Luís De La Luna Valero - El león de Cartago
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- Libro:El león de Cartago
- Autor:
- Editor:Ediciones B
- Genre:
- Año:2012
- Índice:5 / 5
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El león de Cartago: resumen, descripción y anotación
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EL LEÓN DE CARTAGO
Luis de la Luna
1.ª edición: abril 2012
© Luis de la Luna, 2012
© Ediciones B, S. A., 2012
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B.31156.2012
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-321-1
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright , la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Dedicado a mis sobrinos: José,
Alejandro, Carlos, Borja y Carmen.
A mi agente literario, J. Miguel Romaña.
Y a Lucía Luengo y Francisco Giménez de Ediciones B
Contenido
Prefacio
Cuando se escribe y, sobre todo, se lee sobre Cartago, conviene eliminar de nuestra mente todos los prejuicios antipúnicos resultantes de la propaganda tan negativa que tanto los autores griegos como los romanos, enemigos acérrimos y rivales comerciales de los cartagineses, fueron vertiendo contra ellos a manera de «leyenda negra»; así como la que también realizaron anteriormente los judíos —en el Antiguo Testamento— contra los cananeos y fenicios. De esta manera, la objetividad histórica permitirá apreciar, en toda su verdadera dimensión, la grandeza de la civilización púnica; siempre, eso sí, con sus luces y sus sombras.
Rescatar Cartago del olvido también es evocar el imponente legado que esta civilización, mezcla del helenismo y de lo semita, ha dejado en la Historia de la humanidad. Y, en consecuencia, es recordar a una ciudad donde se elevaron los primeros rascacielos de Occidente —casas de seis a ocho pisos— por la escasez de suelo edificable y la especulación inmobiliaria; donde funcionó la primera bolsa de comercio, en la que se constituyeron sociedades mercantiles y bancos con afán de lucro, tan similares a las que funcionan en nuestro actual sistema financiero; y cuyos navegantes circunnavegaron África, navegaron habitualmente hasta las Islas Británicas y las costas de Senegal, y sus comerciantes recorrieron, en caravanas, el Sahara hasta el Sudán y el centro mismo de África.
A todo lo anterior, tendremos que sumar que los cartagineses fueron, en la cuenca mediterránea, quienes mejor explotaron, de una manera intensiva y no exenta de calidad, los recursos agrícolas tales como los cereales, los viñedos, los frutales, los olivares... Y que sus tratados de agricultura, como el escrito por Magón, serían luego estudiados, copiados y adaptados por el mundo grecolatino.
Para los españoles, la lectura de los hechos de Cartago y de los fenicios trae, además, los recuerdos de lo estudiado en años de pupitre escolar y refresca la memoria de la antigüedad española, de las ciudades que fundaron, entre ellas: Cádiz, Cartagena, Sevilla, Córdoba, Alicante..., y aquellas que destruyeron, tal como la inmortal Sagunto y, tal vez, también Tartesos. Su estudio hace, asimismo, rememorar la historia y la vida de los pueblos celtas, iberos y celtíberos que poblaban y habitaban la península Ibérica, los cuales fueron sacados de su aislamiento cultural y geográfico por esta potencia africana, además de por otras del ámbito mediterráneo. Todo ello sin olvidar que el término España deriva del latino Hispania, que a su vez proviene posiblemente del vocablo fenicio-cartaginés I-Sphan-ya . Este significaba «costa del norte», así llamada desde la perspectiva geográfica de la costa sur o africana de Túnez, Argelia y Marruecos, que era en la que los cartagineses vivían y desde donde partían sus viajes.
Todas las civilizaciones son, o fueron, el producto de una suma de factores culturales, medioambientales, históricos, geográficos, etc. Cartago también lo fue, además de ser al mayor rival de los romanos en la época de despegue de estos. Eso posibilitó que Roma, tras su victoria, pudiera creer en sí misma como potencia internacional llamada a dominar el mundo mediterráneo, lo que provocó su transformación en un estado imperialista y su perpetuación y grandeza durante siglos.
Roma, que tan solo era una modesta república militarista que apenas dominaba la mitad de la península Itálica desde una ciudad-Estado austera y sencilla, aprendió de los cartagineses a navegar, a construir los mejores barcos y a comerciar a gran escala. También descubrió el Mediterráneo y la riqueza de Hispania, se adueñó del rico y fértil norte de África, entró en contacto con la cultura de las naciones y pueblos del Mediterráneo oriental y Grecia, se expansionó, creció y cambió. Estos beneficios tan notables no pudieron impedir que Roma temiera tanto a Cartago y sufriera tan enormemente por culpa de Aníbal, que su orgullo jamás perdonó tamaño miedo y dolor. Por ello, durante las guerras púnicas, que enfrentaron a ambas potencias, Roma creó una leyenda negra que exageró enormemente los defectos de los cartagineses. De esta manera, incidió sobre su avaricia, su desmedido afán de lucro, su astucia y traición, sus sacrificios humanos de niños, sobre el fatalismo púnico... Y ridiculizó a estos en obras de teatro de Plauto —como en Poenulus — y de otros autores teatrales romanos.
Con todo lo bueno y lo malo que hizo y que tuvo, Cartago figura en un puesto de honor entre las grandes civilizaciones del pasado y la presente novela histórica, así como las que la continuarán, quieren ser un homenaje a esos intrépidos marinos y comerciantes que contribuyeron decisivamente en el cambio de la mentalidad del mundo mediterráneo porque la transformó en atlántica también...
Libro primero
Kart Hadasht
La Ciudad Nueva
—Padre, recuérdame cómo se fundó Nueva Ciudad.
Amílcar Baraq sonrió a su hijo Aníbal. Tras retirarse de la balaustrada en que se apoyaba, se acercó atravesando la terraza del palacio familiar, situado sobre la colina Byrsa.
—Siervo de Melkart, vamos, no te hagas de rogar —insistió el niño con la tenacidad impaciente de sus ocho años.
Su padre le sonrió de nuevo y dejó de pensar por un momento en la guerra que mantenían en Sicilia contra los romanos, contienda a la que se reincorporaría tan pronto conociera el veredicto del Senado cartaginés. Se mesó la negra y cuidada barba e invitó a su hijo diciendo.
—Anda, siéntate a mi lado y escucha la leyenda.
Aníbal dejó de jugar con unos hoplitas de madera y corrió presuroso a su lado.
—Los cartagineses procedemos de la ciudad de Tiro, ¿verdad? —inquirió.
—Sí... —asintió el progenitor—. Hace muchos años Tiro fue atacada por los asirios y su rey, Pigmalión, decidió casar a su hermana Elyshat con uno de los generales invasores...
—¿Para qué?
—Para establecer una alianza política.
—¿Y qué pasó? —preguntó Aníbal, sin dar tregua en su afán de conocimiento.
—Para lograr su objetivo, Pigmalión asesinó a su cuñado. Horrorizada, Dido zarpó de Tiro con un grupo de fieles, entre quienes estaba nuestro antepasado Barcas —narró Amílcar, mezclando realidad y leyenda, tal cual le habían contado a él de niño.
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