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Adolfo Pérez Agustí - DEPRESIÓN: La enfermedad de la tristeza

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Adolfo Pérez Agustí DEPRESIÓN: La enfermedad de la tristeza
  • Libro:
    DEPRESIÓN: La enfermedad de la tristeza
  • Autor:
  • Editor:
    Adolfo Pérez Agustí
  • Genre:
  • Año:
    2020
  • Índice:
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La búsqueda de la felicidad es la máxima ambición del ser humano, pero tan sujeto está a las presiones de la vida en sociedad que le resulta casi imposible lograr una continuidad en su buen estado emocional. Para ayudarle, la medicina natural no solamente le ofrece diversos remedios que le aportarán ese soporte imprescindible, sino que le indica soluciones filosóficas adecuadas para lograr que vea el conjunto de su vida como un vaso medio lleno.

Es este, pues, un libro optimista, con soluciones prácticas y sencillas que llevarán rápidamente a la persona depresiva a un mejor estado anímico y corporal.

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DEPRESIÓN

La enfermedad de la tristeza

© Adolfo Pérez Agustí (2005-2020)

edicionesmasters@gmail.com

La búsqueda de la felicidad es la máxima ambición del ser humano, pero tan sujeto está a las presiones de la vida en sociedad que le resulta casi imposible lograr una continuidad en su buen estado emocional. Para ayudarle, la medicina natural no solamente le ofrece diversos remedios que le aportarán ese soporte imprescindible, sino que le indica soluciones filosóficas adecuadas para lograr que vea el conjunto de su vida como un vaso medio lleno.

Es este, pues, un libro optimista, con soluciones prácticas y sencillas que llevarán rápidamente a la persona depresiva a un mejor estado anímico y corporal.

DEPRESIÓN
La enfermedad de la tristeza

REENCUENTRO CON LA FELICIDAD

Autor: Adolfo Pérez Agustí

“Si exagerásemos nuestras alegrías como lo hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían su importancia”.

ANATOLE FRANCE

“Me siento triste, tanto que no soporto ver a la gente feliz, observando indiferentes mi angustia por no conseguir sonreír. Es como si alguien en mi interior me hubiera robado la vitalidad, el entusiasmo y la capacidad para sacar provecho a la vida. Solamente la idea de la muerte parece aliviarme”.

Estas frases pertenecen a una persona real, pero posiblemente son iguales a otros miles que quizá ni siquiera salieron de la mente de las personas deprimidas. Corroyendo cada parte de nuestro ser, la depresión se instala en nuestro cuerpo, abarcando simultáneamente el alma y los sentidos, pues no hay una sola parte de nuestro organismo que no se vea sacudida por ella. Nos puede invadir cuando somos niños con la misma intensidad que cuando somos adultos; en la pobreza igual que en la opulencia; con belleza o con fealdad, y resistirse al tratamiento más pertinaz.

Aristóteles decía que “…la felicidad alcanza hasta donde llega la facultad de pensar, y cuanto mayor sea la facultad de pensar en una persona, mayor será su felicidad”. De este modo, las situaciones desagradables de la vida no deberían conducir necesariamente a una depresión, sino que dependerían de cómo esa persona interprete los acontecimientos. Por ello, es posible que la felicidad dependa más del modo en que asumamos las cosas que nos ocurren, de nuestra propia filosofía, que de los acontecimientos en sí mismos, por deprimentes que sean estos. El vaso medio lleno o medio vacío, según la filosofía tradicional.

Pudiera ser también que la tristeza se aprendiera, como se aprende a maldecir, a protestar o a criticar. Llegado ya a un alto grado de eficacia en este aprendizaje, el depresivo es capaz de darse por vencido, de no asumir ninguna responsabilidad, no responder a los estímulos, pues ha llegado a la conclusión, después de largos y penosos razonamientos, que cualquier cosa que haga, ya sea en ese momento o posteriormente, carecerá de toda importancia. “Si antes estuve triste, si ahora estoy hundido ¿quién me asegura que mañana conseguiré estar alegre?” Nadie, por supuesto, ya que es una batalla que hay que emprender casi en solitario.

Según Seligman, estas conclusiones forman un estilo de pensamiento mediante el cual el enfermo se explica a sí mismo porqué suceden las cosas negativas que le pasan, lo que le lleva a un desamparo aún mayor. Por el contrario, si fuera capaz de encontrar un estilo explicativo optimista bloquearía su tristeza, agrandando día a día su felicidad y encontrando situaciones gratificantes en cualquier situación. En otras palabras, y según nos cantaba Bing Crosby (popular cantante de los 50s), “cuando creas que todo es triste en tu vida, dedica más tiempo a contar tus venturas”.

Bien, hay otra solución: vivamos en y con la depresión, pero vivamos.

Introducción

“Me apresuro a reírme de todo, para no verme obligado a llorar”.

PIERRE A. C. BEAUMARCHAIS

Según un estudio sobre el impacto mundial de las enfermedades publicado por la Organización Mundial de la Salud en 1998, la depresión es la enfermedad con mayor discapacidad y morbilidad en mujeres en edad reproductiva (15-49 años de edad.) También, y según este mismo organismo, al menos el 95% de la población mundial se ha visto afectada de esta enfermedad una vez en la vida, y creo que son muy optimistas, al menos en la frecuencia. Más aún, es posible que la mayoría de las neurosis, esquizofrenias, cuadros de ansiedad y ciertas formas de cáncer, tengan su origen en un cuadro depresivo. En este aspecto, un doctor llamado Hamer, quien intentó demostrar que el cáncer se asentaba casi de forma exclusiva en un cuadro depresivo anterior no resuelto o una situación de estrés insostenible, fue apartado de la profesión y metido en prisión, no fuera a ser que invalidara todas las teorías anteriores. Ese doctor olvidó que alrededor del cáncer hay una poderosa industria que proporciona millones de dólares y mucho prestigio a quienes ni siquiera saben curarlo, y que no podía intentar eliminar tanto desatino sin pagar un alto precio por ello.

Aunque solemos creer que la tristeza es una enfermedad tradicional en los países económicamente fuertes, sabemos que en países en vías de desarrollo la depresión representa el doble de incidencias con respecto a otra enfermedad común en este grupo de edad, como es la tuberculosis.

En el mundo occidental, la depresión suele tener un impacto aún mayor durante el posparto, en el crecimiento y adolescencia, así como en la etapa escolar que precede al ingreso universitario, en el ambiente familiar hostil y durante el trabajo en empresas económicamente inestables.

Mezclada frecuentemente con el desamor, la incertidumbre económica y laboral, el miedo a las enfermedades, y a la pérdida de la ilusión por el futuro, esta tristeza puede llegar a anular todos los mecanismos de defensa orgánicos, tanto físicos como mentales. Sin embargo, y a pesar de que existe una evidencia abrumadora sobre la magnitud y trascendencia de esta enfermedad del alma, de la incapacidad y morbilidad que produce, y de que rara vez es tratada adecuadamente a través de los centros estatales, no existen todavía iniciativas sistemáticas para corregirla y evitarla en los servicios de atención primaria que atienden a poblaciones de alto riesgo. Una corta visita al psiquiatra, con un diálogo que apenas llega a los 10 minutos, y una receta con dos o tres fármacos, es todo el alivio que esa mente angustiada puede esperar obtener.

Dedicada la medicina estatal al control y tratamiento de las enfermedades físicas, nadie parece conceder importancia capital a las enfermedades de la mente, invirtiéndose cuantiosas cantidades de dinero en buscar solamente remedios paliativos para las enfermedades crónicas. Si rebuscan en las opciones médicas, apenas encontrarán lugares de reposo, grandes centros de atención psicológica, y ni siquiera folletos explicativos para tratar de evitar que las personas caigan en el pozo que supone la depresión.

Sin embargo, la depresión es el trastorno que más visitas ocasionan al psicólogo, estipulándose en un 50% del total, aunque esta cifra pudiera ser más alta si tenemos en cuenta que en toda crisis de pareja hay siempre un componente depresivo. Sin embargo, los episodios de melancolía y sus formas clínicas constituyen el cuadro más típico de la depresión, pero suelen ser asumidos por el propio enfermo, quien se responsabiliza a sí mismo o sus circunstancias de su enfermedad.

CAPÍTULO PRIMERO

Descripción

“Tener tranquilo el ánimo y alegre el humor a las horas de comer y de dormir, es uno de los preceptos cuya práctica contribuye más a prolongar la vida”.

FRANCIS BACON

En un principio definida como un trastorno afectivo, término empleado más comúnmente en países angloparlantes, se ha ido sustituyendo por el de “Trastorno del humor”, internacionalmente preferido y más preciso. Los humores, el estado de ánimo que mostramos a las personas, nos indican siempre que podemos “estar de buen o mal humor”, aunque la gente lo relaciona más con cierta brusquedad de carácter, que con un estado depresivo. El malhumorado, aunque esté deprimido en su fuero interno, debe mostrarse agresivo, verbal y en ocasiones físicamente, pues así parece que da rienda suelta a su tristeza y frustración.

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