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Isaac Asimov - La receta del tiranosaurio I

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Isaac Asimov La receta del tiranosaurio I
  • Libro:
    La receta del tiranosaurio I
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1992
  • Índice:
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La receta del tiranosaurio I: resumen, descripción y anotación

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Introducción

Hasta donde concierne a mi literatura de no-ficción se me conoce mejor como «futurista», así que una buena proporción de las solicitudes que me llegan son por cierta perspicacia hacia uno u otro aspecto del futuro.

No pretendo que mi enfoque del futuro sea necesariamente correcto. De hecho, si los reveses de los futuristas del pasado sirven de guía, mi visión comprobará que es visiblemente incorrecta. Sin embargo, estoy atorado con ella y, quien sabe, quizá no esté tan lejos del blanco.

A propósito, quienes quieren que yo escriba sobre el futuro generalmente quieren que exponga temas que son interesantes para ellos. Nunca tengo éxito para convencerlos de que no conozco lo suficiente respecto a un tema en particular para escribir sobre él. En primer lugar, se niegan a creerme (probablemente sospechan que estoy dificultando las cosas para subir mis honorarios… cosa que yo nunca hago, ¡de verdad!). Y en segundo lugar, ¿cómo puedo proclamar mi ignorancia con fuerza suficiente cuando yo mismo odio atacar mi propia reputación de alguien que «sabe todo»? Finalmente, vivo a cuenta de tal concepto erróneo.

Como resultado, permito que me conduzcan a ensayos sobre el futuro de la artesanía o el futuro de la ingeniería química, a pesar de mi loable lamento de que no sé nada, ni siquiera del presente de la ingeniería química (lo más aterrador de todo fue contemplar el futuro del matrimonio).

Cualquiera de ustedes, a propósito, está en libertad de criticar cualquier cosa que yo diga. Si lo hacen quizá yo aprenda algo.

El ensayo sobre el futuro de la ingeniería química es, por cierto, el más largo del libro: tiene una longitud de 5000 palabras. Quizá yo no lo hubiera incluido si no me hubiera agradado tanto que yo pudiera, por lo menos, escribir algo sobre el tema (también le agradó a las personas para quienes lo escribí).

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Nuestro futuro en la educación

¿Cómo podemos imaginarnos lo que será la educación pública en el año 2076, cuando nuestro país cumpla su tercer centenario? Primero tratemos de imaginarnos lo que será la sociedad.

Quizá para entonces nuestra civilización ya se haya derrumbado bajo el peso de un aterrador aumento de la población y de insuficiencias fatales de alimentos y energía. Habría hambre y miseria. Morirán miles de millones y los sobrevivientes se verían forzados a vivir en un medio ambiente dañado, total y quizá permanente, por la agonía de la cavilación. No habría educación pública, con la excepción de lo que algunos pudieran entresacar de atesorados libros rescatados de las ruinas de las ciudades.

Pero a diferencia, supongamos que la civilización sobrevive. ¿Cuáles son los requisitos para esta supervivencia? Primero y ante todo, debemos aprender a limitar nuestro número por medios diferentes a una elevación en el nivel de muerte y destrucción. La humanidad debe disminuir su tasa de natalidad al mismo nivel que el de mortalidad, o todavía menos.

Si se logra esto, y si se resuelven otros problemas menores, el siglo veintiuno debe ver a la civilización desplazándose al frente, al mismo tiempo que la ciencia y la tecnología continúan avanzando.

Sin embargo, una sociedad de un bajo nivel de natalidad producirá un enorme cambio de aquello a que la humanidad siempre ha estado acostumbrado, podemos esperar la combinación de una baja tasa de natalidad junto con una mayor duración de la vida. Será obvio que, en el siglo veintiuno, tendremos una población de personas de edad media y ancianas que nunca antes en la historia. De hecho, el siglo veintiuno seré la primera época en la historia en que los ancianos superarán en número a los jóvenes.

Éste es el cambio que ya, desde ahora, podemos ver cómo se aproxima. En Estados Unidos el porcentaje de ancianos, en constante aumento, ha logrado que los mayores de sesenta y cinco años tenga una formidable fuerza de votación. Lo que es más, nos estamos convirtiendo en una nación que organiza sus finanzas alrededor de pensiones, asistencia médica y seguridad social que disfrutan tantos y que tantos otros desean.

Según indican algunos, parece que hay más y más ancianos improductivos que son mantenidos por la labor de una reserva cada vez más disminuida de jóvenes productivos. Este hecho ha sido usado por quienes están en contra de la disminución de la tasa de natalidad.

El argumento indica que se debe conservar el abasto de jóvenes o la civilización se derrumbará bajo el peso de los ancianos.

Pero si se conserva el abasto de jóvenes, la civilización de todas maneras se derrumbará. Entonces, ¿cuál es la solución? ¿No podría ser la educación?

Tradicionalmente, la educación pública está limitada a los jóvenes. Esto lo entienden los niños, y si existe algún inconveniente contra la escuela, ellos lo atribuyen a su delito de tener poca edad. Se dan cuenta que la gran recompensa del crecimiento es la liberación de la prisión escolar. Su meta no es que los eduquen, sino salir, que los echen.

Del mismo modo, los adultos están seguros de asociar a la educación con la niñez, con algo a lo que han tenido la fortuna de sobrevivir y de lo que ya se han escapado. La libertad de la edad adulta se mancillaría si tuvieran que volver a los hábitos educativos asociados con la infancia. Como resultado, muchos adultos se hunden en una ignorancia vegetativa. No les da absolutamente ninguna vergüenza haber olvidado la poca álgebra y geografía que alguna vez aprendieron, como tampoco la sienten por haber dejado de usar pañales.

En una sociedad donde los que pasan de los cuarenta años superan a los que todavía no llegan, no debe permitirse que continúe esta ignorancia vegetativa. La educación ya no debe limitarse a los jóvenes. Éstos no deben desear que se termine, ni los ancianos deben volver la vista atrás agradecidos porque ya se acabó. Para todos, la educación debe parecer un requisito de la vida humana, durante tanto tiempo como la vida dure. El vigor mental y creativo debe acompañar al vigor físico que permitirá el avance médico. Entonces, los seres humanos podrán permanecer «productivos», según nuestra comprensión actual del mundo, hasta edad avanzada.

Sin embargo, ¿es esto posible? ¿Llegará el tiempo en que la gente disfrute tanto que la instruyan que deseará comprometerse con la educación, yendo y viniendo, durante toda su vida? ¿Por qué no, si pueden aprender lo que les interese y no lo que alguna autoridad diga que es lo que deben aprender, les guste o no? Significará que debemos cambiar la educación de programas fijos a una dirección de gusto personal.

Después de todo, según pasa el tiempo (si la civilización sobrevive), el mundo estará cada vez más automatizado y computarizado. El trabajo monótono y repetitivo del mundo —tanto físico como mental— será realizado por dispositivos mecánicos, y a los seres humanos les quedará la tarea de la creación. El mundo será, cada vez más, un mundo de tiempo libre. La educación tendrá que orientarse al ocio.

Cada vez más el mundo se administrará a sí mismo, y se deteriorará la misma idea de seres humanos «productivos» e «improductivos». Entonces, naturalmente, la gente podrá seguir su propio camino. Siempre habrá quienes quieran aprender tecnología de computación, o involucrarse en investigación científica, o diseñar nuevos procedimientos educativos. Si algo sucede, supongo que habrá más gente de la necesaria que voluntariamente desee ayudar a complementar el manejo mecánico del mundo.

¿Y los demás? Habrá quienes estén interesados en escribir, componer, pintar o esculpir; algunos otros preferirán los deportes o viajes; otros se dedicarán a los espectáculos de uno u otro tipo; algunos desearán dormir todo el día en hamaca, si pueden aguantar el aburrimiento.

La labor de la educación será ayudar a cada individuo a que se encuentre, dentro de sí, la actividad que le proporcione la mayor felicidad, que llene su vida de interés, y que —entonces— seguramente contribuirá a la felicidad e interés de los demás.

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