Jámblico de Calcis - Vida Pitagórica - Protréptico
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- Libro:Vida Pitagórica - Protréptico
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Vida Pitagórica - Protréptico: resumen, descripción y anotación
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La obra de Jámblico, Protréptico o Exhortación a la Filosofía, es el segundo libro de las cuatro primeras obras que se han conservado de la synag o g é o colección de diez que escribió nuestro autor, tal como ya se ha expuesto en la introducción de la obra precedente, la Vida pitagórica.
En primer lugar, deberíamos hablar de la tradición, de los antecedentes, del término protréptico que, en su significación, viene a ser aquello «que exhorta, anima o incita» a algo determinado. En el Eutidemo, Platón, en boca de Sócrates, en diálogo con Clinias, alude a la capacidad para «llevar a la filosofía y a la práctica de la virtud» (274c) y, más adelante, insiste en la necesidad de «buscar la sabiduría» (282c). Con ello se desvela, pues, en esta obra de Platón, una exhortación a la sabiduría (filosofía). En segundo lugar, habría que señalar la problemática existente sobre la propia identidad de esta obra desde que I. Bywatter (1869) que incluso piensan que, a partir de la obra de Jámblico, se puede reconstruir casi por entero el Protréptico de Aristóteles.
Por otra parte, los pasajes aristotélicos que se asignan a la obra de Jámblico son netamente de inspiración pitagórica, lo que también llevó a Jaeger a suponer que el ideal educativo que imperaba en la academia platónica, cuando Aristóteles la frecuentaba, era netamente pitagórico y, por tanto, que la exhortación de la obra aristotélica debía de ser evidentemente una exhortación a la filosofía pitagórica.
Una segunda cuestión, relacionada con la precedente, es la pretendida existencia de un Anónimo de Jámblico, que Blass estimaba que el autor del citado capítulo 20 del Protréptico era Demócrito.
Se puede añadir, por último, en estas consideraciones generales, que la obra está estrechamente relacionada con la Vida pitagórica. La obra respira pitagorismo por doquier: doctrina, religiosidad, armonía cósmica, simbología. Y ello es así porque, naturalmente, Vida pitagórica y Protréptico formaban parte de la colección (synag o g é ) de diez obras de doctrina y ciencia pitagóricas que por su interrelación constituían un auténtico corpus de pitagorismo.
En la introducción a la obra precedente, Vida pitagórica, hemos tratado someramente la filosofía de Jámblico y su diferenciación respecto a su maestro Porfirio, a la vez que hemos hecho alusión a su teúrgia. Pero una vez más debemos insistir en la complementación e interrelación de estas dos obras de Jámblico dentro del ámbito pitagórico. Igualmente, debemos aludir a su completa relación de los símbolos pitagóricos que presenta y explica Jámblico en el cap. 21 de su obra, lo que, ciertamente, supone una gran aportación al pitagorismo. De todos modos, debemos limitamos al contenido de la obra que nos ocupa y señalar, lo que ya hemos apuntado en la introducción a la Vida pitagórica, ya que el contacto entre ellos se produjo en la edad tardía de Porfirio. Probablemente, la influencia filosófica directa la recibió Jámblico de la escuela de Alejandría. Con todo, la filosofía de Jámblico se apoya en la sabiduría pitagórica con una tradición religiosa que resulta inmutable, pero anteponiendo la teúrgia a las prácticas religiosas populares. La innovación de Jámblico respecto a la filosofía de Plotino y, en cierto modo, de Porfirio es la introducción, en su afán por restaurar el paganismo, de innumerables dioses (no sólo griegos, sino también orientales), démones, héroes etc., que se sitúan entre Dios y el mundo sensible, sustituyendo a la tríada plotiniana del Uno, Inteligencia y Alma por la tríada Ser, Vida e Inteligencia, y debajo (hypóstasis) de cada uno de los componentes de esta tríada (salvo el Uno que se halla por encima y fuera de todos los seres) se encuentran, de un modo jerarquizado, otros elementos divinos que se multiplican de un modo asombroso, y que, en cierto modo, se agrupan formando tríadas que constituyen una relativa unidad (diákosmos). Pero la racionalidad no es una vía útil para llegar al conocimiento divino y a la salvación; de ahí que adopte todos los medios de irracionalidad para su objetivo: oráculos, magia, teúrgia y superstición.
Parte de esta explicación místico-filosófica, pero la mayoría se conoce gracias a la información que proporcionó Proclo en su Comentario al Timeo 206a y sigs. Hay un divorcio, pues, entre la filosofía del primer neoplatonismo (Plotino y Porfirio) y la magia y la teúrgia que abrazan los continuadores (Jámblico, Siriano y Proclo). Se podría configurar, en consecuencia, el pensamiento de Jámblico como una opción hacia la irracionalidad (como ya hemos señalado), es decir, la práctica de la teúrgia, que no es más que una sublimación de los rituales mágicos, y que en definitiva es, simplemente, un distanciamiento de la racionalidad, por un lado, y, por otro, como una tendencia al sincretismo, en su afán por reinstaurar el panteón griego. Pero conviene, por último, no perder de vista lo que ya hemos señalado con anterioridad: su afición y vinculación a la doctrina, ciencia y simbología pitagóricas, porque sin duda hay que considerarlo como un convencido y profundo pitagórico.
Entendemos que es necesario este apartado por considerar que el epígrafe del autor sobre el contenido de cada capítulo no informa realmente sobre el mismo.
Comienza la obra (1) con el análisis de la doctrina pitagórica para llevar a la educación, tanto de la ciencia como de la virtud, sin excluir ninguno de los saberes. Y es el alma, que transita de lo inferior a lo mayor, la que descubre, en su progresión, los bienes más perfectos, y en consecuencia la exhortación comenzará por cuestiones comunes, exhortación que se refiere exclusivamente a la filosofía sin preferir de antemano ninguna escuela filosófica. Se está refiriendo a un método ordinario de exhortación (protréptico); por ello propugna seguir un método intermedio entre éste y el pitagórico, para que el lector se habitúe a este último, porque la idea del autor es implantar, como sistema, la exhortación pitagórica. — Nos argumenta (2) que el alma nos da la vida (como los ojos la vista) y, tras esta aseveración, debemos encaminamos a la virtud por encima de todo. A ello se añade la contemplación de la prudencia, porque supone la «precisión sensorial de nuestro intelecto práctico». Y la ofrenda del alma son las ciencias. Concluye el capítulo con el hecho de que se puede efectuar una exhortación a la filosofía, de un modo general, partiendo de hechos evidentes. — Pasa a continuación (3) a la exhortación propiamente pitagórica que se lleva a cabo por medio de sentencias y símbolos, utilizando para ello los llamados Versos áureos, con el fin de alcanzar lo bello y la virtud como aspiración a lo divino. Es el postulado de una filosofía contemplativa: el conocimiento de los dioses como virtud, prudencia y felicidad perfecta. Tras señalar las características de las ciencias humanas, se alude a la facultad que posee el hombre de elegir el bien y el mal, por lo que se debe elegir lo bello y la felicidad. Después continúa con el embotamiento que nos impide ver los bienes que están cerca. Aporta, a continuación, otras sentencias y el inconveniente de la dualidad de nuestra propia naturaleza, desde el nacimiento, por la discordia innata, que debe ser sustituida por una «actividad intelectual única». Es, en definitiva, una exhortación a la vida intelectual. Se añade también una exhortación a la perfección divina, con súplicas e invocaciones al dios supremo, Zeus. Con todo ello nos liberaremos de las desdichas, ascendiendo a una vida divina y feliz. Exhorta también a un cambio del alma, libre de las ataduras del cuerpo, para que se asemeje a los dioses.— Aborda igualmente (4) la exhortación esotérica y científica, apoyándose en Arquitas y afirmando la capacidad de la sabiduría para captar la verdad de lo que está oculto, pues la sabiduría, en su opinión, supera a la razón. Establece entonces la comparación siguiente: si el sol es el que engendra y nutre todo, de la misma manera «la sabiduría es el ojo y la vida de los seres dotados de inteligencia». El hombre, en definitiva tiene capacidad para conseguir la ciencia y la inteligencia de todo y, por ello, debe decantarse por la sabiduría contemplativa. De la propia naturaleza humana surge «la exhortación que incita a la filosofía en su totalidad». La razón humana está inmersa en la naturaleza general y debe llegar a un acuerdo con la naturaleza intelectiva del Todo y alcanzaremos la felicidad, si conseguimos y contemplamos la inteligencia de los seres a través de la filosofía. Propugna también una exhortación a la prudencia, que es una especie de visión sobre todo lo visible, con lo que «comprende las razones generales de todo». Pero habida cuenta de que la divinidad es principio, fin y medio de todo lo que se lleva a cabo. Por su parte la exhortación teológica (sigue apoyándose en Arquitas) se basa en un único y mismo principio, del que separa lo que está próximo al Uno, que son multitudes que ascienden y descienden de él. Mas el objetivo de toda ciencia es la contemplación del Uno. La exhortación nos llevará a través de todo a la contemplación de Dios.— Se propone ahora (5) recurrir a las exhortaciones pitagóricas para conseguir el estímulo por la filosofía, aportando demostraciones científicas, entre las que destaca la posesión de bienes y el uso que de ellos hacemos para conseguir la felicidad, que ha de ser con inteligencia. Consecuentemente, es necesario filosofar para los que quieren prosperar, y la filosofía es la adquisición de una ciencia, no de bienes materiales. Pero sólo la justicia y la razón fijan el uso apropiado de los bienes. Existencia del cuerpo y del alma en la persona y sus características. Y la identidad propia de la persona es el alma. Se alude a la templanza como conocimiento del alma. Hay que preferir el alma porque después de los dioses es lo más divino que hay y el recto proceder del alma consiste en filosofar como se debe. A continuación expone una división tripartita del alma. Hay que atender al demon que con cada uno vive, dándole lo que conviene y, en consecuencia, es necesario que cada uno de nosotros enderece sus desviaciones «por medio del estudio de las armonías y revoluciones del Todo». Hay que corregir los instintos feroces y «hacer divino al hombre que hay en nosotros». Múltiples consejos para el autogobierno y control personal. Mucha precaución ante los cargos, tanto públicos como privados. Y el objetivo primordial de la persona será la consecución de la sabiduría. Superioridad del alma sobre el cuerpo y racionalidad e irracionalidad de aquélla, destacando la función de la mente en la parte racional. Y las actuaciones de la mente son sus reflexiones, «visiones de los inteligibles». Por lo demás, entre las actividades intelectuales, las que atañen a la contemplación pura son las más apreciadas. Y el hombre que conserva sus facultades mentales sin irracionalidad se asemeja a Dios. Éstas y otras recomendaciones son consejos pitagóricos «a la excelsa prudencia». — Se inicia ahora (6) una exhortación a la vida práctica, en la que se impone como actividad principal el ejercicio de la filosofía, porque contiene en sí un «recto juicio y una reflexión rectora». Vienen, a continuación, una serie de reflexiones sobre el objeto de la ciencia y sobre la existencia de «una ciencia de la verdad y de la virtud del alma». Por otra parte, la sensatez es el mejor de los bienes, pero no hay que olvidar que la filosofía es la adquisición y uso de la sabiduría, y que ésta es uno de los grandes bienes, que no conlleva, para su adquisición, grandes gastos y esfuerzos. Y precisamente por esta razón hay que dedicarse con entusiasmo a la sabiduría. — Se matiza, a continuación, (7) esta recomendación, en el sentido de que la reflexión y el conocimiento son deseables y necesarios para el hombre. Los bienes más deseables se consiguen gracias a la filosofía. Se menciona de nuevo la dualidad alma-cuerpo y la superioridad del primer componente por poseer razón e inteligencia. Insiste en el tema: la tarea primordial del alma pensante es la verdad, lo que se consigue con ayuda de la ciencia, y con un fin último, la contemplación; y su facultad creadora fundamental es la inteligencia. Tras una serie de consideraciones sobre la vida, se concluye que el conocimiento está por encima de los sentidos y de la vida misma.— Consideraciones (8), dentro de una evidencia sensible, sobre la vida: que nadie la aceptaría sin sensatez y sin razón. Se contrapone la falsa realidad de los sueños a la verdad del alma Y se insiste en el esfuerzo necesario que se debe hacer «para conseguir esta inteligencia que podrá conocer la verdad». La belleza, los honores y la servidumbre del cuerpo nada es frente a la mente y el pensamiento, lo único que parece ser inmortal y divino, y se apoya, para esta afirmación, en Hermótimo o Anaxágoras. — Se analiza (9) el origen de las cosas, que tiene lugar merced a una capacitación técnica, gracias a la naturaleza y, a veces, por la intervención del azar, si bien es algo indefinido lo que origina éste y, en cambio, lo que surge de una técnica o de la naturaleza tiene una finalidad. Explicación de Pitágoras al motivo por el que la naturaleza y Dios nos engendraron, a saber, para conocer y contemplar. «Reflexionar, a juicio de Jámblico; es el motivo último por el que hemos nacido», y esta reflexión debe ejercerse por ser bueno para el alma, aunque «nada útil se origine para la vida humana». — Se propugna (10) la reflexión contemplativa por las ventajas que nos proporciona, y es el filósofo «el único que vive con la mirada puesta en la naturaleza y en lo divino» y «adapta fijamente los principios de su vida a lo eterno y duradero». — La vida intelectual (11) nos proporciona una existencia placentera, pero no basta el pensamiento y la reflexión, si no se ejercitan. Es decir, cuando se posee algo, hay que ejercitarlo, llevarlo a la práctica; por la misma razón, la labor del alma será ejercitar la reflexión y el razonamiento. Y en el vivir la mejor actividad es la actividad contemplativa. Se alude al disfrute de la vida, que es propio del alma, porque vive con autenticidad. De todo ello se concluye que deben filosofar los que poseen inteligencia, para disfrutar de los placeres verdaderos. — Pasa, a continuación, (12) a considerar que sólo «los filósofos pueden tener una vida de felicidad», entendiendo que ésta es inteligencia, una especie de prudencia, virtud o alegría. Para conseguir esa felicidad, la mirada del alma se fijará en la verdad y en la contemplación de los dioses. — Definición (13) del verdadero filósofo, cuyo único objetivo es la muerte, en el sentido de que logra la separación del cuerpo, lo que a la mayoría pasa desapercibido. Debe, en consecuencia, rehuir los placeres del cuerpo y la adquisición de bienes lujosos y buscar, en vida, el alejamiento del cuerpo y el camino hacia el alma, que igualmente rehúye al cuerpo «y busca centrarse en sí misma». La esencia y la realidad del ser (en el mundo de las ideas) sólo puede conseguirse con el pensamiento. El cuerpo y las pasiones nos impiden dedicarnos de lleno a la filosofía. Sigue insistiendo en la separación del alma del cuerpo para su purificación. En la separación del cuerpo también se consigue la templanza (el no entregarse a los deseos); lo contrario es la intemperancia. Y sólo el purificado llegará al otro mundo y vivirá con los dioses. Por consiguiente exhorta a la filosofía, porque sólo ella proporciona la virtud y la pureza del alma, para lo que insiste en la liberación del cuerpo. El verdadero amante del saber es ordenado y valeroso, pero no como el vulgo lo entiende. Por su parte, la inmortalidad del alma exige que sea sensata y lo mejor posible y despreocuparse de los bienes materiales. Todos estos argumentos llevan de nuevo a la exhortación a la filosofía. — Pero igualmente (14), siguiendo los consejos de Pitágoras, se puede exhortar a la filosofía partiendo del ejemplo «de la vida de los hombres que han destacado en la filosofía». Son personas cuya mente vuela por doquier lejos de las ataduras terrenales. Nos presenta, a continuación, la clásica imagen del filósofo despistado sin conexión con la vida cotidiana. En este campo se le puede ver ridículo, al igual que la persona sin formación en los temas del filósofo. Y la huida de lo terrenal persigue la asimilación con la divinidad. Y los malvados, a su vez, pagarán su merecido cuando mueran. Concluye el capítulo con una nueva exhortación a la filosofía. — Presenta, a continuación, (15) la educación y la ignorancia mediante un símil, al estilo platónico, de unas personas encerradas en una cueva y encadenadas, de modo que sólo pueden ver la sombra de las personas u objetos que portan en la pared que tienen enfrente. Explica, consecuentemente, la diferenciación que esas personas, una vez liberadas de la cueva, establecerían entre el mundo aparente que hasta entonces habían conocido y el mundo real. La liberación de la cueva se estima «como la ascensión del alma al lugar de lo inteligible». Concluye, finalmente, que es necesario consagrarse a la educación y a la filosofía, si queremos conseguir la felicidad. — La educación (16), afirma, debe promover una capacidad para «girar desde el devenir» hasta «hacer frente a la visión del ser y de lo más brillante del ser», lo que es considerado el bien. Igualmente, hay que «vivir y morir ejercitando el resto de las virtudes». — Parte otra vez (17) de los dichos antiguos de los pitagóricos, con la intención de llegar a la misma exhortación y alcanzar una vida en orden con un alma sin deseos. — Sigue la recomendación (18) de ocuparse con afán de lo bello. Y para ello, debemos evitar las enfermedades del alma antes que las del cuerpo. El orden y disciplina del cuerpo, añade, generan salud y vigor; y en el alma, norma y ley. — Se mencionan (19) los bienes del alma tan importantes para la felicidad, y todo ello se consigue por el orden y rectitud del alma. Pero la felicidad se consigue también con la búsqueda y práctica de la templanza. Se alude, por otro lado, a la armonía entre los seres y a la igualdad geométrica en los dioses y en los hombres. Se trata después del respeto debido a padres y antepasados. Clasificación de los bienes y su significación para los justos y para los injustos. — Viene a continuación (20) la exhortación por medio de máximas y sigue con la forma en que se debe practicar la piedad, virtudes en general y el valor; sólo la filosofía, como ciencia, nos faculta para ejercerlas, como para cualquier otra cosa que se pretenda llevarla hasta un fin perfecto. Se vuelve a insistir en la recomendación de filosofar. Y el hombre bueno, que se aparta de las pasiones y de la necesidad externa, encuentra en la filosofía un medio útil para ser feliz y un recurso para el desprecio de la muerte. La legalidad e ilegalidad para el género humano. Igualmente, se refiere que de la desconfianza y del aislamiento surge la guerra y la discordia civil. Una vez más se exhorta a la filosofía para consolidar la legalidad. — Recomienda (21), a continuación, la exhortación por medio de símbolos, esencialmente pitagóricos. Su contenido debe ser explicado y comentado, para que no parezca ridículo. De este modo, expone los treinta y nueve símbolos y, a continuación, su exégesis.
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