Q UIÉN SOY
Suelo reírme cuando me preguntan quién soy. He estado desde los diez años en el mundo de la innovación y el emprendimiento, de manera que crecí siendo «la niña que está haciendo cosas», o «la niña que creó una plataforma». Pero tan niña no soy. En realidad, soy una joven de dieciocho años que está en ese limbo entre una etapa y otra: acabo de salir del colegio, pero todavía no entro a la educación superior.
Me considero una innovadora o una emprendedora social. Llegué a esto siguiéndole el juego a mi mamá, que lleva un buen tiempo metida en el tema. Un día me lo dijo: «Julieta, podrías llegar a reconocerte como emprendedora».
Creé una fundación llamada Tremendas. La pensé cuando tenía doce años y la saqué adelante cuando tenía catorce. Desde entonces, no he parado de desarrollar distintos proyectos.
La ambición me ha traído buenas y malas cosas en la vida. Cuando era más pequeña mucha gente se molestaba conmigo; me llegaban comentarios del tipo «las personas ambiciosas solo quieren atraer la atención» o «la ambición asusta a los hombres». Nunca me amilanaron, pero estaban en todas partes.
Yo creo que existe una «ambición sostenible», una ambición que no se come el mundo, sino todo lo contrario: lo abraza y ve cuáles son nuestros puntos de encuentro.
Siempre me ha apasionado el tema de la educación. Recuerdo la primera vez que vi una presentación de Malala Yousafzai. Debe haber sido una de las primeras veces que se presentó frente a las Naciones Unidas en Nueva York, un año después del intento de asesinato por su activismo en favor de las niñas. Es un discurso clásico a estas alturas: «Un niño, un lápiz, un profesor y un libro pueden cambiar el mundo».
Hoy es el día de toda mujer, todo muchacho o muchachaque ha alzado su voz por sus derechos. Hay cientos detrabajadores sociales y activistas por los derechos humanos que no solo levantan su voz por sus derechos, sino que están luchando por alcanzar sus objetivos depaz, educación e igualdad. Miles de personas han sidoasesinadas por los terroristas, millones han sido heridas. Soy solo una de ellas. Aquí estoy, una niña entremuchas. No hablo por mí, sino por aquellas que no tienen voz.
Este discurso influyó mucho en mi vida. Me llamó poderosamente la atención cómo, a través del acceso a la información, la gente tiene la posibilidad de cambiar su realidad, cambiar su entorno y hacerlo para mejor. Puede sonar idealista, como si fuera una utopía, pero a mí me hace mucho sentido. ¿Cómo democratizamos el acceso a la información? Esa pregunta me abrió un mundo de conceptos e ideas nuevas.
También soy una persona muy política, aunque no la veo con colores y signos, derecha-izquierda-centro. Mi papá me dijo una vez que la política es el arte de lo posible. Me gusta esa definición. Cada decisión cuenta, repercute en otra persona y en tu comunidad, y tú decides si ese efecto va a ser positivo o negativo. La pregunta es cómo trabajamos para que siempre sea positivo.
Con el tiempo me fui dando cuenta de que se nos inculcó un miedo a la política muy fuerte. Cada vez que ponía el tema sobre la mesa la gente decía «no me gusta», «no es lo mío». Pero creo que no se trata de un miedo al concepto en sí, sino a cómo se ha trabajado, a lo que ven las personas en la televisión, en los diarios o en las redes sociales. Mucho ruido, pero pocas soluciones.
Siempre me ha interesado analizar e identificar mi entorno: cuáles son los problemas que observo día a día, y qué puedo hacer como persona, como Julieta, para generar un cambio. Eso fue lo que me movilizó y empujó a sacar adelante Tremendas y rodearme de gente que me enseña todos los días algo nuevo.
En realidad, más que emprendedora o innovadora, como me suelen llamar en la prensa, soy activista. Activista por la justicia climática y la equidad de género. Esa es mi parada frente al mundo.
Hay una visión muy sesgada todavía de qué es activismo. Cuando se le pregunta a cualquier persona qué se le viene a la cabeza cuando hablamos de activistas, la respuesta suele ser: «Son personas jóvenes, con una pancarta de cartón en la calle gritando algo».
Sí, de alguna manera eso forma parte del activismo: levantar la voz por las causas que te parecen justas, buscar cómo tú y una parte de la sociedad civil pueden generar un cambio. Pero va mucho más allá de eso. Personalmente, lo entiendo como la acción de convertir todo lo que te da rabia, pena, angustia, algún tipo de malestar, en tu motor de cambio.
Eso que tanto te molesta, y de manera persistente, existirá para siempre si no haces algo al respecto. Por eso las preguntas relevantes son: ¿qué vamos a hacer para cambiarlo? ¿Dónde buscas la información que necesitas para ponerte en marcha? ¿Con quiénes tienes que trabajar? ¿Con cuáles herramientas?
Estas fueron mis primeras inquietudes cuando todavía era una niña. Las respuestas aparecieron con el tiempo, gracias al encuentro con otras niñas y con adult@s inspiradores en espacios de interacción que fueron clave para mí.
C EREBRO ESPONJA
Durante un tiempo fui víctima de bullying en el colegio. Ocurrió en quinto y sexto básico, lo pasé muy mal. No fue como en las películas, con ese nivel de crueldad, pero sí fue una etapa delicada para mí. Ya no me duele, pero la cicatriz está.
Cuando iba al jardín infantil hablaba con todo el mundo. En la plaza me acercaba a conversar con la señora que estaba sentada en la banca o con el niño que se tiraba por el tobogán. Me gustaba jugar más con los niños que con las niñas, y era de aquellas que terminaban con los pantalones rotos y entera embarrada.
Pero llega un momento en que las cosas que antes no te importaban comienzan a afectarte. Me refiero a la percepción del resto, de tu entorno. Cuando uno crece, a las niñas se las empieza a evaluar a partir de estándares de belleza y forma de ser para que cumplan con un estereotipo. Chimamanda Ngozi Adichie lo menciona en muchos de sus libros: a las niñas se les enseña primero a ser amables, no a exponer sus ideas. Tengo que gustarle al resto para poder sentirme bien.
Entre los doce y quince años, los intereses de los niños y las niñas comienzan a distanciarse. A las niñas desde chicas les enseñan a competir entre ellas. Es algo que viví y hasta el día de hoy observo con claridad.
Durante aquel período de bullying gran parte de los comentarios hirientes que me llegaban venían, precisamente, de otras niñas. Donde esperaba encontrar un espacio seguro me encontré muchas veces con momentos dolorosos.
Muchas chicas con las que he conversado me han contado que han pasado por algo similar. Es una edad en que se aplican etiquetas sin parar: no eres chistosa sino «hueca», no eres seria sino «aburrida», y si tus intereses son distintos a los de la masa eres «rara». Entonces vienen pensamientos negativos como «tengo que decir tal cosa para defenderme».
Empecé a cuestionarlo todo. Si no era ahí, ¿dónde podría encontrar un espacio seguro? Me sentí muy sola, muy dolida. Es muy fuerte lo que el