Lord Byron - Diario de Cefalonia
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- Libro:Diario de Cefalonia
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1975
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Diario de Cefalonia: resumen, descripción y anotación
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GEORGE GORDON BYRON, sexto barón de Byron (Londres, 22 de enero de 1788 – Mesolongi, Grecia, 19 de abril de 1824), fue hijo del capitán John «Mad Jack» Byron y de la segunda esposa de éste, lady Catherine Gordon. Su abuelo fue John Byron, también llamado «Foulweather» («Mal tiempo»), vicealmirante británico que navegó por todo el mundo. Su padre falleció en 1791, a los tres años de vida de George, en la localidad de Valenciennes, en Francia, en una pequeña residencia propiedad de su hermana, a donde había huido tiempo atrás de sus acreedores y del terrible temperamento de su esposa. En su estancia allí, el padre había mantenido a varias amantes y derrochó a su antojo lo que le quedaba del dinero de la familia. Así, a esa edad y en compañía de su madre en Aberdeen, George heredó de su progenitor poco más que deudas y los gastos de su funeral. No obstante, si la herencia material del padre fue poco más que un disgusto para el hijo, no se puede decir lo mismo de la herencia espiritual, pues el joven conservaría su amor por la belleza, el culto a la galantería, y su inclinación hacia la vida licenciosa. De su madre, en cambio, heredaría el cariño que ésta le ofreció, su dulzura, pero también su atroz temperamento.
La muerte ha despertado —¿dormiré yo?
El mundo está en guerra contra los tiranos —¿me acobardaré yo?
La cosecha madura —¿dejaré de madurar yo?
No dormiré; la zozobra ocupa mi lecho;
Cada día resuena una trompeta en mis oídos,
Su eco en mi corazón.
El dieciséis (creo) de julio, me embarqué en Génova en el bergantín inglés Hércules: Capitán, Jno. Scott. El 17, al levantarse una galerna que ocasionó gran confusión y amenazaba con dañar a los caballos en la cala, volvimos la proa de nuevo hacia el mismo puerto, donde permanecimos veinticuatro horas más, y luego volvimos a hacemos a la mar, recalamos en Leghorn, y proseguimos nuestro viaje a través del estrecho de Messina hacia Grecia. Pasamos a la vista de las costas de Elba, Córcega, las islas Lipari incluida Stromboli, Sicilia, Italia, etc…, alrededor del 4 de agosto anclamos en el puerto de Argostoli, en la bahía más importante de la Isla de Cefalonia.
Aquí tenía ciertas esperanzas de tener noticias del Capitán B(laquière), que estaba cumpliendo una misión del Comité Griego en Londres ante el Gobierno Provisional de Morea; pero, ante mi sorpresa, supe que estaba de camino de vuelta, aun cuando sus últimas cartas que me mandó desde la península, después de expresar su vehemente deseo de que llegase sin tardanza, señalaban repetidas veces que pretendía seguir en el país por el momento. Desde entonces he recibido varias cartas suyas dirigidas a Génova, remitidas a las islas, explicando en parte la causa de su inesperado retorno, y además (en contra de su deseo anterior) pidiéndole que todavía no vaya a Grecia, por diversas razones, algunas de importancia. Mandé un bote a Corfú con la esperanza de encontrarle todavía allí, pero ya había embarcado para Ancona.
En la isla de Cefalonia, el Coronel Napier era comandante en jefe como Residente, y el Coronel Duffie del Rgto. 8, un regimiento del Rey que estaba entonces de guarnición. Fuimos recibidos por estos dos caballeros, y naturalmente por todos los oficiales, así como por los civiles, con la mayor amabilidad y hospitalidad, que si no merecíamos, espero al menos no haber hecho nada que nos descalifícase, y así ha seguido la situación sin cesar, aun después de que el aliciente de la novedad de la relación hubiese sido borrado por la frecuencia de nuestras entrevistas.
Tuvimos aquí noticia, que después se ha confirmado totalmente, de que los griegos estaban en un momento de enfrentamiento político entre ellos; que Mavrocordato había sido destituido, o había dimitido (l’un vaut bien l’autre) y que Colotroni, con no sé bien qué partido, o de quién, era la figura máxima en Morea. Los turcos atacaban en Acarnania, etc…, y la flota turca bloqueaba la costa desde Messolonghi a Chiarenza, y por consiguiente hasta Navarino. La flota griega, por falta de medios u otras causas, permanecía en puerto en Hydra, Ipsara y Spetzas, y, de acuerdo con las noticias ciertas de que disponemos, quizá todavía siga allí. Como, bastante al contrario de lo que esperaba, no tenía instrucciones del Peloponeso, y tenía también que recibir cartas de Inglaterra del Committée tomé la decisión de permanecer en el interim en las islas Jónicas, en especial porque era difícil tomar tierra en la costa que teníamos enfrente, sin arriesgamos a la confiscación del barco y de su contenido, lo que el capitán Scott, naturalmente, se negó a hacer, a menos que le asegurase la suma total de su posible pérdida…
Unos días después de nuestra vuelta (de una visita a Ítaca) me dieron la noticia de que había cartas para mí en Zante; pero se produjo una considerable demora antes de que los griegos, a los que habían sido consignadas, las remitieran en la forma debida, y al final le debí al Coronel Napier el que las obtuviese por mí: lo que produjo la demora o retraso nunca lo supimos.
Supe, por mis enlaces en Inglaterra, de la petición del Committee de que actuase como su representante ante el Gobierno griego, y me hiciese cargo del adecuado manejo y entrega de ciertas mercancías, etc., etc., esperadas en un barco que todavía no ha llegado hasta el día de hoy (18 de septiembre).
Poco después de mi llegada, tomé a mi cargo una unidad de cuarenta suliotes, al mando de sus jefes, Photomara, Giavella y Drako, y probablemente hubiese incrementado el número, pero no los encontré del todo unidos entre ellos en nada, excepto en plantearme sus exigencias, aunque yo les había dado un dólar más por hombre cada mes de los que les daba el Gobierno griego, y carecían, cuando les puse a mi servicio, de todo. Yo había cedido a sus peticiones, y pagado un mes por adelantado. Pero, inducidos probablemente por algunos tenderos traficantes con los que tenían la costumbre de comprar a crédito, hicieron varios intentos de lo que yo consideré extorsión, así que los mandé reunir, exponiendo mi punto de vista sobre el asunto y convenciéndoles de que viniesen conmigo. Pero les ofrecí la paga de otro mes y el precio de su pasaje de Acarnania, adonde podrían ir ahora fácilmente, ya que la flota turca se había retirado y había cesado el bloqueo.
Una parte de ellos aceptó, y se fueron de acuerdo con lo propuesto. Se plantearon algunas dificultades a la hora de que el Gobierno septinsular les devolviese sus armas, pero al final las obtuvieron, y ahora se encuentran con sus compatriotas en Etolia y Acarnania.
También he transferido la suma de doscientos cincuenta dólares al residente en Ítaca para los refugiados de allí, y he encaminado hacia Cefalonia a una familia de Morea que estaba en la mayor miseria proporcionándoles una casa y sustento decente bajo la protección de los señores Corgialegno, ricos mercaderes de Argostoli, a quienes yo había sido recomendado por mi corresponsal.
He hecho que escriban una carta a Marco Borzaris, el comandante en funciones de una unidad militar en Acarnania, para quien tenía cartas de recomendación. Su contestación fue probablemente la última que firmó, o dictó, porque murió en combate el mismo día en que aparecía fechada, con la fama de haber sido un buen soldado y un hombre de honor, lo que no siempre se encuentra unido y ni siquiera por separado. Fui también invitado por el Conde Metaxa, el gobernador de Messolonghi, a que fuera allí; pero era necesario, dado el estado actual de la situación, que tuviese alguna indicación del Gobierno presente con respecto a su opinión acerca de
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