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Seth Stephens-Davidowitz - Todo el mundo miente

Aquí puedes leer online Seth Stephens-Davidowitz - Todo el mundo miente texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2017, Editor: ePubLibre, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Seth Stephens-Davidowitz Todo el mundo miente

Todo el mundo miente: resumen, descripción y anotación

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E ste libro fue un esfuerzo grupal.

Las ideas expuestas fueron desarrolladas mientras yo era estudiante en Harvard, científico de datos en Google y columnista en The New York Times.

Hal Varian, con quien trabajé en Google, ha tenido una gran influencia en las ideas de este libro. Hasta donde puedo saber, Hal va siempre veinte años por delante de su época. Su libro El dominio de la información, escrito con Carl Shapiro, en esencia predijo el futuro. Y su trabajo «Predicting the Present», en colaboración con el joven Hyun Choi, en gran medida inició la revolución de los macrodatos en las ciencias sociales que se describe en este libro. También es un mentor asombroso y amable, como pueden atestiguar muchos de los que han trabajado con él. Una de las estrategias típicas de Hal es hacer la mayor parte de la labor necesaria para un artículo escrito en colaboración y después insistir en poner primero el nombre del colaborador. Su combinación de genialidad y generosidad es algo que rara vez he visto.

Mis escritos e ideas maduraron bajo la dirección de Aaron Retica, mi editor en cada una de las columnas publicadas en The New York Times. Aaron es un polímata. De alguna manera, sabe todo sobre música, historia, deportes, política, sociología, economía y Dios sabe qué otras cosas. Es responsable de una enorme proporción de lo bueno que hay en las columnas del Times con mi firma. Entre los jugadores del equipo que apoyó esas columnas figuran Bill Marsh, cuyos gráficos siguen alucinándome, Kevin McCarthy y Gita Daneshjoo. El presente libro incluye pasajes de esas columnas, reproducidos con permiso.

Steven Pinker, quien amablemente accedió a escribir el prólogo, ha sido durante mucho tiempo uno de mis héroes. Ha puesto el listón muy alto en lo referente a cómo debe ser un libro moderno sobre ciencias sociales: una exploración atractiva de los fundamentos de la naturaleza humana, con un análisis de las mejores investigaciones en un abanico de disciplinas. Trataré de alcanzar ese listón toda mi vida.

Mi tesis, de la que se desprende este libro, fue escrita bajo la dirección de mis brillantes y pacientes asesores: Alberto Alesina, David Cutler, Ed Glaeser y Lawrence Katz.

Denise Oswald es una editora increíble. Si se quiere comprobar lo bien que edita, puede compararse esta versión final con mi primer borrador. En realidad, no puede hacerse porque no voy a mostrar a nadie más aquel vergonzoso primer borrador. También doy las gracias al resto del equipo de HarperCollins, incluidos Michael Barrs, Lynn Grady, Lauren Janiec, Shelby Meizlik y Amber Oliver.

Eric Lupfer, mi agente, vio el potencial de este proyecto desde el comienzo, se encargó de realizar la propuesta y ayudó a llevarla a cabo.

Agradezco a Melvis Acosta la magnífica comprobación de los datos utilizados.

Otras personas de las que aprendí mucho a lo largo de mi vida profesional y académica son Susan Athey, Shlomo Benartzi, Jason Bordoff, Danielle Bowers, David Broockman, Bo Cowgill, Steven Delpome, John Donohue, Bill Gale, Claudia Goldin, Suzanne Greenberg, Shane Greenstein, Steve Grove, Mike Hoyt, David Laibson, A. J. Magnuson, Dana Maloney, Jeffrey Oldham, Peter Orszag, David Reiley, Jonathan Rosenberg, Michael Schwarz, Steve Scott, Rich Shavelson, Michael D. Smith, Lawrence Summers, Jon Vaver, Michael Wiggins y Qing Wu.

Agradezco a Tim Requarth y NeuWrite que me ayudaran a mejorar mi redacción.

A Christopher Chabris, Raj Chetty, Matt Gentzkow, Solomon Messing y Jesse Shapiro les agradezco su ayuda a la hora de interpretar estudios.

Pedí a Emma Pierson y Katia Sobolski consejos sobre un capítulo del libro. Por razones que no comprendo, decidieron ofrecerse a leerlo todo y darme sabios consejos sobre cada párrafo.

Mi madre, Esther Davidowitz, leyó el libro entero varias veces y ayudó a mejorarlo notablemente. También me enseñó con el ejemplo que debía seguir a mi curiosidad, sin importar adónde me llevara. Cuando me presenté a una entrevista para un puesto universitario, un profesor me preguntó: «¿Qué piensa su madre de lo que hace?». La idea era que mi madre se avergonzaba de mis investigaciones sobre sexo y otros temas tabúes. Pero siempre la he sabido orgullosa de que siguiera a mi curiosidad, dondequiera que me llevara.

Muchas personas leyeron partes del libro e hicieron comentarios de provecho. Doy las gracias a Eduardo Acevedo, Coren Apicella, Sam Asher, David Cutler, Stephen Dubner, Christopher Glazek, Jessica Goldberg, Lauren Goldman, Amanda Gordon, Jacob Leshno, Alex Peysakhovich, Noah Popp, Ramon Roullard, Greg Sobolski, Evan Soltas, Noah Stephens-Davidowitz, Lauren Stephens-Davidowitz y Jean Yang. De hecho, en sustancia Jean fue mi mejor amiga mientras escribía esto, y eso también se lo agradezco.

Por su ayuda al recopilar datos, doy las gracias a Brett Goldenberg y James Rogers, y a Mike Williams de MindGeek y a Rob McQuown y Sam Miller de Baseball Prospectus.

Agradezco el apoyo financiero de la Fundación Alfred Sloan.

En determinado momento, mientras escribía este libro me quedé muy atascado; me sentía perdido y estuve a punto de abandonar el proyecto. Entonces me fui al campo con mi padre, Mitchell Stephens. A lo largo de una semana, papá me recompuso. Me llevó a dar paseos durante los que hablamos del amor, la muerte, el éxito, la felicidad y la escritura, y luego me sentó para que repasáramos cada una de las frases del libro. No habría podido terminarlo sin él.

Por supuesto, todos los errores que han permanecido son míos.

01. Malas corazonadas

Malas corazonadas

S i tienes 33 años y has asistido a unas cuantas cenas de Acción de Gracias seguidas sin novia, es probable que surja el tema de encontrar pareja. Y casi todo el mundo tendrá una opinión.

—A Seth le hace falta una chica que esté loca como él —dice mi hermana.

—¡Tú sí que estás loca! Seth necesita una chica normal, para equilibrar —dice mi hermano.

—Seth no está loco —dice mi madre.

—¡Tú estás loca! Claro que Seth está loco —dice mi padre.

De repente, mi tímida y modosa abuela, que se ha pasado toda la cena callada, toma la palabra. Las voces neoyorquinas fuertes y agresivas callan, y las miradas se centran en la ancianita de pelo amarillo corto, cuyo acento sigue teniendo un deje de Europa del Este.

—Seth, necesitas una buena chica. No demasiado guapa. Muy inteligente. Con buen trato. Sociable, así haces cosas. Con sentido del humor, porque tú tienes sentido del humor.

¿Por qué los consejos de esta anciana merecen tanto respeto y atención en mi familia? Bueno, mi abuela de 88 años ha visto más cosas que todas las demás personas sentadas a la mesa. Ha observado más matrimonios, muchos de los cuales estaban bien avenidos y muchos no. Y, con los decenios, ha catalogado los atributos necesarios para que las relaciones funcionen. En esta cena de Acción de Gracias, respecto de esa cuestión, mi abuela tiene acceso al mayor número de datos. Mi abuela es la inteligencia de datos.

En este libro, quiero desacralizar la ciencia de datos. Nos guste o no, los datos desempeñan un papel cada vez más importante en nuestras vidas, y ese papel va en aumento. Actualmente, los periódicos tienen secciones enteras dedicadas a los datos. Las grandes compañías cuentan con equipos centrados solo en analizar sus datos. Los inversores dan a las empresas emergentes decenas de millones de dólares si almacenan más datos. Aun si no sabemos ejecutar una prueba de regresión o calcular un intervalo de confianza, encontraremos muchísimos datos: en las páginas que leamos, en las reuniones de negocios a las que vayamos, en los cotilleos que oigamos en los pasillos.

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