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Hugo von Hofmannsthal - Carta de Lord Chandos

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Hugo von Hofmannsthal Carta de Lord Chandos

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En la Carta de Lord Chandos encontramos una expresión sucinta pero - photo 1

En la Carta de Lord Chandos encontramos una expresión sucinta pero extremadamente concisa y precisa de una vivencia que hoy en día se nos muestra especialmente pertinente: el sentimiento inmediato de lo sagrado inmanente en toda realidad.

Hugo von Hofmannsthal Carta de Lord Chandos ePub r11 Titivillus 180717 - photo 2

Hugo von Hofmannsthal

Carta de Lord Chandos

ePub r1.1

Titivillus 18.07.17

Título original: Ein Brief (Brief des Lord Chandos)

Hugo von Hofmannsthal, 1902

Traducción: Agustín López & María Tabuyo

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Hugo von Hofmannsthal Vida y obra Poeta novelista dramaturgo y ensayista - photo 3

Hugo von Hofmannsthal:
Vida y obra

Poeta, novelista, dramaturgo y ensayista, Hugo von Hofmannsthal se cuenta entre las grandes figuras de la literatura europea de comienzos del siglo XX. Nació en Viena el 1 de febrero de 1874, de padre austríaco —un conocido banquero judío— y madre italiana. Educado por tutores privados, frecuentó sin embargo en su adolescencia el Akademisches Gymnasium de Viena, como correspondía a la privilegiada posición social de su familia. Con apenas dieciséis años, comienza a publicar, con el pseudónimo de Loris Melikow, sus primeros textos poéticos; en 1891 escribiría su primera obra teatral, titulada Ayer, a la que seguirían otros dramas en verso en los que se patentiza su capacidad para una escritura fluida y musical, muy trabajada, y su interés por los grandes problemas metafísicos. Tempranamente introducido, pues, en el mundo literario austríaco, sus singulares dotes intelectuales pronto le llevaron a entablar relación con los personajes más destacados de la intelectualidad de su tiempo. Quizás quien más influencia ejerciera sobre el joven Hugo fuera el poeta alemán Stephan George, que auspició la publicación de sus primeros trabajos y al que Hofmannsthal profesó una admiración constante incluso después de su ruptura con él en 1906.

Hofmannsthal comenzó estudios de leyes, que seguiría durante dos años, para abandonarlos después y optar por la Filología, materia en la que se doctoró en 1899. Dos años antes, se había representado por primera vez en Berlín una de sus obras, Mujer en la ventana. En esos últimos años del siglo conoce a Rilke, Maeterlinck y Rodin.

En 1901 se casó en Viena con Gertrud Schlesinger, hija del secretario general de la banca angloaustriaca. El poeta se instala en una casa en Rodaun, en las proximidades de Viena, en la que va a vivir hasta su muerte, aunque realizó frecuentes viajes, especialmente a Italia y Francia; en su casa de Rodaun crecerán sus tres hijos: «Lo mejor —cuenta en una carta a un amigo— es que hemos encontrado una increíble casita en el campo, a veinte minutos de Viena en tren, en la que vivimos durante todo el año; fue construida en la época de la emperatriz María Teresa por un príncipe, que debe de haber sido nigromante».

En los años 1901-1902, época en la que, a pesar de su juventud, era ya un poeta lírico de renombre, se puede situar un período crítico en cuanto a su experiencia personal; de esa crisis da testimonio el breve texto titulado Una carta, generalmente conocido por el más expresivo título de Carta de Lord Chandos, que sitúa en un plano de ficción una honda reflexión sobre su experiencia personal y literaria. Poco después, escribiría Electra, drama en verso basado en la obra de Sófocles, en el que muestra una Grecia profundamente transtornada por las pasiones y al que puso música Richard Strauss; fue ésta la primera de las seis obras en las que colaboraron el músico y el escritor, a lo largo de una amistad con complicaciones y tensiones pero que se prolongó por el resto de sus vidas. La representación de Electra en Berlín, en 1903, constituyó un importante éxito.

Su colaboración con R. Strauss se va haciendo más intensa y para él escribe El caballero de la rosa, estrenada en Dresde en 1911 y llevada al cine en 1926. A esa obra seguirían Ariadna en Naxos y La vieja leyenda de cada cual, Elena egipcia y Arabella. Poco antes de la guerra conoce a Diaghilev, para el que escribe La leyenda de José.

Al comienzo de la guerra, Hofmannsthal es destinado a Istria como oficial por un breve período de tiempo, pero enseguida es llamado a Viena por el Ministerio de la Guerra, que le encomienda diversas misiones políticas secretas en Bélgica, Polonia, Escandinavia y Suiza. La derrota supuso un fuerte golpe para él y vivió la muerte del Imperio austrohúngaro como un desastre personal del que nunca se repuso. Su padre muere durante los años de la guerra y la muerte de su gran amigo Eberhard von Bodenhausen, poco después, le lleva a la desesperación; pensando en él, escribiría, años más tarde: «Sólo en otras personas se puede encontrar el sentido más alto de uno mismo: quizá gracias a esta amistad yo he podido acceder a mí mismo».

En los años de la posguerra lee sistemáticamente a Calderón de la Barca, que va a constituir uno de los centros fundamentales de su interés en ese último tramo de su vida, marcado por una gran actividad literaria y viajera. La influencia de Calderón es patente en El gran teatro del mundo de Salzburgo, representada en 1922 en los festivales de Salzburgo, de los que el propio Hofmannsthal fue promotor, y, sobre todo, en La torre, publicada en 1925, directamente inspirada en La vida es sueño. En esos años comienza su amistad con el famoso diplomático e historiador Cari Jakob Burckhardt que perdurará hasta el final de su vida. Entre sus obras de esa última época se pueden destacar también La mujer sin sombra y Andreas, que refleja la búsqueda y el encuentro intemporal del ser humano con su propia individualidad.

En 1929 su hijo mayor Franz se suicida ante sus ojos en la casa de Rodaun. Dos días después, el 15 de julio, cuando encabeza el cortejo fúnebre, Hugo von Hofmannsthal cae fulminado por una hemorragia cerebral.

Friedrich Th. Widerberg

CARTA
DE LORD CHANDOS
UNA CARTA

Ésta es la carta que Philipp Lord Chandos, hijo menor del conde de Bath, escribió a su amigo Francis Bacon, futuro lord Verulam y vizconde de Saint-Alban, para justificar ante él su renuncia a desarrollar cualquier actividad literaria.

Tiene usted la bondad, mi muy noble amigo, de pasar por alto mi silencio de dos años y coger la pluma para escribirme. Tiene además la deferencia de dar un aspecto de agradable levedad a la preocupación que siente por mí, a su inquietud respecto del entumecimiento intelectual en el que le parece que me encuentro inmerso; y lo hace como sólo saben hacerlo los grandes hombres que, aun maleados por las vicisitudes de la vida, no ceden, sin embargo, al desaliento. Concluye con este aforismo de Hipócrates: Qui gravi morbo correpti dolores non sentiunt, Us men aegrotat, y piensa que debería recurrir a la medicina no sólo para dominar mi mal, sino sobre todo para hacer más aguda la percepción de mi estado interior. Me gustaría responderle como merece, abrirme enteramente a usted, pero ignoro cómo hacerlo. Ni siquiera sé si sigo siendo la misma persona a la que se dirige su inestimable carta; este hombre que ahora tiene veintiséis años ¿es el mismo que a los diecinueve escribió Nuevo Paris, Sueño de Daphne, Epitalamio, aquellas pastorales asfixiadas por la pompa de las palabras, que una reina sublime y algunos lores y señores, demasiado indulgentes, sin duda, tienen la bondad de recordar todavía? ¿Soy aún aquel que, a los veintitrés años, bajo las arcadas de piedra de la gran plaza de Venecia, encontraba en sí mismo aquella estructura de períodos latinos cuyo trazado y edificación intelectual le arrebataban interiormente con más fuerza que las construcciones de Palladio y Sansovino emergiendo del mar? ¿Cómo he podido, si es que soy el mismo, perder todas las huellas y cicatrices de aquella producción de mi espíritu, tensado entonces al máximo? ¿Cómo se han podido borrar hasta el punto de que, con vuestra carta ante mis ojos, el título de ese pequeño tratado me resulte frío y extraño, sin poder siquiera comprenderlo de inmediato como conjunto familiar de palabras reunidas, sino que he debido interpretarlo palabra por palabra, como si los términos latinos asociados de ese modo se me mostraran por primera vez? Sin embargo soy yo, y estas preguntas son pura retórica, una retórica adecuada para las mujeres o la Cámara de los Comunes, cuyos poderes, de tal modo sobrestimados en nuestra época, no bastan sin embargo para penetrar en el núcleo de las cosas. Ahora bien, es mi ser profundo el que quisiera transmitirle, esa extrañeza, esa desviación, esa enfermedad del espíritu, si así lo quiere, para que pueda comprender que un abismo infranqueable me separa tanto de los trabajos literarios a los que supuestamente estoy consagrado como de aquéllos ya realizados y que vacilo —tan extraña me resulta la lengua que me hablan— en considerar míos.

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