Thomas S. Kuhn - El camino desde la estructura
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- Libro:El camino desde la estructura
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- Año:2000
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El camino desde la estructura: resumen, descripción y anotación
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¿QUÉ SON LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS?
«What Are Scientific Revolutions?» [«¿Qué son las revoluciones científicas?»] se publicó por primera vez en The Probabilistic Revolution, vol. 1: Ideas in History, compilado por Lorenz Krüger, Lorraine J. Daston y Michael Heidelberger (Cambridge, MA, MIT Press, 1987). Los tres ejemplos que forman el grueso del artículo fueron desarrollados en esta forma para la primera de las tres conferencias pronunciadas con el título «The Natures of Conceptual Change» en la Universidad de Notre Dame a finales de noviembre de 1980, como parte de la serie «Perspectives in the Philosophy of Science». En una forma muy parecida a la presente, pero con el título «From Revolutions to Salient Features», el artículo se leyó en la tercera conferencia anual de la Cognitive Science Society en agosto de 1981.
Han transcurrido casi veinte años desde que distinguí por primera vez lo que me pareció ser dos tipos de desarrollo científico: normal y revolucionario. La mayor parte de la investigación científica que tiene éxito produce como resultado un cambio del primer tipo, y su naturaleza es bien descrita por una imagen muy común: la ciencia normal es la que produce los ladrillos que la investigación científica está continuamente añadiendo al creciente edificio del conocimiento científico. Esta concepción acumulativa del desarrollo científico es familiar y ha guiado la elaboración de una considerable literatura metodológica. Tanto esta concepción como sus subproductos metodológicos se aplican a una gran cantidad de trabajo científico importante. Pero el desarrollo científico manifiesta también una modalidad no acumulativa, y los episodios que la exhiben proporcionan claves únicas de un aspecto central del conocimiento científico. Re tomando un duradero interés, intentaré aquí aislar varias de estas claves; primero describiendo tres ejemplos de cambio revolucionario, y luego discutiendo brevemente tres características que todos ellos comparten. Sin duda los cambios revolucionarios comparten además otras características, pero esas tres proporcionan una base suficiente para los análisis más teóricos que me ocupan actualmente, y en los que me apoyaré, un tanto crípticamente, en la parte final de este artículo.
Antes de pasar al primer ejemplo que trataré extensamente, permítanme intentar sugerir —para aquellas personas que no estén previamente familiarizadas con mi vocabulario— de qué es un ejemplo. El cambio revolucionario se define en parte por su diferencia con el cambio normal, y éste es, como ya se ha indicado, el tipo de cambio que tiene como resultado el crecimiento, aumento, o adición acumulativa a lo que se conocía antes. Las leyes científicas, por ejemplo, son usualmente productos de este proceso normal: la ley de Boyle ilustrará lo que está aquí en juego. Sus descubridores poseían previamente los conceptos de presión y volumen de un gas, así como los instrumentos requeridos para determinar sus magnitudes. El descubrimiento de que el producto de la presión y el volumen de una muestra dada de un gas era una constante a temperatura constante se añadía simplemente al conocimiento del modo en que se comportaban estas variables ya comprendidas. La abrumadora mayoría de avances científicos son de este tipo normal acumulativo, pero no multiplicaré los ejemplos.
Los cambios revolucionarios son diferentes y bastante más problemáticos. Ponen en juego descubrimientos que no pueden acomodarse dentro de los conceptos que eran habituales antes de que se hicieran dichos descubrimientos. Para hacer, o asimilar, un descubrimiento tal, debe alterarse el modo en que se piensa y describe un rango de fenómenos naturales. El descubrimiento (en casos como éstos, «invención» puede ser una palabra mejor) de la segunda ley del movimiento de Newton es de esta clase. Los conceptos de fuerza y masa que figuran en esa ley diferían de los que eran habituales antes de la introducción de la misma, y dicha ley resultó esencial para su definición. Un segundo ejemplo más completo, aunque más simplista, nos lo proporciona la transición de la astronomía ptolemaica a la copernicana. Antes de que esta transición tuviera lugar, el Sol y la Luna eran planetas, pero la Tierra no. Después la Tierra pasó a ser un planeta como Marte y Júpiter, el Sol se consideró una estrella y la Luna un tipo nuevo de cuerpo, un satélite. Cambios de esta clase no fueron simplemente correcciones de errores individuales englobados en el sistema ptolemaico. De un modo similar a la transición a las leyes de Newton del movimiento, esos cambios incluían no sólo cambios en las leyes de la naturaleza, sino también transformaciones en los criterios mediante los que algunos términos en esas leyes se conectaban con la naturaleza. Además, esos criterios eran dependientes, en parte, de la teoría con la que fueron introducidos.
Cuando este tipo de cambio de referentes acompaña a un cambio de ley o de teoría, el desarrollo científico no puede ser completamente acumulativo. No se puede pasar de lo viejo a lo nuevo mediante una simple adición a lo que ya era conocido. Ni tampoco se puede describir completamente lo nuevo en el vocabulario de lo viejo o viceversa. Consideremos el enunciado compuesto: «En el sistema ptolemaico los planetas giran alrededor de la Tierra; en el copernicano giran alrededor del Sol». Estrictamente interpretado, ese enunciado es incoherente. La primera ocurrencia del término «planeta» es ptolemaica, la segunda copernicana, y ambas se conectan con la naturaleza de manera diferente. El enunciado no es verdadero en ninguna lectura unívoca del término «planeta».
Ejemplos tan esquemáticos como éstos sólo pueden proporcionar algunos indicios de lo que el cambio revolucionario implica. Así pues, paso enseguida a analizar algunos ejemplos más completos, comenzando con el que hace una generación me introdujo a la noción de cambio revolucionario: la transición de la física aristotélica a la newtoniana. Aquí sólo puede considerarse una pequeña parte de esta transición, la que se centra en problemas del movimiento y de mecánica, e incluso en relación con ella seré esquemático. Además, mi explicación invertirá el orden histórico y describirá no lo que los filósofos aristotélicos de la naturaleza requirieron para llegar a los conceptos newtonianos, sino lo que yo, educado como un newtoniano, requerí para llegar a los conceptos de la filosofía aristotélica de la naturaleza. Afirmaré simplemente que el camino que yo recorrí hacia atrás con la ayuda de textos escritos fue lo suficientemente parecido al que los antiguos científicos recorrieron hacia adelante sin contar con la ayuda de ningún texto, con la naturaleza como única guía.
Leí por primera vez algunos de los escritos de Aristóteles sobre física en el verano de 1947, cuando era un estudiante graduado de física que intentaba preparar un estudio sobre el desarrollo de la mecánica para un curso de ciencia para personas sin formación científica. No puede sorprender que me acercara a los textos de Aristóteles teniendo muy clara en mi mente la mecánica newtoniana que había leído. Esperaba responder a la pregunta de cuánta mecánica había sabido Aristóteles y cuánta había dejado para que descubrieran gente como Galileo y Newton. Dada esa formulación, descubrí rápidamente que Aristóteles no sabía casi nada de mecánica. Había dejado todo a sus sucesores, principalmente los de los siglos XVI y XVII. Esta conclusión era corriente, y podría haber sido correcta en principio. Pero yo la encontraba turbadora porque, mientras leía sus escritos, Aristóteles me parecía no sólo un ignorante en mecánica, sino además un físico terriblemente malo. En particular, sus escritos sobre el movimiento me parecían llenos de errores egregios, tanto de lógica como de observación.
Estas conclusiones eran inverosímiles. Después de todo Aristóteles había sido el muy admirado codificador de la lógica antigua. Durante casi dos milenios después de su muerte, su trabajo desempeñó el mismo papel en lógica que el de Euclides en geometría. Además, Aristóteles había demostrado a menudo que como naturalista era un observador extraordinariamente agudo. Especialmente en biología, sus escritos descriptivos proporcionaron modelos que fueron fundamentales en los siglos XVI y XVII para la emergencia de la tradición biológica moderna. ¿Cómo era posible que su característico talento le hubiera abandonado tan sistemáticamente cuando pasó al estudio del movimiento y la mecánica? Asimismo, si su talento le había abandonado, ¿por qué sus escritos de física habían sido tomados tan seriamente durante tantos siglos después de su muerte? Estas preguntas me preocupaban. Podía creer fácilmente que Aristóteles hubiera tropezado, pero no que se hubiera desplomado totalmente al pasar a la física. ¿No podría ocurrir que la culpa fuera mía y no de Aristóteles? Quizá sus palabras no siempre habían significado exactamente lo mismo para él y sus contemporáneos/as que para mí y los/las míos/as.
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