Lord Byron - Poemas escogidos
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- Libro:Poemas escogidos
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1997
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Poemas escogidos: resumen, descripción y anotación
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Para los que se interesan en los devaneos que la historia ha hecho distante, tienen material de sobra en la vida del poeta que investigar. Desde Grecia, durante su primera visita a dicho país, Byron escribió: «Dile a M. que ya he poseído más de doscientas», queriendo decir con tal número su calificación de «coitum plenum et obtabilem». Sin duda, ello constituye tema de admiración. En tiempos recientes, la carrera erótica de Byron ha sido explicada por Bernard Grenanier como «confusión sexual», ya que su interés se dirigía por igual a los dos sexos, con una gran capacidad para la devoción, la ternura y la crueldad, así como una tendencia hacia la amistad elevada, pero hay que tener en cuenta, también, que todas estas cualidades humanas, las cuales pueden ser virtudes a pesar del carácter, encontraron su lugar en los poemas de Byron. La verdad sobre Byron no es grosera, sino extrema.
A su papel de héroe sexual masculino hay que añadir su influencia como «hombre de tristezas», la cual, como su erotismo, es confusa, así como también lo es su fervor hacia la libertad. No olvidemos que era un aristócrata inglés, hijo de una temperamental mujer de las Altas Tierras, de nobles pretensiones y poca fortuna, el cual fue ennoblecido por cuestiones de la suerte y gozó del prestigio brindado por un título. La vida de Byron está tan repleta de incidentes, tanto burlescos como dramáticos, que no debemos intentar ocuparnos de los mismos en este breve ensayo. En todo caso, si de algo no hay escasez es de biografías del poeta. A pesar de todas sus acciones positivas y firmes, de su don para tomar decisiones en el momento preciso, cosa que, a menudo, hacía en medio de una atmósfera petulante y hasta con la finalidad de evadir responsabilidades, yo prefiero ver la pauta vital de Byron como trágica. Cuando el profesor Wilson Knight le llama «el último prometeico», la evidencia es tal que casi uno se siente tentado de creer en lo que dice.
Digo «casi» ya que la comparación de un hombre con un titán de la mitología griega trae consigo una inaceptable especie de exageración; y también debido a que la trágica vida de Byron parece haber sido representada por él mismo, como si fuera un dramaturgo que, a la vez, fuese su propio héroe, encarnando en gran medida a una obra shakesperiana, pero en el estilo de la farsa francesa. Hay algo tan intemperante en Byron (cosa que detestaba en los demás, por ejemplo en Keats) que uno admite su melancolía con cierto grado de descreencia. «Es mi destino el arruinar todo a lo que me acerco», escribió. Puede que haya algo de verdad en ello, pero, al mismo tiempo, tal confesión de extrema incompetencia personal no es otra cosa sino autoconmiseración, más cuando la dice un hombre que en otros momentos fue capaz de reformarse y de llevar vida austera. Harriet Wilson, la cortesana de la época regente en Inglaterra, ofreció un consejo bromista al indicar qué las personas tan mundanas como Byron, que creían que eran capaz de verle a través suyo como hombre, no estaban preparados para entender el papel de sus tristezas en los poemas. «Querido y adorable Lord Byron, no se haga usted mismo ser un basto y viejo libertino… Cuando no se sienta a la altura del espíritu de benevolencia, arroje la pluma, amor mío, y tome un poco de calomel».
Pero aquel mismo libertino viejo y basto escribiría: «toda mi malicia se evapora frente a las efusiones de mi pluma». Byron, como Burns, gozó de una fama prodigiosa. Como Burns fue poeta de su biografía, y un hombre menos ilustre por sus escritos. Y de nuevo, como con el poeta escocés, el interés popular que hay en él es tal que ha dado lugar a una colección de rincones llenos de recuerdos personales, aunque en el caso de Byron los mismos se encuentren esparcidos por toda la geografía de un voyageur aristocrático. Uno podría seguir su camino a través de una ruta que pasa por placas de metal, casas, bares, tabernas, trattorie, cines (por ejemplo en los Champs-Elysées), fondas y hoteles. También suele ser protagonista de diversiones populares.
Hace unos años en los escenarios londinenses se presentó una farsa titulada The Lord Byron Show; ha habido seriales radiofónicos, documentales y biografías televisivas; hace poco tiempo que se presentó una película: Lady Caroline Lamb, que seguía los pasos de The Prince of Lovers (1922) y de Bad Lord Byron (1949). También ha habido muchísimas novelas y obras de teatro sobre el poeta siendo la mejor de todas la de reciente publicación: A Single Summer with Lord B., de Derek Marlowe (1969). Por consiguiente, el atractivo de Byron sigue siendo tan popular como poderoso; su vida posee una auténtica fascinación romántica buena para hacer lucimiento de sarcasmos histriónicos y de unas cuantas risas vulgares. La verdad es que la vida de Byron es tan extraordinaria que rechaza el ser comprendida. Desde el punto de vista puramente literario, Byron ha sufrido bastante. Muy pocos críticos importantes han tenido suficiente paciencia para ocuparse de él.
Tanto Eliot como Leavis han escrito ensayos muy buenos, y aunque ambos son característicamente útiles para su comprensión, ninguno de los dos escribió desde una postura de simpatía hacia el poeta. Críticos menos conocidos, como son W. W. Robson, M. K. Joseph y Andrew Rutherford han sido de una mayor utilidad para Byron, mientras que una de las características más notables de la supervivencia de Byron radica en la labor de sus antólogos y biógrafos.
Entre los poetas contemporáneos nadie ha hecho más que W. H. Auden para el correcto entendimiento de Byron. La influencia de Byron en el desarrollo de lo que es moderno en poesía es considerable. Para mí es muy difícil de comprender el que Browning haya escrito de la forma en que lo hacía, sin antes haberse visto impresionado por la llaneza marcada del lenguaje de Byron en
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