INTRODUCCIÓN
El amor a uno mismo es un dique de contención contra el sufrimiento mental. Amarse a uno mismo no solamente es el punto de referencia para saber cuánto se debe amar a los demás («Ama a tu prójimo como a ti mismo»), sino que parece actuar como un factor de protección para las enfermedades psicológicas y un elemento que genera bienestar y calidad de vida.
Activar toda la autoestima disponible o amar lo esencial de uno mismo es el primer paso hacia cualquier tipo de crecimiento psicológico y mejora personal. Y no me refiero al lado oscuro de la autoestima, al narcisismo y a la fascinación del ego, sentirse único, especial y por encima de los demás; no hablo de «enamoramiento» ciego y desenfrenado por el «yo» (egolatría), sino de la capacidad genuina de reconocer, sin vergüenza ni temor, las fortalezas y virtudes que poseemos, integrarlas al desarrollo de nuestra vida y volcarlas a los demás de manera efectiva y compasiva. Quererse uno mismo, despreciando o ignorando a los demás, es pura presunción; querer a los demás, despreciándose uno mismo, es carencia de amor propio.
«Enamórate de ti» significa: «Quiérete y ámate a ti mismo honestamente.» Perseverar en el ser (conatus), como decía Spinoza, para defender la existencia individual y sacar a relucir lo mejor de cada cual. Quererse a uno mismo también es propiciar la autoconservación sana, tal como promovían los estoicos, y procurarse el mayor placer posible y saludable, como defendía Epicuro. Quererse a uno mismo es considerarse digno de lo mejor, fortalecer el autorrespeto y darse la oportunidad de ser feliz por el solo hecho y sin más razón que la de estar vivo.
El amor empieza en casa. Tu primer amor es el que se dirige a ti mismo, y en ese primer idilio aprenderás a amar la existencia o a odiarla ¿Cómo abrir las puertas al amor de los que te rodean si desprecias o no aceptas tu ser, o si te avergüenzas de existir? Un paciente vencido por la depresión me decía: «Lo siento, pero... me avergüenza estar vivo.» ¿Habrá mayor decadencia del ser? Del mismo modo que no atacas ni te desentiendes de quienes amas, debes hacer lo mismo con tu persona. Ser amigo de uno mismo es el primer paso hacia una buena autoestima. Amar es buscar el bien del otro y disfrutarlo, que su dolor nos duela y su alegría nos alegre; y con el amor propio ocurre algo similar: si no te perdonas, si te fastidia estar contigo mismo, si no te soportas y te menosprecias, ¡es que no te amas! A veces, me preguntan si es posible odiarse a uno mismo, y mi respuesta es categórica: «Por supuesto, ¡y con qué intensidad!» Incluso hasta el extremo de querer desaparecer de la faz de la tierra y obrar en consecuencia.
Muchas veces, nos regodeamos en el dolor autoinfligido. Cuentan que una señora viajaba en tren, y a las tres de la mañana, mientras la mayoría de pasajeros dormía, comenzó a quejarse en voz alta: «¡Qué sed tengo, Dios mío!» «¡Qué sed tengo, Dios mío!» Una y otra vez. Su insistencia despertó a varios de los pasajeros, y el que estaba a su lado fue a buscar dos vasos de agua: «Tome señora, calme su sed y así dormiremos todos». La señora se los bebió rápidamente y la gente se acomodó intentando retomar el sueño. Todo parecía que había vuelto a la normalidad, hasta que tras pocos minutos se oyó nuevamente a la señora decir: «¡Qué sed tenía, Dios mío!» «¡Qué sed tenía, Dios mío!» Incorporamos el castigo psicológico a nuestras vidas desde pequeños sin darnos cuenta y, como si fuera una faceta normal y hasta deseable, nos acoplamos a él. Nos regodeamos en el sufrimiento o le ponemos velas. A veces, nos comportamos como si el autocastigo fuera una virtud porque «templa el alma», y aunque sea cierta la importancia del esfuerzo para alcanzar las metas personales, una cosa es la autocrítica constructiva y otra la autocrítica despiadada que nos golpea con contundencia y no nos permite levantar cabeza. Una cosa es aceptar el sufrimiento útil y necesario, y otra muy distinta habituarnos al dolor que de forma masoquista nos infligimos a nosotros mismos en aras de «limpiar culpas» o «tratar de ser dignos» para que alguien nos ame.
Los hallazgos realizados en el campo de la psicología cognitiva en los últimos veinte años muestran claramente que la visión negativa que se tiene de uno mismo es un factor determinante para que aparezcan trastornos psicológicos como fobias, depresión, estrés, ansiedad, inseguridad interpersonal, alteraciones psicosomáticas, problemas de pareja, bajo rendimiento académico y laboral, abuso de sustancias nocivas, problemas de imagen corporal, incapacidad para regular las emociones y muchos más. La conclusión de los especialistas es clara: si la autoestima no posee suficiente fuerza, viviremos mal, seremos infelices y padeceremos ansiedad.
Este libro va dirigido a aquellas personas que no se aman lo suficiente a sí mismas, que viven encapsuladas, amarradas a normas irracionales y desconsideradas para con ellas mismas. También va dirigido a aquellos que sabían amarse a sí mismos en alguna época y se han olvidado de hacerlo por los rigores de la vida o las carreras desenfrenadas por la supervivencia, donde uno se pone en segundo plano, como si se tratara de material desechable. La propuesta del presente libro es simple y compleja a la vez. «Enamórate de ti; sé valiente; comienza el romance contigo mismo en un “yo sostenido” que te haga cada día más feliz y más resistente a los embates de la vida cotidiana.»
ENAMÓRATE DE TI
Quererse a sí mismo es quizá el hecho más importante que garantiza nuestra supervivencia en un mundo complejo y cada vez más difícil de afrontar. Aun así, y curiosamente, gran parte del aprendizaje social se orienta a sancionar o subestimar el valor del amor propio, posiblemente para evitar caer en las garras del engreimiento. Si decides felicitarte dándote un beso, es probable que las personas que te rodean (incluso el psicólogo de turno) evalúen tu conducta como ridícula, narcisista o pedante. Está mal visto que nos congratulemos o que estemos muy alegres de ser como somos (una persona muy feliz consigo misma y con el mundo puede fácilmente ser diagnosticada como hipomaníaca por algunas reconocidas clasificaciones psiquiátricas). Cuando nos ocupamos de nosotros mismos durante demasiado tiempo, nos mimamos o nos autoelogiamos, llegan las advertencias: «¡Cuidado con el exceso de autoestima!» o «¡Ojo con el orgullo!». Y en parte resulta entendible viendo los estragos que puede causar un ego inflado y sobredimensionado. Sin embargo, una cosa es ser ególatra (endiosamiento de sí mismo), egoísta (avaricioso e incapaz de amar al prójimo) o egocéntrico (incapaz de reconocer puntos de vista distintos), y otra muy distinta ser capaz de aceptarse a sí mismo de manera honesta y genuina sin hacer alharaca ni despliegues publicitarios. La humildad es ser consciente de la propia insuficiencia, pero de ninguna manera implica ser ignorante de la valía personal.