La maldición
de la inteligencia
Carmen Sanz Chacón
Primera edición en esta colección: septiembre de 2014
© Carmen Sanz Chacón, 2014
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2014
Plataforma Editorial
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ISBN: 978-84-16096-83-1
Realización de cubierta y composición: Grafime
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Por Julián, que es tan tímido que nunca ha tenido novia.
Por Alberto, que no sabe mantener una conversación y solo contesta con monosílabos.
Por Juan, que está todos los días en una esquina del patio del colegio y se siente muy infeliz.
Por Luis, al que ya han expulsado de tres colegios por rebelde y cuyos padres están desesperados.
Por Marcos, que tiene miedo a ir a colegio porque los demás le pegan y se burlan de él.
Por María, que ha dejado de estudiar porque se aburría en clase.
Por Marta, que sufre ansiedad y depresión, y tiene un tremendo complejo de inferioridad.
Por Carmen, a la que han diagnosticado falta de atención y solo atiende a lo que le interesa.
Por Rosana, que se hace la tonta para caer bien a los chicos.
Por Isabel, que ha hecho dos carreras universitarias y se gana la vida en un supermercado.
Por ellos y por todos los que sufren por ser diferentes.
Gracias a mi hijo Daniel, por sus aportaciones y su paciente trabajo de revisión.
Índice
Introducción
En nuestra sociedad ser diferente siempre es un problema. Tienen problemas los que padecen deficiencias físicas y mentales, los que destacan en su entorno por raza, cultura, gustos y, también, los que sobresalen en aptitudes.
Todos somos conscientes de la preocupación de nuestra sociedad por facilitar la integración de las personas con deficiencias físicas o intelectuales, por invertir en su desarrollo y formación para que puedan obtener el máximo de sus capacidades y facilitar, en lo posible, su integración en todos los ámbitos (académico, social y laboral). Es una preocupación lógica, humana y deseable, signo de un desarrollo cultural adecuado.
Pero tener un exceso de capacidad también puede ser un problema. Desde hace varios años, en nuestro país y en el resto del mundo, los padres de los niños superdotados han venido denunciando situaciones conflictivas y muchos problemas en el ámbito escolar. Finalmente han conseguido llamar la atención de la sociedad y que se les tenga en cuenta en las leyes de educación para dar a sus hijos una atención educativa especial.
Sin embargo, las necesidades de apoyo psicológico que tienen los superdotados para poder integrarse apenas han sido investigadas y son todavía un campo por desarrollar. La realidad del día a día en clínica nos dice que muchos niños, adolescentes y adultos superdotados se sienten infelices, no tienen facilidad para relacionarse con los demás y tienden a aislarse física y/o psicológicamente.
Según nuestra experiencia trabajando con padres de niños superdotados y con adultos de todas las edades, a menudo la alta capacidad va unida a falta de bienestar psicológico, a estados de ansiedad, depresión, sensación de fracaso personal y toda una sintomatología diversa que ocasiona desde problemas de sueño a dermatitis atópicas.
La necesidad de que los niños y los adultos superdotados reciban apoyo psicológico, centrado en desarrollar sus carencias emocionales y relacionales, con especial incidencia en mejorar su autoestima, es una realidad, como también lo es la necesidad de que reciban formación específica para adaptarse e integrarse en nuestra sociedad. Estas necesidades especiales son las que intentaremos demostrar a lo largo de este libro basándonos en nuestra experiencia clínica.
Ser inteligente puede ser un problema y muy a menudo lo es. Ser inteligente puede ser un problema para los propios niños, para los padres y para los educadores en general, que no tienen ni la preparación ni el tiempo suficiente para darles a estos niños la atención que necesitan.
También es un problema para la sanidad pública. Cuando los profesionales de la salud (que suelen desconocer los problemas específicos de los superdotados) diagnostican diferentes trastornos sin llegar a vislumbrar lo que hay detrás de los diversos síntomas que estos manifiestan (sin sospechar que son superdotados y que sus síntomas son la expresión de una grave falta de adaptación derivada de su superdotación).
Con demasiada frecuencia, los problemas emocionales, sociales y educativos generan abandono escolar, fracaso profesional, problemas familiares graves y enfermedades psicosomáticas. Toda una casuística que puede llegar a anular la alta capacidad de muchos superdotados y la posibilidad de utilizar su inteligencia en beneficio de nuestra sociedad.
Asimismo, el fracaso escolar de estos provoca el desperdicio sistemático de talento que podría haber sido usado en beneficio de nuestra sociedad. Lo que supone, a todas luces, un grave problema social al que se debe poner solución.
Este es un libro de divulgación, no un ensayo científico. Queremos dar a conocer la problemática especial de los más inteligentes para que puedan ser comprendidos por familiares, profesores y profesionales de la salud, y, sobre todo, para que puedan recibir el apoyo que necesitan.
Vemos a diario a niños, jóvenes y adultos muy inteligentes sufrir por la incomprensión de su entorno y desear ser como los demás, como si la inteligencia fuese una maldición.
Si al finalizar su lectura nos comprende un poco mejor, habremos conseguido nuestro objetivo.
Ellos
Juan
Juan es superdotado. Es mucho más inteligente que la media de la población, de hecho, está entre el 1 % de las personas más inteligentes del país.
Juan es un tipo con muy buen humor, es capaz de sacarle chispa a casi todo y hacer ese comentario irreverente en medio de la exposición más seria de su jefe. Afortunadamente, se contiene y no la hace. Ya es el tercer trabajo en los últimos diez años y no puede seguir así.
Juan también es un despistado integral. Él dice que es la única persona capaz de estrellarse con la misma puerta de cristal tres veces seguidas, ante la atónita mirada de sus compañeros. En la última reunión se oyó un sonoro y colectivo «¡LA PUERTA!» treinta segundos antes de que chocara. Se volvió y dijo: «Ya, ya…» con una sonrisa en la cara.
Es habitual verle con un calcetín de cada color o con el jersey al revés. No pasa nada, no es importante, cuando se estaba vistiendo estaba pensando en otra cosa. Como cuando está leyendo un libro que le interesa o trabajando con su ordenador en algo que le atrae. Ya le puedes estar diciendo a un metro que vas a regalarle un par de millones de euros, te contestará: «Qué bien» sin escucharte en absoluto. Luego vienen los líos: «Si te lo dije ayer y te parecía bien».
Su despiste y su falta de atención vienen de lejos. Ya de crío se olvidaba la cartera en el colegio y los libros en casa, con la consiguiente bronca de los profesores. Cuando el maestro le hablaba en la escuela, él estaba mirando atentamente una mancha en el techo, a las nubes o soñando despierto con mundos lejanos. Más de un tirón de orejas y más de una expulsión de clase le valieron sus distracciones, aunque eso era mejor que estar atento a lo que explicaba el profesor y discutir sus razonamientos. Eso implicaba convertirse en la oveja negra y ganarse el odio de los docentes. Mejor callado y dedicarse a sus cosas.
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