A mis padres,
por ser mi s mejores alas para perseguir mis sueños
“En medio del odio descubríque había, dentro demí, un amor invencible. En medio de laslágrimas descubrí que había, dentro demí, una sonrisa invencible. En medio delcaos descubrí que había, dentro de mí,una calma invencible. Me di cuenta a pesar de todo eso... Enmedio del inviernodescubrí que había,dentro de mí, un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque esto dice que noimporta lo duro queel mundo empuja contra mí; en mi interior hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.”
#A lbertCamus
El verano
Hay algo de orfebrería en un libro. Y no me refiero al romántico oficio de encuadernación. Sino más bien a la voluntad de tejer con paciencia y cuidado, casi parsimoniosamente, ideas cargadas de intención, hasta lograr un todo que con más o menos acierto resulte revelador.
Si a tamaña empresa le añadimos el propósito de que ese todo guarde muchos otros entre líneas, la filigrana resulta reto. Y este reto se ha hecho piedra preciosa. Nerea lo ha tallado con el temor y el compromiso de quien ama y respeta su cometido. Divulgar la filosofía. Hacérnosla próxima, cotidiana, divertida, sexy e indispensable.
Y caigo en la cuenta mientras escribo esto de que exactamente así es ella. Tendrás esta misma certeza cuando acabes de leer este libro. Aunque adivino que volverás a él muchas veces, porque hay libros, como personas, de los que nunca te vas del todo. Se nos quedan un poco para siempre.
Es difícil vencer el vértigo de prologar un libro como este. Probablemente si alguien se ha enfrentado a esa tarea sabrá a qué me refiero. Pero hay saltos que uno afronta sin pensar en la caída. Seducido por la posibilidad de que el aire te recuerde la sensación de estar vivo. Y Nerea es una bocanada (casi un pequeño huracán diría) de aire fresco. También para la filosofía.
Muchas veces (seguro que menos de las que nos gustaría) hemos discutido sobre esos grandes temas universales, que son por definición la vida misma. Casi siempre hemos llegado a la conclusión de que decíamos lo mismo pero desde distinta perspectiva. Aunque esa es una idea políticamente correcta, quizá generosa, pero una solución profundamente incierta. Porque en todos los casos he aprendido a cuestionar mis propias certezas. Le debo eso y lo confieso por escrito. Entre muchas otras cosas que ni vienen al caso ni voy a declarar (aquí). Pero qué duda cabe de que también pesan en estas mis palabras. Y qué suerte la mía.
Que también puede ser la tuya, estoy convencida, si dejas siempre a mano este libro. Y volver y volver y volver...
Este es un proyecto arriesgado, valiente, diferente, necesario. La autora nos tiende un puente para transitar nuestras dudas de su mano. Con humor, humildad y mucho, mucho trabajo. Pocas cosas más difíciles que hacer fácil lo complejo. Por eso creo fehacientemente que este trabajo está lleno de talento, salvando con elegancia y contundencia la pirueta de convertir un libro de filosofía en algo asequible y además entretenido.
Grela Bravo
Empieza el capítulo escuchando
«Lust for Life » , la versión de #IGGYPOP
que aparece en la película Trainspotting .
A bro los ojos. Pero solo ligeramente. La misión es la habitual de cada mañana: tratar de encontrar el dichoso móvil y, como siempre, pedirle cinco minutos más. Diviso, en una fracción de segundo, unas cifras en la pantalla: «9:20». También una fecha: «Lunes - 22 - enero». Veo entrar el sol por la ventana y, como si de un resorte se tratara, me sorprendo dibujando una sonrisa en mi cara. Me gusta sentir el calor de sus rayos, aunque sea por unos segundos, durante los fríos días de invierno. Y es en este estado de somnolencia donde lo racional no tiene cabida, cuando no puedo evitar tomarme este hecho como una señal: considero que el día está de mi parte. Es como si los dos, el día y yo (o, casi mejor dicho, «el mundo y yo»), estuviéramos de buen humor. Noto que me va invadiendo algo así como un hormigueo que me susurra que esto puede ser realmente un buen comienzo.
Vuelvo a girarme y hacerme una croqueta entre las sábanas. Mia, mi pequeña amiga peluda, ronronea a mi lado. Cierro los ojos de nuevo. Aún no quiero salir de aquí. ¿Quién en su sano juicio quiere salir del lugar más placentero del mundo? ¿Quién abandonaría la cama un jodido lunes por la mañana? Romeo, con su sexto sentido gatuno, ha descubierto que ya estoy de nuevo en el mundo de los vivos y se acerca sigilosamente. Como todas las mañanas, planta su enorme cuerpo sobre el mío. No entiendo por qué elige siempre el lugar más incómodo: sobre mi hombro. Y siempre pegado a mi cabeza… ¡Pero si es lo menos mullido que tengo! El caso es que ya está. He sido aplastada por la masa peluda. Escucho su felicidad. Él también parece estar en sintonía con el mundo. Somos felices. Él lo muestra mediante el sonido calmado de su ronroneo. Yo, mediante la sonrisa. Sonido e imagen para expresar una misma emoción: placer. En este momento el lenguaje no forma parte de mí. No lo necesito para comunicar nada, ni para ser nada. Mi relación con Romeo no necesita de mis capacidades intelectuales, racionales, dialógicas o como demonios quieras llamarlas. Ahora mismo soy, simple y llanamente, un animal feliz junto a otro animal feliz. ¡Qué bonito es cuando una puede, por un momento, olvidarse de las palabras!
Quienes nos consideramos adheridos a la corriente existencialista, somos amantes del valor de la palabra, el tiempo y la libertad. Sentimos que, en mayor o menor medida, son nuestros constituyentes. Fue Kierkegaard el padre de esta corriente filosófica. Es curioso, porque aunque él vivió a comienzos del siglo XIX , esta corriente de pensamiento no se desarrollaría hasta el siglo siguiente.
“La angustia es el vértigo de la libertad.”
#SørenKierkegaard
El concepto de la angustia
Es una de las frases más conocidas de este autor. Y será un pistoletazo de salida para comenzar a plantearse la vida desde otra perspectiva. El existencialismo del siglo XX apareció en el momento en el que cabía preguntarse si se podía hacer poesía después de Auschwitz, esto es, como un movimiento cultural característico de una época de profunda crisis provocada por los catastróficos efectos de violencia y destrucción de las dos guerras mundiales. Hubo un despertar en la conciencia general de la sociedad sobre el valor de la vida humana y una gran duda: ¿cabe pensar que realmente estamos progresando hacia un futuro mejor? Durante la etapa de la Ilustración (siglo XVIII ) todo se movía gracias a una gran fe en la idea de progreso. La ciencia, la cultura, las artes, la política, el mercado… todo parecía que estaba en pleno nacimiento. Y lo más importante: se aceptaba la creencia de que a través de la razón podríamos ser cada día más libres, justos y felices. Todo estaba marcado por lo racional, lo científico y lo útil. Pero a principios del siglo XX se dieron de bruces con una horrible realidad: que esa fe ciega en la razón había llevado hasta las dos guerras mundiales y el Holocausto. Por lo tanto, ante esta situación, ¿cabía seguir pensando en el progreso? ¿Realmente podían seguir aferrándose a la razón como elemento liberador?
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