aplicación de las estrategias de autodefensa en la vida cotidiana. Por ello hemos marcado las réplicas con un dibujo de un practicante de artes marciales en movimiento. Los ejemplos prácticos citados en el libro sirven para saber emplear las réplicas adecuadas en el momento oportuno de la conversación. Los diálogos vienen señalados con dos caras que se miran de frente.
Al principio, sin embargo, no nos ocuparemos de las palabras, sino de la energía que irradiamos en nuestras apariciones en público. El carisma, nuestro poder de convicción, serán los protagonistas.
Saber imponerse
Abandonamos elpapel de víctima en el momento en que volvemos a ser nosotros mismos. Nos alegramos de la singularidad de nuestras características diferenciales, pero también apreciamos las cualidades que compartimos con el resto de la humanidad. Nuestra vida no se rige exclusivamente por lo que los demás esperan de nosotros, sino por lo que nosotros creemos es importante.
Khaleghl Quinn
La defensa antichoque
¿Existe alguna posibilidad de que no nos afecten la insolencia y el descaro de terceros? ¿Podemos impedir que los demás nos contagien su mal humor? Casi todos nosotros hemos vivido las siguientes situaciones en la vida cotidiana: un interlocutor agresivo acaba por enfurecernos, el mal humor que reina entre nuestros compañeros se transmite y nos lo contagian, cuando los demás revolotean airadamente a nuestro alrededor también nosotros acabamos poniéndonos nerviosos. En definitiva, nos contagiamos. Los sentimientos de los demás se adueñan de nosotros. Desgraciadamente, las personas propensas a contagiarse del estado de ánimo de los demás también pueden verse implicadas con facilidad en una pelea.
Muchos de los empleados en el sector servicios o ventas son conscientes de la necesidad de tratar al cliente con amabilidad y paciencia. Sin embargo, la teoría del contagio es muchas veces más fuerte. A un vendedor que atiende a una cliente insolente enseguida se le pega el talante de ésta y eso se lo hace pagar a quien viene a continuación. Este también se contagia y sale de la tienda contrariado y molesto y contagiará, por su parte, a otra persona. El trato desconsiderado entre la gente se propaga como una epidemia de gripe. Esta situación se repite de forma tan frecuente que ya lo consideramos habitual. La persona que se apropia del mal humor de otra suele tener una justificación plausible: «Donde las dan las toman», «Hay que pagar con la misma moneda». Lo que es sinónimo de «no es culpa mía». El culpable siempre es el otro. Si se me trata de forma poco considerada, yo respondo de la misma manera. No obstante, en el fondo, este comportamiento significa que la otra persona puede convertirme en cualquier momento en su calcomanía. Cualquiera es capaz de transmitirme su mal humor, probablemente dando lugar a un problema en el momento en que pretendamos defendernos contra las agresiones externas. Necesitamos de defensas para combatir los estados de ánimo de los demás. Para ello es importante distanciarse, procurar estar por encima de las circunstancias.