Eduard Voltas - Carta a un indeciso
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- Libro:Carta a un indeciso
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
- Índice:3 / 5
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Carta a un indeciso: resumen, descripción y anotación
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Cataluña vive uno de los momentos más importantes de su historia: tiene que decidir si quiere o no quiere constituirse en Estado independiente. Más tarde o más temprano, los ciudadanos serán convocados a las urnas para manifestar libremente su voluntad, y eso exige un debate público maduro, sereno y respetuoso entre los partidarios del sí y los del no. Un debate que permita a los indecisos, que son muchos, formarse una opinión y obrar en consecuencia. Eduard Voltas es partidario del sí y en esta carta se dirige abiertamente a todos los que dudan. Carta a un indeciso es un texto breve, directo y honesto, escrito con pasión pero lleno de razones y argumentos. Un libro que invita a imaginar, y a construir, un futuro mejor.
Eduard Voltas
ePub r1.1
koothrapali 16.04.14
Título original: Carta a un indecís
Eduard Voltas, 2014
Traducción: Antònia Escandell Tur
Retoque de cubierta: koothrapali
Editor digital: koothrapali
ePub base r1.1
Querido indeciso,
Si alguna vez te han dicho que la independencia lo resuelve todo, te han mentido. La independencia no lo resuelve todo. Muchos pensamos que es una gran oportunidad para solucionar muchas cosas, pero carece de propiedades mágicas. La independencia no es más que un instrumento, una herramienta, y las herramientas se pueden utilizar bien o mal. No existen garantías de que Cataluña sepa utilizar bien esta herramienta y le saque el máximo provecho. Así que si has empezado la lectura esperando un catálogo de garantías de mejora firmado ante notario, es mejor que no sigas leyendo. Esta carta pretende únicamente compartir contigo las causas por las que creo que, racionalmente, existen motivos muy poderosos para pensar que necesitamos la herramienta, que es buena, que la sabremos utilizar correctamente y que, por lo tanto, vale la pena apostar por ella.
(Disculpa, no me he presentado. Lo haré muy brevemente porque el tema de este libro no soy yo pero, aun así, creo que tienes derecho a saber quién te habla y desde qué punto de vista te habla. Soy de Barcelona, nací en 1970, estoy casado y tengo dos hijos de ocho y cinco años que van a un colegio público, en el barrio de Poblenou. Vivimos en un piso hipotecado y no tenemos segunda residencia pero, por fortuna, nunca me ha faltado de nada. Estudié periodismo y he tenido la suerte de poder vivir de mi profesión. Tuve una breve experiencia de gobierno: cuatro años, de 2007 a 2010, como secretario de Cultura de la Generalitat a las órdenes del conseller Joan Manuel Tresserras. Actualmente, imparto clases en la facultad de Comunicación Blanquerna y colaboro con varios medios, pero mi trabajo principal es el de editor de la revista Time Out Barcelona. La empresa —pequeña: quince trabajadores— es mía y por ahora estamos consiguiendo aguantar la crisis. Me considero de izquierdas y la crisis ha reafirmado esta convicción, como le ha sucedido a mucha gente. Soy independentista desde que tengo uso de razón política).
Retomo el hilo. No solo sucede que la independencia no lo resuelve todo, sino que hay que reconocer que nunca fue el plan A del catalanismo. Históricamente, el independentismo siempre había sido muy minoritario, porque el plan A de Cataluña siempre había consistido en encontrar una manera cómoda de estar en España. Una manera de estar dentro de España que permitiera a Cataluña desarrollar todas sus potencialidades económicas, lingüísticas y culturales, y que permitiera asegurar a los catalanes el máximo bienestar posible. De hecho, la Guerra de Sucesión (la de 1714) ya consistía en esto: los catalanes de entonces no lucharon por la independencia, sino a favor de un candidato al trono de España que creían que los iba a respetar, y en contra de otro candidato que, según temían, no los respetaría. Ganó el segundo y, efectivamente, no los respetó.
Este afán por reformar España y encontrar la manera de encajar en ella ha durado hasta hace muy poco. El último intento fue el nuevo Estatuto impulsado por Pasqual Maragall y aprobado por el Parlament de Catalunya en 2005. Nada de lo que está sucediendo ahora se entiende sin aquello. Aquel Estatuto era un Estatuto para quedarse en España, una propuesta sincera y muy mayoritaria de la sociedad catalana para quedarse en España ampliando el autogobierno. Una propuesta que además estaba encabezada por un socialista, y no por un nacionalista.
¿Y qué pasó?
Primero, que el gran partido de derechas español recogió en la calle cuatro millones de firmas en contra (¡cuatro millones!) y que el gran partido de izquierdas español lo recortó con ganas en el Congreso de los Diputados («le hemos pasado el cepillo», dijo Alfonso Guerra en tono de burla).
Segundo, que los catalanes, a pesar de la decepción, aceptamos el gran recorte en un referéndum. Era mejor aquello que nada, pensó la mayoría de los pocos que fueron a votar.
Tercero, que el gran partido de derechas recurrió el texto aprobado en referéndum ante el Tribunal Constitucional.
Y cuarto, que el Tribunal Constitucional (también con el voto de magistrados nombrados por el PSOE) remató el trabajo con una sentencia que dejaba al pobre Estatuto en un texto irreconocible y que en algunos aspectos empeoraba lo que teníamos antes, lo que provocó que Cataluña pasara de la decepción a la frustración.
El mensaje de este penoso proceso, que duró de 2005 a 2010, era clarísimo: lo que quieren los catalanes está muy por encima de lo que están dispuestos a aceptar los dos grandes partidos españoles, y además no cabe dentro de la Constitución. Solo hay una manera de ser español, la que deciden el PP, el PSOE y el Tribunal Constitucional. Y si ustedes quieren ser españoles de otra forma, se tendrán que aguantar o intentar reformar la Constitución. Constitución, por cierto, que no se puede reformar sin el apoyo de los dos grandes partidos españoles. Fin de la cita.
Pese a que el mensaje estaba clarísimo, en 2010 hubo elecciones en Cataluña y los ciudadanos dieron la mayoría a un partido, CiU, que no proponía la independencia, sino una nueva fórmula de entendimiento con España: el pacto fiscal. Aquella victoria electoral del pacto fiscal de Mas fue una demostración más de la increíble tozudez catalana para no irse de España: en lugar de rendirse a la evidencia, los catalanes insistían con una nueva propuesta para quedarse. Pero esta vez, el mensaje a Madrid era mucho más concreto que un largo Estatuto de 223 artículos. Esta vez, el mensaje era: «Por lo menos dejadnos recaudar nuestros impuestos como hacen los vascos, ¿no?». De hecho, el mensaje era más refinado: «Queremos recaudar nuestros impuestos pero, a diferencia de los vascos, que después de recaudar no aportan nada a la caja común del Estado, nosotros queremos fijar una aportación solidaria. Eso sí, dentro de unos límites razonables que querríamos pactar con ustedes».
La respuesta también fue no. Un no rotundo, sonoro, solemne, inequívoco. Los vascos pueden recaudar y administrar sus impuestos pero los catalanes no, aunque manifiesten voluntad de mantener una cuota de solidaridad con el resto del Estado.
Esta vez el no de Madrid tuvo un efecto inesperado (inesperado en Madrid, por lo menos). Los catalanes no se conformaron con la respuesta, y muchos (¿una mayoría?) decidieron pasar de la frustración a la acción. Si no podemos estar dentro del Estado español de una forma más cómoda, nos tendremos que construir nuestro propio Estado. Por primera vez en la historia, el catalanismo tiraba la toalla, abandonaba el plan A y ponía en marcha el plan B: la independencia.
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