Julio Camba - La casa de Lúculo
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- Libro:La casa de Lúculo
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1929
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La casa de Lúculo: resumen, descripción y anotación
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El espíritu viajero de Camba, que ejerció como corresponsal de prensa en Nueva York, Londres, Berlín y París, no sólo le permitió conocer de primera mano las comidas y bebidas de los principales países del mundo, sino que también acabó enemistándole con el ajo, lo que prueba su carácter iconoclasta y anarquista. Todo ese saber se condensa en La casa de Lúculo, uno de sus mejores libros, donde plantea una filosofía de la vida a través del paladar, saltándose todas las fronteras conocidas e imponiendo el sentido común y el humor al arte de la gastronomía, que él siempre atribuyó a las clases medias antes que a los estómagos opulentos.
Julio Camba
o El arte de comer
ePub r1.2
Titivillus 13.08.15
Julio Camba, 1929
Ilustraciones: Miguel Ángel Martín
Prólogo: Eduardo Riestra
Diseño de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JULIO CAMBA. Villanueva de Arosa (España), 1884 - Madrid (España), 1962. Escritor y periodista español de un fino estilo humorístico. Viajero y corresponsal, viajó por todo el mundo y de ello son reflejos sus libros de viajes y sus innumerables crónicas, de un tono humorístico intelectual, aunque en el fondo siempre subyace la socarronería gallega, lo que hizo que Azorín definiera su estilo literario como «humorismo galaico pasado por Londres».
Julio Camba Andreu nació en una familia de clase obrera: su padre era practicante y maestro de escuela. A los trece años se escapa de casa y embarca como polizón en un barco rumbo a Argentina. En Buenos Aires se introduce en los círculos anarquistas y pasa por su bautismo literario redactando proclamas y panfletos. A consecuencia de ello, en 1902 es expulsado del país junto a otros anarquistas extranjeros.
De regreso en España comienza a trabajar en El Diario de Pontevedra, pero rápidamente se instala en Madrid, donde escribe para publicaciones ácratas como El Porvenir del Obrero. En pocos meses creará su propio periódico en la calle de la Madera: El Rebelde. A partir de 1905 colabora como cronista en El País, rotativo republicano. Sus escritos son de temática variada y en ellos pone de manifiesto su independencia de opinión. En este periódico permaneció hasta 1907, cuando comenzó su tarea de cronista parlamentario en España Nueva. Ya entonces en sus textos se empiezan a apreciar el escepticismo y la brillantez que le acompañarán durante toda su carrera.
Su vida como corresponsal no comienza hasta 1908, cuando Juan Aragón le incorpora a la plantilla de La Correspondencia de España. Turquía será su primer destino. Allí cubrirá las elecciones y el cambio de régimen. A su regreso de Constantinopla cambia de redacción: El Mundo es el periódico que le contrata para sus corresponsalías en París y Londres. En 1912 empieza a escribir bajo la rúbrica de Diario de un Español en La Tribuna. Volverá a la capital inglesa y enviará sus primeras crónicas desde Alemania para este medio. En 1913 empieza a colaborar con el diario monárquico ABC, relación que duró hasta su muerte, salvo por algunas interrupciones. Una de estas —y la más larga— sería la que le llevó a convertirse en periodista de El Sol. Escribe en este diario durante diez años (1917-1927), repitiendo corresponsalías, como Berlín, y estrenando otras, como Roma. De vuelta al diario de los Luca de Tena, viaja a Nueva York por segunda vez. Desde esa ciudad escribe, por ejemplo, el artículo «En defensa del analfabetismo», donde se manifiesta en contra de la generalización de la instrucción a todos los españoles.
Durante la Guerra Civil, sus crónicas —en las que dejaba ver sus simpatías por el bando franquista— se publican en el ABC de Sevilla. Otra colaboración esporádica, de dos años, es la que mantuvo con Arriba (1951-1953). En este periódico inicia la reelaboración de crónicas y artículos antiguos, bien ligados a la actualidad o bien basados en la memoria del autor. El retoque y reconversión de sus crónicas será algo frecuente a partir de este momento en sus escritos editados por ABC y La Vanguardia. En 1949 fija su residencia en el Hotel Palace de Madrid, donde se alojará hasta su muerte en 1962.
[1] Hay también una Fine Normande o Calvados que se obtiene por destilación de la sidra. Esta Fine Normande ha originado la curiosa costumbre del trou normand o agujero normando: una tregua que se establece a mitad de la comida para beber aguardiente. Vea el lector si le interesa adoptar esta costumbre en España y tenga en cuenta que Calvados es una corrupción de la palabra española Salvador, nombre de un navío de nuestra armada invencible que naufragó en las costas de Normandía. (Nota del autor).
[2] Más o menos, las sardinas se asan de igual manera desde el monte de Santa Tecla en la desembocadura del Miño hasta el puerto de Pasajes. Consignemos, sin embargo, una variante digna de los mayores elogios: la de las sardinas malagueñas en espetón. Se traza una circunferencia en la tierra, se excava un poco y se hace un lecho de brasas. Los espetones son de caña. En cada uno de ellos se ensartan algunas sardinas, cuantas menos mejor. Luego se observa el viento, se toman lo espetones y se clavan al borde del círculo ígneo. Las sardinas que se usan en Málaga para este asado —un verdadero asado al asador, diga lo que quiera Alejandro Dumas— son mucho más chicas y mucho menos grasientas que las del Cantábrico; pero están riquísimas. Es costumbre asarlas y comerlas frente al Mediterráneo, mar cuya fauna, un poco desacreditada en general, se rehabilita en Málaga, y el vino de Montilla las sienta admirablemente. (N. del A.).
[3] En el año 36, última vez que estuve en Londres, logré disipar esta ignorancia tomándome varias veces una magnífica turtle soup en la Falstaffs Tavern. (N. del A.).
M I SIMPATÍA POR JULIO CAMBA se fundamenta en dos sólidos pilares: su amistad con mi bisabuelo, el marqués de Riestra, y su aversión al ajo. De la primera poco sé, pues aquel era mucho mayor que el escritor, y además, obviamente, monárquico, y el joven Julio ya había sido expulsado de la Argentina por anarquista y haragán. De la segunda, en cambio, alardea en este libro sensato que el lector tiene entre sus manos.
Se supone que a Camba, la afición a la comida, llamada por los finolis gastronomía, le viene de la época del ayuno. Sabemos que en Buenos Aires, estando preso en una comisaría, las mujeres de sus camaradas le llevaron
Un panecillo,
Una tortilla y
Un bistec.
Contaba el joven con dieciséis años y cierta tendencia a la oratoria revolucionaria. Y también, como se ve, al haiku alimenticio. Fue después, en la bodega del barco que lo habría de traer de regreso a la cárcel de Pontevedra, donde casi se muere de hambre.
Me imagino que la vida de un corresponsal en París o en Londres se acercará ya más a la del gastrónomo. Pero es al hacerse cronista parlamentario cuando entra por la puerta grande en el templo de la gula y el banquete: el Parlamento español. Estas señas de identidad de la España desmembrada se mantienen, por fortuna, patrióticamente intactas hoy en día.
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