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Lord Chesterfield - Cartas a su hijo

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Lord Chesterfield Cartas a su hijo

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CARTA CXC

CARTA CXC

Londres, 26 de abril, v.s., de 1750

Mi querido amigo:

Dado que está próximo tu viaje a París, y constituirá para ti, de un modo o de otro, un período de infinitas consecuencias, mis cartas estarán a partir de ahora orientadas principalmente hacia este punto cardinal. Serás dejado allí a tu arbitrio, en vez de, al de mister Harte. Y estoy seguro de que me permitirás desconfiar un poco de la capacidad de arbitrio propia de los dieciocho años. En la academia que son con frecuencia motivo de trifulca. Muéstrate animado como ellos, si tal es tu deseo, pero al mismo tiempo sé algo más prudente. En lo que respecta a las bellas letras, encontrarás las más de las veces ignorantes; pero no por ello los critiques, y no hagas notar tu superioridad. No es culpa suya: han sido educados para el ejército; pero, por otra parte, no permitas que su ignorancia y desidia perturben esas horas de la mañana que querrás consagrar a la seriedad del estudio. No desayunes con ellos, pues es una gran pérdida de tiempo; diles (pero sin la menor afectación ni tono sentencioso) que tu intención es dedicar por la mañana dos o tres horas a la lectura, mientras que el resto de la jornada estás a su entera disposición. Por más que, dicho sea de paso, espero que pases las tardes en compañía de personas más razonables.

Debo insistir para que no vayas nunca a ese café que en París llaman el Café Inglés: y que por dicho motivo te prometiste no exponerte jamás al riesgo de ganar más de dos luises por día. Este modo ligero y frívolo de declinar las invitaciones al vicio y a las locuras es lo que mejor conviene a tu edad, y al mismo tiempo es más eficaz que una negativa seria y filosófica. Un joven que se muestra carente de voluntad propia y dispuesto a hacer siempre lo que se le pide pasa por agradable, pero se le juzga al mismo tiempo un necio. Actúa con prudencia, sobre la base de unos principios sólidos y con razones válidas; pero guárdatelas para ti, y no sueltes sentencias. Si te invitan a beber di que con mucho gusto lo harías, pero que basta con tan poco para embriagarte y hacerte sentir mal que le jeu ne vaut pas la chandelle [la cosa no merece la pena].

Te ruego que muestres muchas atenciones y no dejes de hacer la corte a monsieur de la Guérinière, que está en París en buenas relaciones con el príncipe Carlos y otras muchas personalidades muy distinguidas; tu reputación se verá acrecentada con su apoyo, para no hablar de lo positivo que te será su favor en la academia. Por las razones que te expuse en mi carta anterior, deseo que durante seis meses permanezcas en ella como interne; pasado este período, te prometo que podrás alojarte dans un hôtel garni [en una casa de alquiler amueblada], siempre que reciba entre tanto noticias de que frecuentas la mejor sociedad francesa y gozas de su consideración. Nada te falta, gracias a Dios, excepto las prendas exteriores, el último toque, esa tournure du monde [ese talante mundano] y esas buenas maneras tan indispensables para adornar y hacer valer el mérito más sólido. Son cualidades que solamente se adquieren frecuentando los más selectos círculos sociales, y en Francia mejor que en ninguna otra parte. No te faltarán las ocasiones, pues te haré llegar cartas de presentación que servirán para introducirte en los ambientes más selectos, no sólo del beau monde [buena sociedad], sino también de los beaux esprits [hombres cultos]. Te exhorto por ello a que dediques todo el año a mejorar con miras al éxito final, sin permitir que una ociosa vida disipada, unas bajas tentaciones o unos malos ejemplos te aparten de tus fines. Pasado el año, harás lo que te plazca; no interferiré más en tu conducta, porque estoy seguro de que en este punto estaremos ambos a cubierto de todo riesgo. Adieu!

CARTA CXCI

CARTA CXCI

Londres, 30 de abril, v.s., de 1750

Mi querido amigo:

Me dice mister Harte, que en todas sus cartas hace algún tipo de panegírico de ti, en la última algo que me complace en extremo: que en Roma has preferido constantemente frecuentar las bien consolidadas amistades italianas a las camarillas organizadas para hacerles la competencia a determinadas damas disidentes compatriotas nuestras. Lo cual denota buen sentido y que eres consciente del objeto por el que te encuentras en el extranjero. Es mucho más importante conocer las mores multorum hominum [costumbres de numerosos hombres] que las urbes [ciudades]. Te exhorto a perseverar en esta conducta razonable adondequiera que fueres, y sobre todo en París, donde no conocerás a treinta ingleses, sino a trescientos, siempre en rebaño y sin intercambiar palabra con ningún francés.

Ésta es por norma general —o contra toda norma, si lo prefieres— la vida de los milords anglais. Apenas se levantan, es decir, muy tarde, desayunan juntos, malgastando así un par de horas de la mañana. A continuación se hacen llevar en coche al Palais, a Les Invalides y a Nôtre-Dame, y de allí al Café Inglés, donde se encuentran para ir a almorzar en cualquier taberna. Después de la comida, regada con abundantes libaciones, se trasladan en grupo al teatro y abarrotan el palco, luciendo unos hermosísimos trajes pésimamente confeccionados por sastres escoceses o irlandeses. Terminado el espectáculo, ahí los tienes de nuevo en la taberna, donde empinan el codo hasta emborracharse o se pelean entre ellos, para salir acto seguido a provocar algún altercado público, acabando infaliblemente detenidos por la ronda. Todo el que no hable el francés antes de salir de su país puede estar seguro de que no lo aprenderá jamás. Sus promesas de amor están dirigidas a sus lavanderas irlandesas, a menos que éstas no se vean por algún azar sustituidas por una señora inglesa de paso, que huye del marido con su amante o de los acreedores. De modo que vuelven a su patria más petulantes, pero no más informados de lo que salieron de ella; y exhiben lo que creen haber aprendido afectando vestir a la francesa y haciendo crueles estragos con el francés.

Hunc tu, Romane, caveto.

Mientras estés en Francia, relaciónate tan sólo con franceses; aprende de los mayores, diviértete con los jóvenes; adáptate de buen grado a sus costumbres así como a sus pequeñas locuras, pero no a sus vicios. Con todo, no adoptes un tono de reproche o de censura, que no es propio de tu edad. No encontrarás por lo general frecuentando los círculos sociales franceses mucha cultura, por lo que guárdate bien de hacer alarde de la tuya delante de ellos: la gente detesta a quien le hace sentir su inferioridad. Disimula, pues, con extremo cuidado tu saber, y resérvalo para los encuentros con las gens d’Église o las gens de Robe; pero incluso en estos casos deja que sean ellos quienes te lo sonsaquen, evitando parecer ansioso de exhibirlo. Gracias a esta aparente reticencia pasarás por más sabio de lo que en realidad eres, y se te atribuirá además la virtud de la modestia. Raramente se da crédito a alguien que proclama, o simplemente da a entender, que tiene bonnes fortunes [aventuras galantes], o, si se le da, lo único que se gana son críticas; en cambio, a quien se preocupa de esconderlas se le suponen a menudo más de las que tiene, y otras se las proporciona su reputación de persona discreta. Otro tanto sucede con el hombre de cultura: si la exhibe, logra escaso crédito, y se le juzga superficial; si luego se comprueba que realmente la posee, se le tacha de pedante. Cualquier mérito, cuando es real, ubi est non potest diu celari [allí donde lo hay, no puede permanecer por mucho tiempo oculto]: saldrá a la luz, y nada podrá disminuirlo, salvo el exhibicionismo de quien lo posee. Pudiera ser que no se viera recompensado como merece, pero en ningún caso se dejará de reconocerlo. De ordinario, encontrarás a las mujeres del beau monde parisino más ilustradas que los hombres, a quienes se educa exclusivamente para el ejército en cuyos brazos se les arroja a la edad de doce o trece años; pero aunque este tipo de educación los convierte en unos ignorantes en lo que hace a los libros, les proporciona por otra parte un gran conocimiento del mundo, un trato fácil y unos modales corteses.

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