Pierre Klossowski - Nietzsche y el círculo vicioso
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- Libro:Nietzsche y el círculo vicioso
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1969
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Nietzsche y el círculo vicioso: resumen, descripción y anotación
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Nietzsche y el círculo vicioso — leer online gratis el libro completo
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Tenemos aquí un libro que dará cuenta de una rara ignorancia: ¿cómo ceñirse a hablar del “pensamiento de Nietzsche” sin señalar en ningún momento lo que ha sido dicho al respecto? Existe el riesgo de volver sobre pistas ya seguidas en más de una ocasión, sobre huellas tantas veces indicadas —plantear imprudentemente cuestiones superadas— y así dar muestras de negligencia, de una falta total de escrúpulos en relación con las minuciosas exégesis emprendidas hasta hoy, para interpretar las mismas señales como destellos de calor que un destino sigue arrojando sobre el horizonte de nuestro siglo.
¿Cuál es entonces nuestro propósito, si es que tenemos uno? Hagamos de cuenta que se trata de un falso estudio. Al leer a Nietzsche en el texto, al escucharlo hablar para “nosotros mismos” quizá lleguemos a oír el murmullo, la respiración, los estallidos de cólera y de risa de la prosa más insinuante que haya dado la lengua alemana, y también la más irritante. La palabra de Nietzsche adquiere, para quien sabe escucharla, una virtud más contundente todavía, en la medida en que la historia contemporánea, los acontecimientos, el universo comienzan a responder de manera más o menos difusa a las cuestiones planteadas por él hace ochenta años. Intentaremos comprender la forma en que Nietzsche interrogaba el devenir próximo o lejano que hoy es nuestra actualidad cotidiana —que él previó convulsiva, hasta el punto de caricaturizar su pensamiento con nuestras mismas convulsiones—; en qué sentido su interrogación describe lo que vivimos actualmente.
No podríamos omitir dos puntos esenciales hasta entonces velados o silenciados en el estudio de su pensamiento. El primero es que ese pensamiento, a medida que se desarrolla, abandona la esfera específicamente especulativa para adoptar o simular los preliminares de un complot. De ese modo, convierte a nuestros días en objeto de una acusación tácita: la requisitoria fue dirigida por la exégesis marxista que al menos puso de relieve la intención del complot, porque todo pensamiento individual de origen burgués sería necesariamente una “conspiración” de clase. Hay un complot nietzscheano que no es el de clase sino el del individuo aislado (como Sade) con los medios de esa clase, no sólo contra su propia clase, sino también contra las formas existentes de la especie humana en su totalidad.
El segundo punto, que se relaciona directamente con el precedente, es que, al ver meditar a ese pensamiento un hecho vivido hasta convertirlo en premeditación sistemática, a un grado de delirio interpretativo que disminuiría asimismo la “responsabilidad del pensador”, de alguna manera se le acuerdan “circunstancias atenuantes”: lo cual es peor que la requisitoria marxista. Porque, ¿qué es lo que se quiere atenuar? El hecho de que ese mismo pensamiento gira sobre el delirio como si fuese su propio eje. Ahora bien, desde sus comienzos, Nietzsche aprende de esa propensión, pone todo su empeño en combatir la atracción irresistible que ejerce el Caos sobre él, más precisamente, el abismo: hiato que desde la infancia busca colmar y franquear con su autobiografía. Mientras más sondea el fenómeno del pensamiento y los diferentes comportamientos que éste provoca, más estudia las reacciones individuales que suscitan las estructuras del mundo moderno —y esto siempre en función de su representación del mundo antiguo— y más se aproxima a ese abismo.
En Nietzsche, el pensamiento lúcido, el delirio y el complot forman un todo indisoluble: indisolubilidad, en lo sucesivo, criterio para todo aquello de lo que se van a sacar o no consecuencias. El hecho de que ese pensamiento implique el delirio no lo hace “patológico”, sino que, de tan lúcido, llega a la altura de la interpretación delirante, como lo exige la iniciativa experimental en el mundo moderno. A la modernidad le corresponde decir si esa iniciativa tuvo éxito o fracasó. Pero como el mundo está comprendido en la iniciativa de Nietzsche, mientras más incrementa aquél la amenaza de sus propios fracasos, más crece el pensamiento de Nietzsche. Las catástrofes modernas siempre son confundidas —a más o menos corto plazo— con la “feliz noticia” de un “falso profeta”.
Entonces, ¿qué significa el acto mismo de pensar? La sospecha circula secretamente en los escritos de juventud, para manifestarse de manera cada vez más virulenta en los fragmentos inéditos contemporáneos de Humano, demasiado humano y, sobre todo, en aquellos de La Gaya Ciencia. Qué es lúcido, qué es inconsciente en el pensamiento y en los actos, es la cuestión subterránea que por fuera aparece como una crítica de la cultura y se explicita adrede bajo una forma aun capaz de integrar las discusiones especulativas e históricas de su tiempo. De esa manera, el pensamiento de Nietzsche describe dos movimientos simultáneos y divergentes: la noción de lucidez sólo es válida en la medida en que es considerada y, por ende, afirmada la oscuridad total:
“El Caos prosigue en forma constante su trabajo en el espíritu: conceptos, imágenes, sentimientos se yuxtaponen ahí fortuitamente, arrojados en desorden. Así se crean aproximaciones que asombran al espíritu: recuerda el parecido, experimenta su sabor, retiene y elabora uno y otro, según su arte y su saber. Aquí está el último pequeño fragmento de mundo donde algo nuevo se combina, al menos adonde llega la mirada humana. Y, para concluir, incluso en ese caso se tratará de una nueva combinación química que todavía no tiene semejanza en el devenir del mundo.”
Que un pensamiento no ascienda sino descendiendo, que no progrese sino retrocediendo —inconcebible espiral, cuya “inútil” descripción repugna; al punto que nos negamos a admitir que el propio movimiento de las generaciones sucesivas la describe— libre para no consagrarse más que a la ascensión de un espíritu que parece seguir, de común acuerdo con la cultura, el ascenso de la historia; y por lo demás, de dejar el movimiento descendiente de ese pensamiento en espiral a los expertos del fracaso, del desecho, del menoscabo de la función de pensar y de vivir. Según esa cómoda división del trabajo, éstos apenas tendrán que inquietarse por la tensión entre la lucidez y la oscuridad; si no es para constatar el día en que éstas se pronunciarían la una por la otra, convirtiéndose en el acento del delirio.
Sólo discernir ese acento en el pensamiento de Nietzsche llevaría a referirse, en primer lugar; a las instancias que replantea ese pensamiento. O bien, se podría considerar que desde el principio era ya un desvarío que acometiera esas instancias; o que, por su clarividencia, la emprendía directamente contra toda noción de lucidez. Esa es la razón por la que a cada paso se ve circunscripto:
desde el interior:
por el principio de identidad sobre el que reposa el lenguaje (el código de los signos cotidianos) en función del principio de realidad;
desde el exterior:
por las autoridades competentes instituidas (historiadores de la filosofía) pero, sobre todo, por los psiquiatras, agrimensores del inconsciente, y quienes por eso controlan la amplitud más o menos variable del principio de realidad del que daría testimonio el hombre al pensar y al actuar;
por último:
desde ambas partes, a través de la ciencia y sus experimentaciones que, tanto al aproximarse como al dar marcha atrás, desplazan los límites y “rectifican” las demarcaciones entre lo que es adentro y lo que es afuera.
En lo que respecta a esas esferas delimitadas en forma diversa desde el punto de vista de la investigación, el entendimiento de Nietzsche parece obedecer a dos principios: al de la realidad, en tanto que no hace más que describirla históricamente
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