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Jessica Joelle Alexander - Cómo Criar Niños Felices

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Jessica Joelle Alexander Cómo Criar Niños Felices

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AGRADECIMIENTOS

Jessica Joelle Alexander Me gustaría darles las gracias a mi madre y a mi padre - photo 1

Jessica Joelle Alexander

Me gustaría darles las gracias a mi madre y a mi padre por su amor incondicional y por creer siempre en mí. A mi hermana por su inestimable amor y amistad. A mi esposo y a su familia por inspirarme a escribir Cómo criar niños felices. A nuestros dos maravillosos hijos, las luces que guían nuestras vidas.

A Iben, sin cuyas aportaciones y experiencias este libro no hubiera salido a la luz.

Iben Dissing Sandahl

Antes que nada, me gustaría dar las gracias a mi esposo por amarme y apoyarme siempre.

Quiero agradecer especialmente a mis dos hermosas hijas, sin quienes no sería la persona que soy en la actualidad. También me gustaría dar gracias a mi madre y a mi padre, que me dieron la vida y siempre me apoyaron. Tengo la fortuna de estar rodeada de amigos y colegas inteligentes e interesantes que escuchan, hacen buenas preguntas y me inspiran.

Gracias a Jessica por ser tan valiente como para tener la iniciativa de escribir este libro.

JESSICA JOELLE ALEXANDER Es escritora columnista oradora e investigadora - photo 2

JESSICA JOELLE ALEXANDER. Es escritora, columnista, oradora e investigadora cultural estadounidense. Escribe para The Huffington Post, The Copenhagen Post y The Local Denmark. Vive en Europa con su marido danés y sus dos niños.

IBEN DISSING SANDAHL es coacher escritora y psicoterapeuta con su propio - photo 3

IBEN DISSING SANDAHL. es coacher, escritora y psicoterapeuta con su propio consultorio privado en las afueras de Copenhague. Se especializa en el asesoramiento de familias y niños. Trabajó durante diez años en el sistema escolar danés. Colabora regularmente en revistas, periódicos y la radio nacional danesa para dar su opinión experta. Está casada y es madre de Ida y Julie.

CAPÍTULO 1

Reconociendo nuestra configuración de fábrica Todos hemos pensado alguna vez - photo 4

Reconociendo nuestra configuración de fábrica

Todos hemos pensado alguna vez lo que significa ser padres. Ya sea antes del nacimiento de nuestro primer hijo, mientras nuestro bebé tiene un berrinche o al pelear con el niño a la hora de la cena porque no se quiere comer los guisantes; en esos momentos todos hemos pensado: «¿Lo estaré haciendo bien?». Es ahí cuando muchos de nosotros queremos encontrar la respuesta en libros y en internet, o hablamos con amigos y familiares en busca de consejos y apoyo. Lo único que queremos es confirmar que estamos haciendo lo correcto.

¿Pero alguna vez te has preguntado qué es lo correcto? ¿De dónde sacamos las ideas correctas para educar? Si viajas a Italia verás que los niños cenan a las nueve de la noche y corren en los restaurantes hasta casi la medianoche; en Noruega los bebés suelen dormir en un entorno de -6 °C, mientras que en Bélgica a los niños se les permite tomar cerveza. Estos comportamientos pueden parecer extraños para nosotros, pero para esos padres esa es la manera «correcta» de hacer las cosas.

Estas ideas implícitas, que a veces damos por sentadas, sobre lo que significa educar a nuestros hijos, son lo que Sara Harkness, profesora de Desarrollo Humano en la Universidad de Connecticut, llama «etnoteorías parentales». Ella ha estudiado este fenómeno durante varias décadas en diferentes culturas, y ha encontrado que estas creencias intrínsecas sobre la manera correcta de educar están tan arraigadas en nuestra sociedad que resulta casi imposible analizarlas objetivamente. Para nosotros parecen ser la forma en que funcionan las cosas y nada más.

La mayoría de nosotros nos hemos cuestionado acerca de lo que significa ser padres, pero ¿alguna vez has pensado en lo que significa ser padres occidentales? ¿Te has preguntado cómo la «lente occidental» solo nos deja ver la manera que creemos que es «correcta»?

Si nos quitáramos esa lente por un momento, ¿qué veríamos? Si pudiéramos vernos desde fuera, ¿cuál sería nuestra primera impresión?

Una epidemia de estrés

A lo largo de los años hemos observado un creciente problema que ha afectado los niveles de felicidad de los estadounidenses. El uso de antidepresivos aumentó un 400% entre 2005 y 2008, de acuerdo con el Centro Nacional de Estadísticas de la Salud de Estados Unidos. A los niños se les ha diagnosticado y suministrado medicamentos para enfermedades psicológicas, incluso sin tener un diagnóstico claro. Solo en 2010 había al menos 5,2 millones de niños de entre tres y siete años que tomaban Ritalin, una medicina para el trastorno por déficit de atención.

También estamos luchando contra la obesidad y el inicio anticipado de la pubertad o, como se le conoce ahora, «pubertad precoz». A niñas y niños de siete años se les inyectan hormonas para detener la pubertad. La mayoría de nosotros no ve esto como algo raro, pensamos que así son las cosas. «A mi hija la van a inyectar», anunció despreocupadamente una madre, refiriéndose a su hija de ocho años, quien, según ella, estaba acercándose rápidamente a la pubertad.

Sin darse cuenta, muchos padres son excesivamente competitivos consigo mismos, con sus hijos o con otros padres. Está claro que no todas las personas son así y tampoco es que quieran serlo, pero es fácil caer en una sociedad tan competitiva como la nuestra. El lenguaje a su alrededor puede ser intenso y desafiante, lo que de inmediato los pone a la defensiva: «Kim es una increíble futbolista. El entrenador dice que es una de las mejores en el equipo. Y, a pesar de que juega al fútbol, va a clases de karate y a natación y sigue sacando todo dieces en la escuela. ¡No sé cómo lo logra! ¿Cómo está Olivia? ¿Cómo le va?». Nos sentimos presionados para competir, para que nuestros hijos compitan, para que les vaya bien en la escuela y logren ser como creemos que debe ser un niño exitoso y como nos imaginamos que deben ser unos padres exitosos. Los niveles de estrés suelen ser muy altos, por lo que nos sentimos juzgados por los demás y por nosotros mismos. Una parte de eso se debe a nuestra naturaleza humana y otra parte a lo que significa ser estadounidenses. ¿Qué es lo que nos obliga como sociedad a ser tan competitivos y exitosos a pesar de que ese estilo de vida no nos hace muy felices cuando llegamos a la edad adulta? ¿Y si algunas de las «respuestas» que tenemos para educar a nuestros hijos, o bien nuestros parámetros educativos, están equivocados?

¿Y si descubrimos que las gafas que usamos tienen la graduación equivocada y no nos dejan ver las cosas tal como son en realidad? Podríamos cambiar las lentes, corregir nuestra visión y ver de nuevo el mundo. ¡Miren cómo sí es posible ver las cosas de otra manera! Al tratar de hacerlo desde una nueva perspectiva, con una nueva lente, la pregunta surge naturalmente: «¿Existe una mejor manera?».

Examinando nuestra configuración de fábrica

El otro día, Jessica estaba en la ciudad con su hijo de casi tres años. Él iba montado en una bicicleta sin pedales y empezó a empujarse hacia una calle, a pesar de que ella le pedía a gritos que se detuviera. Corrió detrás de él frenéticamente, lo tomó con fuerza del brazo y lo sacudió; estaba furiosa, asustada y a punto de gritarle: «¡Más vale que te detengas la próxima vez que te lo pida!». Jessica pudo ver cómo el niño estaba a punto de llorar de miedo; entonces tuvo que reunir todas sus fuerzas para observar el momento desde fuera y darse cuenta de lo que estaba haciendo. Buscó en su mente otra manera de lidiar con la situación y, milagrosamente, ahí se encontraba la respuesta. Se detuvo, respiró profundamente y se arrodilló para estar a la altura de su hijo. Con voz preocupada pero tranquila, le dijo: «¿Quieres sentir auuu? ¡Mamá no quiere que sientas auuu! ¿Ves esos coches?». Ella señaló los coches y él asintió. «¡Los coches hacen que Sebastián sienta auuu!». Él asintió, la escuchó y después repitió: «Coches. ¡Auuu!».

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