Lin Yutang
La Importancia De Vivir
Traducción de Román A. Jiménez
No es la verdad lo que engrandece al hombre, sino el hombre lo que engrandece a la verdad.
Confucio.
Solamente quienes toman sosegadamente aquello por lo cual se atarea la gente del mundo pueden atarearse por aquello que la gente del mundo toma sosegadamente.
Chang Ch' ao.
Este es un testimonio personal, un testimonio de mi propia experiencia de pensar y de vivir. No lleva la intención de ser objetivo ni tiene pretensión de establecer verdades eternas. En verdad, desprecio casi las pretensiones de objetividad en filosofía; lo que vale es el punto de vista. Me hubiera gustado llamarle "Una filosofía lírica", empleando la palabra "lírica” en el sentido de perspectiva sumamente personal e individual. Pero sería ése un nombre demasiado hermoso y debo renunciar a él, por temor a apuntar demasiado alto y llevar al lector a esperar demasiado, y porque el principal ingrediente de mi pensamiento es la prosa llana, un nivel más fácil de mantener porque es más natural. Muy contento estoy de no sobresalir, de aterrarme al suelo, de ser semejante a la tierra. Mi alma serpentea cómodamente en la tierra y la arena, y es feliz. A veces, cuando se embriaga uno con esta tierra, el espíritu parece tan ligero que cree que es el cielo. Pero en la realidad pocas veces se alza dos metros sobre el suelo.
También me habría gustado escribir el libro entero en forma de diálogo, como los de Platón. Es una forma muy conveniente para las revelaciones personales, inadvertidas, para apuntar las significativas trivialidades de nuestra vida diaria, y sobre todo para un ocioso ambular por los prados del pensamiento dulce, silencioso, Pero no lo he hecho. No sé por qué. Por el temor, acaso, de que por estar tan poco de moda hoy esta clase de literatura, nadie la leería probablemente, y al fin de cuentas un escritor quiere ser leído. Y cuando hablo de diálogo, no quiero decir preguntas y respuestas como en las entrevistas periodísticas, ni esos copetes tajeados en breves párrafos; quiero decir discursos realmente buenos, largos, sosegados, que a veces se extienden por varias páginas, con muchos desvíos y retornos al punto original en discusión por un atajo en el lugar más inesperado, como un hombre que vuelve a su casa trepando sobre un seto, con gran sorpresa para su compañero de caminata. ¡Oh, cómo me encanta volver a casa trepando sobre el seto del fondo, y viajar por sendas laterales! Al menos, mi compañero admitirá que estoy familiarizado con el camino a casa y con la campiña que me rodea…Pero no me atrevo.
No soy original. Las ideas manifestadas aquí han sido pensadas y expresadas por muchos pensadores de Oriente y Occidente una y otra vez; las que me presta Oriente son verdades de a puño allí. Son, no obstante, mis ideas; han devenido parte de mi ser. Si han echado raíz en mi ser es porque expresan algo original en mí, y cuando las encontré por vez primera mi corazón les dio su instintivo asentimiento. Me gustan como ideas y no porque la persona que las expresó signifique algo. Lo cierto es que he recorrido las sendas laterales en mis lecturas lo mismo que cuando escribo. Muchos de los autores que cito tienen nombres oscuros y pueden sorprender a un profesor chino de literatura. Si algunos resultan muy conocidos, acepto sus ideas sólo en cuanto despiertan mi aprobación intuitiva, y no porque los autores sean muy conocidos. Tengo por costumbre comprar ediciones baratas, de libros antiguos, oscuros, y ver qué puedo descubrir en ellos. Si los profesores de literatura conocieran las fuentes de mis ideas, quedarían atónitos ante este filisteo. Pero hay un placer mayor en recoger una perla pequeña entre las cenizas que en mirar una más grande en la vidriera de un joyero.
No soy profundo, ni muy leído. Si uno es demasiado culto, no sabe cuándo el bien es bien y el mal es mal. No he leído a Locke, a Hume o a Berkeley, ni he seguido un curso universitario de filosofía. Técnicamente, mi método y preparación están mal, porque no leo filosofía, sino que leo la vida de primera mano. Es una forma poco convencional de estudiar filosofía: la forma incorrecta. Algunas de mis fuentes son: la señora Huang, un ama de mi familia que tiene todas las ideas que forman la crianza de una buena mujer en China; una batelera de Soochow con su abundante uso de exclamaciones; un motorista de tranvías de Shanghai; la esposa de mi cocinero; un cachorro de león en el zoológico; una ardilla en el Central Park de Nueva York; un camarero de a bordo que dijo una frase acertada; aquel escritor de una columna sobre astronomía (muerto hace unos diez años ya); todas las noticias en recuadro; y cualquier escritor que no mate nuestro sentido de curiosidad por la vida o que no lo haya matado en sí mismo… ¿cómo puedo enumerarlas todas?
Privado así de un aprendizaje académico en filosofía, tengo menos temor de escribir un libro acerca de ella. Por ello, todo parece más claro y más sencillo, si eso es una compensación a juicio de la filosofía ortodoxa. Lo dudo. Sé que habrá quejas de que mis palabras no son bastante largas, que hago las cosas muy fáciles de comprender y, finalmente, que carezco de cautela, que no hablo en un susurro ni entro con paso melindroso en las sagradas mansiones de la filo-so fía, que no parezco temeroso, como debiera. La valentía parece ser la más rara de todas las virtudes en un filósofo moderno. Pero he ambulado siempre fuera de los límites de la filosofía y esto me da valor. Hay un método de apelar al juicio intuitivo,.de pensar las ideas propias y formarse juicios propios e independientes, y de confesarlos en público con infantil osadía, y a buen seguro algunas almas similares en otro rincón del mundo convendrán con uno. Una persona que se forma sus ideas de esta manera se asombrará a menudo al descubrir cómo otro escritor dijo exactamente las mismas cosas y sintió exactamente lo mismo, pero expresó quizá las ideas con mayor facilidad y mayor gracia. Entonces es cuando descubre al autor antiguo, y el autor antiguo le sirve de testigo, y para siempre se hacen amigos en espíritu. Tengo por colaboradores al escribir este libro una compañía de almas afables, que espero me querrán tanto como las quiero. Porque en un sentido muy real, estos espíritus han estado conmigo, en la única forma de comunión espiritual que reconozco como verdadera: cuando dos hombres separados por las edades tienen los mismos pensamientos y alientan los mismos sentimientos, y cada uno comprende perfectamente al otro. En la preparación de este libro, unos pocos de mis amigos me han servido especialmente con sus colaboraciones y consejos: Po Chüyi del siglo octavo. Su Tungp' o del undécimo, y ese gran conjunto de espíritus originales de los siglos XVI y XVII: el romántico y voluble T'u Chí ihshui; el juguetón, el original Yüan Chunglang; el profundo, el magnífico Li Chowu; el sensitivo y modernizado Chang Ch' oo; el epicúreo Li Liweng; ese viejo hedonista, feliz y alegre, de Yüan Tsets´ai, y el bullente, el bromista, el efervescente Chin Shengt´an; almas poco convencionales todas, hombres con demasiado juicio independiente y demasiado sentimiento por las cosas para que gusten a los críticos ortodoxos, hombres demasiado buenos para ser “morales” y demasiado morales para ser “buenos” para los confucianos. La pequeñez de esta selecta compañía ha hecho tanto más valioso y sincero el goce de su presencia. Puede ocurrir que yo no cite a algunos de ellos en- este libro, pero de todos modos están en él conmigo. Su retorno a lo que merecen en China es sólo cuestión de tiempo… Ha habido otros, nombres menos conocidos, pero no menos bienvenidos por sus aptas observaciones, porque expresan también mis sentimientos. Les llamo mis Amieles chinos: hombres que no hablan mucho pero hablan siempre sensatamente, y cuyo sentido común respeto. También hay otros que pertenecen a la ilustre compañía de los “Anónimos" de todos los países.y todas las épocas, que en un momento inspirado dijeron algo con más sabiduría de la que habían mostrado jamás, como los padres desconocidos de grandes hombres. Finalmente, hay otros más grandes aun, a quienes miro más como maestros que como compañeros de espíritu, cuya serenidad de comprensión es tan humana y empero tan divina, y cuya sabiduría parece haber surgido enteramente sin esfuerzo porque se ha hecho completamente natural. Tal es Tschuangtsé, y así es T´ao Yüanming cuya sencillez de espíritu desespera a los hombres más pequeños. He dejado a veces que estas almas hablaran directamente al lector, y lo he reconocido debidamente, y en otras ocasiones he hablado por ellos, aunque parezco hablar por mí. Cuanto más antigua mi amistad con ellos, tanto más probable es que mi deuda con sus ideas sea del tipo familiar, elusivo e invisible, como la influencia paterna en una buena educación familiar. Es imposible apuntar con el dedo a un punto definido de semejanza. Además, he escogido hablar como moderno, compartiendo la vida moderna, y no sólo como chino; dar solamente lo que he absorbido personalmente en mi ser moderno; y no actuar apenas como un traductor de los antiguos. Tal procedimiento tiene sus fallas, pero en conjunto sirve para hacer mejor una tarea. Las selecciones son, pues, tan sumamente personales como los rechazos. No se intenta aquí una presentación completa de un solo poeta y filósofo, y es imposible juzgarlos a través de las pruebas de estas páginas. Por lo tanto, debo concluir diciendo, como de costumbre, que los méritos de este libro, si los tiene, se deben sobre todo a las felices sugestiones de mis colaboradores, y que de las inexactitudes, deficiencias e inmadureces de juicio sólo yo soy responsable.
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