A modo de epílogo
Julius Van Daal
Lo que no hay que confundir en cuanto a esclavitud asalariada y rechazo del trabajo
NO CONFUNDAMOS UN SALARIO SIN TRABAJO…
El subsidio de desempleo no es sino un avatar del salariado, e incluye todas las formas de asistencia pecuniaria «universal» ya existentes o contempladas, comprendido ahí el RMI de lujo que reivindican ciertos libertarios a los que no parece repugnarles mucho semejante forma de recurrir al Estado, y que, convertidos en reformistas, jamás habían soñado algo tan imposible…
El perceptor es un proletario que no tiene gran cosa que sabotear
Un salario sin trabajo es una limosna más o menos parca dispensada por el Estado y sus servicios sociales, cuando no por instituciones caritativas. Destinada a comprar la paz social a un precio ruin, la difusión de las prestaciones de subsistencia solo sirve para exacerbar la docilidad y la sumisión del «ejército de reserva del capitalismo», ahora que los excluidos de la producción, expulsados del seno del paraíso mercantil por la deslocalización de la producción y la automatización de las tareas, proliferan como consecuencia de la implacable y sacrosanta carrera en pos del beneficio.
Todo salario comporta sus penas
Además de rematar la transformación de los pobres en deudos de los poderes establecidos, en muchos casos el subsidio de desempleo puede condenar al beneficiario a una ociosidad rumiante; tiene el sabor amargo de la desposesión y deja al individuo sin recursos solo frente a esa uniformidad desestructurada que ha hecho de las sociedades humanas algo tan poco humano. Al inempleable se le arrojan unas migajas del gran festín de los privilegiados, cuyos fastos y oropeles puede admirar a través de la pantalla hasta la saciedad. Es así, mediante semejantes dádivas, como se maneja a las manadas boquiabiertas de empleados subalternos y buscadores de empleo.
Mientras exista el dinero, jamás habrá suficiente para todos
Por definición, ese salario sin trabajo no puede existir sino en una sociedad estrechamente controlada por el Estado (que acuña moneda) y sometida al mundo de la empresa (que maneja dinero). En dicha sociedad, el dinero es a la vez el principal vínculo entre los individuos y lo que los enfrenta a todos entre sí. El culto triunfante de la mercancía alienta todos los egoísmos y justifica todas las mezquindades, y exalta el desprecio suicida de la vida y la renuncia a toda dignidad, a despecho de todas las gesticulaciones «ecológicas» y «éticas» del comercio y de la propaganda estatal. En tales condiciones, el montante de las prestaciones de subsistencia depende en gran medida tanto de las fluctuaciones de la tasa de beneficios como de las veleidades reguladoras de los dispensadores del maná. Alegando la crisis perpetua, estos tienen plena libertad para no conceder dichas prestaciones sino a aquellos indigentes que demuestren su sumisión mediante toda suerte de bajezas. Para todo aquel que no pueda contar con el apoyo de una familia u otro grupo mejor parado, la opción es sencilla: hundirse en la decadencia moral y física o acudir a medios ilícitos de obtención de recursos, con lo que atrae sobre sí y justifica cada vez más la presión de las fuerzas del control y del encarcelamiento.
… CON UN MUNDO SIN DINERO.
En un mundo liberado del asfixiante abrazo de la economía, la creación de riqueza será la obra de grupos de afinidad de todas las dimensiones regidos por los principios —simples o refinados— de la asociación heterogénea, y constituidos en redes planetarias que trascenderán las barreras lingüísticas y étnicas como mejor les plazca.
Cuando los corderos rabiosos se hayan zampado a sus pastores
Por espinoso y escandaloso que resulte, es indudable que el desmantelamiento del sistema que nos tritura es menos inviable que los nebulosos proyectos de salariado universal, y tampoco cabe duda que la sociedad resultante sería incomparablemente más fecunda y evolutiva. Su fundamento reside en lo que nos han legado de sólido y grato las comunidades antiguas: la ayuda mutua, el desinterés y la armonía con la naturaleza. Por poco que los dominados refunfuñen ante su inmolación y salgan de su resignación, esa conmoción podría producirse en respuesta a las penurias y las calamidades ecológicas que amenazan con transformar la civilización de la mercancía en un campo de ruinas dominado por la barbarie.
Dejaremos de estar doblegados bajo el peso del curro
En un mundo sin dinero y sin propiedad privada ni estatal, la esclavitud asalariada será suplantada por una actividad humana autónoma orientada hacia el juego y la comunidad. El amargo recuerdo de las humillaciones del salariado, no menos que la imprescindible vigilancia de los emancipados, impedirá que reaparezca. Comerciar con los frutos del esfuerzo y de la imaginación será tan intolerable como inviable. El reparto sustituirá al intercambio y el don al comercio. La riqueza, nacida del buen hacer y del saber estar, dejará de medirse y brotará de la intensidad de los momentos vividos. En ese mundo sin hipermáquinas ni megaestructuras, en el que toda tecnología engendrada por la búsqueda del poder y de la rentabilidad estará proscrita, la actividad humana no conocerá otro límite que el respeto absoluto por el medio ambiente compartido por toda la humanidad, pues la naturaleza será universalmente reconocida como la verdadera comunidad de las comunidades.
El gran juego de la disparidad de pasiones
En una sociedad liberada de las jerarquías económicas y desembarazada de la división social, la variedad de reglas de juego consentidas por la adhesión de los individuos a distintos grupos de afinidad aliviará a los seres humanos de la iniquidad y la brutalidad de las leyes penales, que solo sirven para someter y doblegar a los pobres. El carrerismo y los rencores recalentados que lleva aparejados, extirpados por fin, dejarán de trabar el desarrollo cualitativo de cada cual. En un mundo curado de la paranoia social, no habrá que temer ninguna monótona armonía universal ni tampoco ningún enojoso «fin de la historia»… Será un baile incesante de pasiones intrépidas y de conflictos no rentables. La fuerza, el saber y la astucia ya no servirán para someter y explotar, sino para prodigar y crear.
NO CONFUNDAMOS UN ESCLAVO SIN AMO…
El corolario del tiempo de trabajo (que apenas se distingue del tiempo de «búsqueda de empleo») es el tiempo de ocio y de consumo, ocupado por un estupor y una fatiga que prolongan e intensifican la sumisión… Ese tiempo, modelado de cabo a rabo por el comercio, se cuenta y se parcela, se vende y se compra, se repite y se vuelve a repetir, y a cada día que pasa, su discurrir lento y uniforme nos aplasta un poco más.
Pasotismo y sumisión
En grandes dosis, el pasotismo (el rechazo del trabajo que se limita a no colaborar con la marcha de los negocios) engancha al individuo a una inactividad mórbida vivida como negación pasiva de las obligaciones sociales. Semejante pérdida de contacto con la realidad, no menos que la aceptación complaciente del yugo del salariado, desemboca con frecuencia en gravísimos trastornos mentales y toxicomanías. Con tal de escapar tanto a las angustias de la hiperpasividad como a los tormentos de la hiperproductividad, otros parias, muchas veces apenas menos embrionarios, buscan consuelo en ineptas «actividades de ocio» que van del exotismo con diversas tarifas al hedonismo estandarizado. Otros, sin duda más generosos pero no por ello menos limitados, van dando tumbos de secta en secta, afiliándose a absurdas creencias de las que acostumbran a ser más víctimas que beneficiarios… Sin embargo, y entre tantos prototipos de miseria «posmoderna», la figura del «pasota», ahora ya muy extendida, con su sucedáneo de distancia y sus mediocres placeres, se ha convertido en el paradigma más acabado del consumidor-espectador atomizado que no se siente engañado por nada pero que se sabe resignado a todo.