© James Waller
Gina Rippon es catedrática honoraria de Neuroimagen Cognitiva en el Aston Brain Centre de la Universidad de Aston en Birmingham, Reino Unido. En sus investigaciones utiliza las técnicas más avanzadas de imagen cerebral para investigar trastornos del desarrollo como el autismo. En 2015 la nombraron investigadora honoraria de la Asociación Científica Británica por sus aportaciones a la comunicación pública de la ciencia. Como miembro de la Red de Igualdad de Género de la Unión Europea, ha impartido conferencias por todo el mundo. Pertenece a WISE y ScienceGrrl, y es miembro del programa Speakers for Schools de Robert Peston y de la iniciativa Inspiring the Future. Vive en Reino Unido.
¿Entiende los mapas o interpreta las emociones? ¿Barbie o Lego? ¿Tiene un cerebro femenino o un cerebro masculino? ¿O esta es la pregunta equivocada?
Vivimos en un mundo dividido en función del género, en el que constantemente recibimos mensajes sobre los dos sexos. Nos enfrentamos a diario a convicciones muy arraigadas de que nuestro género determina las aptitudes y las preferencias, desde los juguetes y los colores hasta los estudios y los salarios. Pero ¿qué significa todo esto para nuestras decisiones y nuestro comportamiento? ¿Y para nuestros cerebros?
Basándose en su trabajo como catedrática de Neuroimagen Cognitiva, Gina Rippon desentraña los estereotipos que nos bombardean desde nuestros primeros días de vida y demuestra cómo esos mensajes moldean la idea que tenemos de nosotros mismos e incluso de nuestros cerebros.
Con su exploración de la más vanguardista neurociencia, Rippon nos exhorta a superar una visión binaria de nuestros cerebros y a verlos como unos órganos complejos, muy individualizados, profundamente adaptables y llenos de un potencial ilimitado.
Riguroso, oportuno y liberador, El género y nuestros cerebros tiene inmensas repercusiones para mujeres y hombres, padres e hijos, y para nuestra forma de identificarnos.
Edición al cuidado de María Cifuentes
Título de la edición original: The Gendered Brain.
The new neuroscience that shatters the myth of the female brain
Traducción del inglés: María Luisa Rodríguez Tapia
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: febrero de 2020
© Gina Rippon, 2019
© de la traducción: María Luisa Rodríguez Tapia, 2020
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2020
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN : 978-84-17971-95-3
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Para Jana y Hilda, dos abuelas indómitas que hicieron
caso omiso de sus Limitadores Internos
Para mis padres, Peter y Olga, cuyo amor y cuyo apoyo me dieron
muchas de las oportunidades que he tenido en el camino de mi vida, y
para mi hermano gemelo, Peter, que me ha acompañado siempre
Para Dennis: pareja, caja de resonancia, sumiller y horticultor
excepcional, en agradecimiento por su paciencia y su apoyo
incansable (además de grandes cantidades de ginebra)
Para Anna y Eleanor, por vuestro futuro, contenga lo que contenga
Pocas tragedias pueden ser más vastas que la atrofia de la vida; pocas injusticias, más profundas que la de negar una oportunidad de competir, o incluso de esperar, mediante la imposición de un límite externo, que se intenta hacer pasar por interno.
S TEPHEN J AY G OULD ,
La falsa medida del hombre
Índice
Introducción:
Los mitos «del juego del topo»
Este libro trata de una idea que tiene su origen en el siglo XVII y hoy sigue persistiendo: la noción de que es posible asignar un «sexo» al cerebro, describirlo como «masculino» o «femenino» y atribuir cualquier diferencia individual de comportamiento, aptitudes, logros, personalidad, incluso esperanzas y expectativas, a que se tenga uno u otro tipo de cerebro. Es un concepto equivocado que ha regido la ciencia del cerebro durante varios siglos, que sirve de base a muchos estereotipos perniciosos y que, en mi opinión, representa un obstáculo para el progreso social y la igualdad de oportunidades.
La cuestión de las diferencias sexuales en el cerebro se ha debatido, investigado, fomentado, criticado, elogiado y ridiculizado desde hace más de doscientos años, y desde luego puede encontrarse en diferentes formas desde mucho tiempo antes. Es un ámbito de opiniones arraigadas y ha sido el foco de atención permanente de casi todas las disciplinas de investigación, desde la genética hasta la antropología, con una mezcla de historia, sociología, política y estadística. Se caracteriza por las afirmaciones extravagantes (la inferioridad de las mujeres se debe a que su cerebro es 140 gramos más ligero), fáciles de refutar pero que vuelven a surgir disfrazadas de otro argumento (la incapacidad de las mujeres para leer mapas se debe a que su cerebro está conectado de otra forma). A veces, una sola afirmación se afianza firmemente como una realidad en la conciencia pública y, a pesar de los esfuerzos de los científicos involucrados, se convierte en una convicción arraigada. A partir de entonces, es frecuente que se remita a ella y se la califique de hecho establecido, y que reaparezca una y otra vez para contrarrestar los argumentos sobre las diferencias entre los sexos o, cosa más preocupante, justificar decisiones políticas.
A todas estas ideas equivocadas que reviven aparentemente sin cesar las denomino mitos «del juego del topo». El juego del topo es un juego recreativo que consiste en golpear repetidamente con una maza las cabezas de unos topos mecánicos a medida que asoman por los agujeros de un tablero; cuando parece que han desaparecido todos, surge uno nuevo en otro sitio. Hoy en día, el término «juego del topo» se utiliza para describir un proceso en el que un problema vuelve a aparecer una y otra vez después de que supuestamente se ha arreglado, o una discusión en la que hay alguna hipótesis equivocada que no deja de plantearse pese a que, en teoría, ha quedado descartada por la existencia de informaciones nuevas y más acertadas. En el contexto de las diferencias entre sexos, un ejemplo puede ser la idea de que los varones recién nacidos prefieren mirar móviles de tractores en vez de un rostro humano (la idea de que «los hombres nacen para ser científicos»), o de que hay más genios y más idiotas entre los hombres (la idea de la «mayor variabilidad masculina»). Como veremos en este libro, durante muchos años se han aplastado de distintas formas las «verdades» de este tipo, pero siguen encontrándose en libros de autoayuda, guías instructivas e incluso discusiones, en pleno siglo XXI , sobre la utilidad o inutilidad de los programas de diversidad. Y uno de los errores más antiguos y al parecer más resistentes es el mito del cerebro femenino y el cerebro masculino.
El llamado cerebro «femenino» ha soportado que durante siglos lo calificaran de demasiado pequeño, subdesarrollado, evolutivamente inferior, mal organizado y, en general, defectuoso. Se le ha humillado todavía más al considerarlo la causa de la inferioridad, la vulnerabilidad, la inestabilidad emocional y la ineptitud científica de las mujeres, es decir, de que sean incapaces de asumir cualquier tipo de responsabilidad, poder o grandeza.
Las teorías sobre la inferioridad del cerebro de la mujer nacieron mucho antes de que pudiéramos estudiar verdaderamente el cerebro humano, aparte de los que estaban dañados o muertos. No obstante, «echar la culpa al cerebro» era un recurso firme y persistente en la búsqueda de explicaciones sobre cómo y por qué las mujeres eran diferentes de los hombres. En los siglos XVIII y XIX estaba muy aceptada la idea de que las mujeres eran inferiores desde el punto de vista social, intelectual y emocional; en los siglos XIX y XX , la atención se trasladó a sus funciones supuestamente «naturales» de cuidadoras, madres, compañeras femeninas de los hombres. El mensaje ha sido coherente: existen diferencias «esenciales» entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres, unas diferencias que hacen que tengan distintas capacidades, distintos caracteres y distintos lugares en la sociedad. Aunque no podíamos poner a prueba esas hipótesis, eran la base en la que se apoyaban de manera firme e inmutable los estereotipos.