Lewicki, Sofía Tan mal sí salimos / Sofía Lewicki. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2022. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-7628-8 1. Maternidad. 2. Guías para Padres. I. Título. CDD 649.10242 |
© 2022, Sofía Celeste Lewicki
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Primera edición en formato digital: marzo de 2022
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto 451
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-7628-8
A Juana y Vicente.
A todos los hijos.
Introducción
Vengo de una crianza en la que tuve que ver cómo quemaban mi libro favorito por haberlo dejado fuera de lugar, padecí el maltrato naturalizado como casi todas las personas de mi generación.
También me dieron amor. Y no, no voy a decir que “tan mal no salí”, como le dije un día a mi papá, porque salí como pude, con lo mejor y lo peor de cada uno, y con los pedazos que con mucho trabajo interno fui pudiendo armar. Con ese libro que fui eligiendo reescribir.
No recuerdo haber tenido el deseo de ser madre desde la infancia, pero sí recuerdo saber cuidar desde mis tres años, cuando ya sabía qué tenía que hacer si mi mamá se desmayaba (algo que ocurría frecuentemente e incluso más de una vez durante un mismo día). Recuerdo también reproducir a modo de juego la violencia con la que algunas maestras le gritaban a un compañero de escuela: “El que se portaba mal”, “el que molestaba”, “El que no hacía caso”. Aún recuerdo su apellido. También recuerdo que desde niña siempre me gustó estar entre adultos, no me gustaba estar con otros niños y niñas, y siempre me sentí un poco afuera. No me causaban gracia las mismas cosas ni tenía los mismos problemas que mis amiguitas, a las que les molestaba que usara el pantalón por la cintura; sus burlas infinitas, lejos de quedarse en el colegio, venían conmigo a mi casa y a la mañana siguiente hacían que siempre me doliera algo para rogarle por favor a mi mamá faltar a la escuela.
También recuerdo la primera vez que intenté ponerle un límite a un adulto, tendría unos ocho años. En el comedor de la escuela nos obligaban a comer la comida incluso cuando no nos gustaba, si no, no podíamos salir al patio. Uno de esos días tocó arroz con leche, un plato que siempre me generó un profundo asco por su consistencia; dije que no quería y vino la amenaza, intenté comer y vomité. Cuando regresé a mi casa le conté a mi mamá lo que había pasado y muy enojada me dijo que la próxima vez que me obligaran a comer el arroz con leche, yo tenía que decir: “No voy a comer, y si tiene algún problema, llame a mi mamá”. Y así lo hice: cuando vi que la señora en cuestión estaba por acercarse a mi mesa y que el plato con arroz con leche pasaba por sobre mis ojos, estallé en llanto y pronuncié las palabras, entrecortadas. Si hay algo que me enseñó mi madre es a luchar, mas no a defenderme de ella. Ese fue otro camino.
Mi madre no lo sabe, pero cuando mi abuela vino a vivir con nosotras, le permitió a su madre ser la madre que con ella no había podido ser e hizo lo mejor que podría haber hecho por mí en ese momento: darme otra madre, mi nona. Así fue que tuve dos madres, una que se la pasaba trabajando afuera de casa, pues era sostén, y otra que ejercía las tareas del cuidado cotidiano: ella me preparaba la mochila para ir a la escuela, me hacía la comida que más me gustaba, me peinaba, me pasaba el peine para los piojos, me dejaba la toalla y el pijama calentito cuando salía de bañarme, y unos caramelos debajo de la almohada.
¿Mi papá? Solo noté lo poco que lo veía cuando empezó a estar realmente presente. Ya de más grande y hasta hoy.
Vengo de una familia de mujeres, mujeres fuertes, pero que cargaron con toda la carga mental y el cuidado SOLAS (esto no pude verlo sino cuando me convertí en madre). Hicieron lo que pudieron, con lo que no tenían: reconocimiento.
Por eso con este libro no pretendo decirles cómo criar, ni vengo a traerles el manual de crianza de moda para que pasemos de ser súbditos de la crianza premio-castigo a serlo de la crianza respetuosa. Tampoco vengo a juzgar sus historias, por eso les comparto la mía, para que vean de dónde vengo.
La crianza respetuosa muchas veces se interpreta como un imperativo de “cómo hay que hacer las cosas para”, que nuestros hijos dejen de hacer berrinches, duerman solos, se vistan y caminen, y nosotros seamos un poquito más felices, pero ese es un conjunto de ideales imposibles de alcanzar, porque la crianza respetuosa no nos exime de los berrinches y tampoco de la angustia que ocasiona criar en una sociedad que se construye de espaldas a la mapaternidad y a la crianza, y en una historia sin niños. Por esocreo que a la crianza respetuosa, en este sentido, le debemos agregar un paso previo, que yo llamo “la crianza del reconocimiento”.
El reconocimiento no es como aquel premio que me da alguien por algo que yo hice, sino un “re-conocerse”, un volver a pasar por nosotros mismos, un volver a encontrarnos con un saber que no sabíamos que habitábamos: una niña herida, una separación temprana, un trauma, una burla, una crianza, una no madre o padre, o un exceso de todo eso, entre otras cosas. Si lo gestaste, no hay persona que te conozca por dentro más qué tu hijo: respiraron juntos, tus células alimentaban las suyas, vibró con el latido de tu corazón, pero fundamentalmente pulsó con el de tu útero y habló el mismo lenguaje corporal que vos. Por eso, tu hijo seguramente también viene con un saber sobre vos, que ni siquiera vos sabés que tenés. Podemos decir que uno no se conoce lo suficiente hasta que se enfrenta con el desafío de criar a un hijo.
La crianza, desde mi perspectiva, es mucho más compleja que colecho sí o no, que dar o no la teta, o practicar movimiento libre, y tiene que ver con un movimiento interno como primera instancia. En mi ser hija y madre, y en mi práctica como psicóloga, he descubierto que si bien sabemos educar, no sabemos criar. ¿Cómo no sabemos criar, Sofía, si los niños existen desde siempre? Es cierto que los niños siempre existieron, mas no como personas, solo como objetos, criaturas a las cuales había que educar para transformar en hombres.
Para mí, en la crianza es fundamentalmente tener en cuenta la noción del otro; de otro que es distinto a mí. Los niños existen, tienen voz, cuerpo y sentimientos, les pasan y necesitan cosas, y muchas veces, esas mismas cosas estarán en contradicción con lo que nosotros esperábamos como mapadres.