Walter Riso - ¿Amar o depender?
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- Libro:¿Amar o depender?
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2008
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¿Amar o depender?: resumen, descripción y anotación
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¿Amar o depender? Un libro de referencia en situaciones de crisis de pareja. Entregarse afectivamente no implica desaparecer en el otro, sino integrarse respetuosamente. El amor sano es una suma de dos, en la cual nadie pierde.
La dependencia afectiva a la pareja tarde o temprano genera sufrimiento y depresión. Millones de personas en todo el mundo son víctimas de relaciones amorosas inadecuadas y no saben qué hacer al respecto, ya que el miedo a la pérdida, a la soledad o al abandono contamina el vínculo amoroso y lo vuelve altamente vulnerable. Un amor inseguro es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento y lastimarnos profundamente. Sin embargo, y al contrario de lo que parece establecer nuestra cultura, sí es posible amar con independencia y aun así seguir amando. Es posible eliminar las ataduras psicológicas y, pese a todo, mantener vivo el fuego del amor.
Walter Riso
Cómo superar el apego afectivo y hacer del amor una experiencia plena y saludable
ePub r1.2
MaskDeMasque 27.12.16
Título original: ¿Amar o depender?
Walter Riso, 2008
Editor digital: MaskDeMasque
ePub base r1.2
«¡Y muero porque no muero…! ¡Eterno placer amargo éste del amor! ¡Perpetuo deseo de poseer tu alma, y perpetua lejanía de tu alma! ¡Siempre seremos tú y yo!; siempre, a pesar de que mis ojos miren de muy cerca a tus ojos, habrá un espacio en donde cada uno se forme una imagen mentirosa del otro… ¿Cómo es posible entender lo que sientes al oír aquella música, si mi alma es distinta de la tuya? ¡Egoísmo amargo éste del amante: Querer ser uno donde hay dos; querer luchar con el espacio, con el tiempo y con el límite!».
FERNANDO GONZÁLEZ
Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, más que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación. Bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona «amada», un simple apéndice. Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si uno estornuda, el otro se suena la nariz. O, en una descripción igualmente malsana si uno tiene frío, el otro se pone el abrigo.
«Mi existencia no tiene sentido sin ella», «Vivo por y para él», «Ella lo es todo para mí», «Él es lo más importante de mi vida», «No se qué haría sin ella», «Si él me faltara, me mataría», «Te idolatro», «Te necesito», en fin, la lista de este tipo de expresiones y «declaraciones de amor» es interminable y bastante conocida. En más de una ocasión las hemos recitado, cantado bajo una ventana, escrito o, simplemente, han brotado sin puedo alguno de un corazón palpitante y deseoso de comunicar afecto. Pensamos que estas afirmaciones son muestras del más puro e incondicional de los sentimientos. De manera contradictoria, la tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista: el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente, no son lo más recomendable.
La epidemiología del apego es abrumante. Según los expertos, la mitad de la consulta psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica interpersonal. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza.
Una de mis pacientes hacía la siguiente descripción de su «relación amorosa»: «Llevo doce años de novia, pero estoy comenzando a cansarme… El problema no es el tiempo, sino el trato que recibo… No, él no me pega, pero me trata muy mal… Me dice que soy fea, que le produzco asco, sobre todo mis dientes, que mi aliento le huele a… (llanto)… Lo siento, me da pena decirlo… que mi aliento le huele a podrido… Cuando estamos en algún lugar público, me hace caminar adelante para que no lo vean conmigo, porque le da vergüenza… Cuando le llevo un detalle, si no le gusta me grita “tonta” o “retardada”, lo rompe o lo tira a la basura muerto de furia… Yo siempre soy la que paga. El otro día le llevé un pedazo de torta y como le pareció pequeño, lo tiró al piso y lo aplastó con el pie… Yo me puse a llorar… Me insultó y me dijo que me fuera de su casa, que si no era capaz de comprar una mísera torta, no era capaz de nada… Pero lo peor es cuando estamos en la cama… A él le fastidia que lo acaricie o lo abrace… Ni qué hablar de los besos… Después de satisfacerse sexualmente, se levanta de inmediato y se va a bañar… (llanto)… Me dice que no vaya a ser que lo contagie de alguna enfermedad… Que lo peor que le puede pasar es llevarse pegado algún pedazo de mí… Me prohíbe salir y tener amigas, pero él tiene muchas… Si yo le hago algún reclamo de por qué sale con mujeres, me dice que terminemos, que no se va aguantar una novia insoportable como yo…».
¿Qué puede llevar a una persona a resistir este tipo de agravios y someterse de esta manera? Cuando le pregunté por qué no le dejaba, me contestó entre apenada y esperanzada: «Es que lo amo… Pero sé que usted me va ayudar a desenamorarme… ¿no es cierto?…». Ella buscaba el camino facilista: el alivio, pero no la cura. Las reestructuraciones afectivas y las revoluciones interiores, cuando son reales, son dolorosas. No hay ninguna pócima para acabar con el apego. Le contesté que no creía que una persona debía esperar a desenamorarse para terminar una relación, y que dudaba de que se pudiera producir desamor a fuerza de voluntad y razón (de ser así, el proceso inverso también debería ser posible, y tal como lo muestran los hechos, uno no se enamora del que quiere, sino del que puede). Para ser más exacto, le dije que su caso necesitaba un enfoque similar a los utilizados en problemas de farmacodependencia, donde el adicto debe dejar la droga pese a la apetencia: «Lo que la terapia intenta promover en las personas adictas es básicamente autocontrol, para que aun necesitando la droga sean capaces de pelear contra la urgencia y las ganas. En el balance costo-beneficio, aprenden a sacrificar el placer inmediato por la gratificación a mediano o largo plazo. Lo mismo ocurre con otro tipo de adicciones, como, por ejemplo la comida o el sexo. Usted no puede esperar a desenamorarse para dejarlo. Primero debe aprender a superar los miedos que se esconden detrás del apego, mejorar la autoeficacia, levantar la autoestima y el autorespeto, desarrollar estrategias de resolución de problemas y un mayor autocontrol, y todo esto deberá hacerlo sin dejar de sentir lo que siente por él. Por eso es tan difícil. Le repito, el drogadicto debe dejar el consumo, pese a que su organismo no quiera hacerlo. Debe pelear contra el impulso porque sabe que no le conviene. Pero mientras lucha y persiste, la apetencia está ahí, quieta y punzante, flotando en su ser dispuesta a atacar. El desamor no se puede lograr por ahora, eso llegará después. Además, cuando comience a independizarse, descubrirá que lo que usted sentía por él no era amor, sino una forma de adicción psicológica. No hay otro camino, deberá liberarse de él sintiendo que lo quiere, pero que no le conviene. Una buena relación necesita mucho más que afecto en estado puro».
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