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V. Nogal, 16 Col. Sta. Marí a
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Prólogo
Nos hallamos ante una obra sorprendentemente seria y completa sobre uno de los temas má s apasionantes de nuestro tiempo. El libro del profesor Dominique Lormier incid e en un misterio cientí fi co que ha tenido la extrañ a cualidad de interesar a lo largo del siglo xx por igual a creyentes y no creyentes, a judí os y cristianos, y este inte ré s no ha disminuido ni un á pice en el siglo XXI . Un misterio que va muc ho má s allá de una simple confi rmació n, por ví a directa, de ver dades conocidas o del descubrimiento de otras nuevas. Se ha dicho muchas veces que la ciencia no es tan importante por las preguntas que responde como por las que plantea, y esto se da con los famosos ma nuscritos de Qumrá n.
La historia se rige por una cadena inextricable de casualidades. Hizo falta que se perdiera una cabra en un rincó n de Palestina, que su pastor Mohammed edh-Dhib (que ya tiene un á tomo de historia asegurado), buscá ndola, encontrara la e ntrada de una cueva oculta durante dos milenios, y que, al arrojar una piedra al interior para tantear su profundidad, diera en una de las tinajas que guardaban el tesoro arqueoló gico má s sorprendente de los que se encontraron en el siglo XX . Los manuscrit os de Qumrá n acababan de ser descubiertos.
A partir de aquí , los descubrimientos y su puesta en contacto con el mundo culto se sucedieron vertiginosamente. Nuevas cuevas, nue vas tinajas repletas de rollos, viajes de ida y vuelta de estos a travé s del Atlá ntico, compras, cesiones y especulació n no siempre afortu nada. Pero, a travé s de todas estas incidencias, un trozo de pasado de excepcional importancia se proyectaba sobre nosotros. Los esenios dejaban de ser una secta casi desconocida, nombrada vagamente por Plinio el Viejo , para cobrar un innegable realismo y un sorprendente protagonismo a travé s de su obra, que llegaba a hermanarlos con la aparició n del cristianismo.
Pero a esta fase relampagueante le sucedió otra mucho má s lenta y reposada, que dura ha sta la actualidad. Los manuscritos, en un estado de conservació n muy defi ciente, tienen que ser ensamblados como un gigantesco rompecabezas, y se han de suplir con imagina ció n los fragmentos que faltan, que son la mayorí a del legado.
No hay duda de su aut enticidad: las pruebas del carbono 14 tes tifi can que son de una é poca entre el siglo I a. de C y el II d. de C. Pero, con todo, incluso este revolucionario y exacto mé todo de fe chado presenta un cierto grado de indeterminació n, que ha hecho suponer que algunos de los escritos podrí an remontarse incluso a la revuelta judí a de Simó n Bar Kokhba contra los romanos, en el añ o 135, d e la que resultó el exilio defi nitivo del pueblo hebreo. ¿ Estamos ante unas muestras de la evolució n del judaí smo a lo largo de unos siglos crí ticos de su historia?
En la interpretació n de los manuscritos se ha desplegado todo el arsenal de medios té cnicos y de ingenio imaginables. El fechado me diante la prueba del carbono 14 es só lo el punto de partida: se ha llegado a grados de sofi sticació n tan sutiles como casar los distintos fragmentos del manuscrito mediante las huellas repetidas que sobre el rollo original habí a dejado un insecto que lo perforó . ¡ Incluso, para eliminar todo riesgo de error, se ha g arantizado la unicidad de este me diante la prueba del ADN! En fi n, que toda la panoplia de modernas té cnicas ha sido puesta al servicio de lo que sin duda es la investigació n má s importante de los siglos xx-xxi sobre los orí genes de nuestra actual cultura.
La tarea, por tanto, continú a y continuará durante muchos añ os. Ha llegado a decirse que esta lentitud obedecí a a inconfesables pro pó sitos, pero hay que desechar este pensamiento má s propio de prensa amarilla: la increí ble complejidad del rompecabezas es la ú ni ca causa del ré gimen de cuentagotas con que se dan a conocer los resultados.
¿ Y cuá les van siendo estos resultados hasta ahora? En realidad, la mayorí a de los textos no son bí blicos, sino relativos a la organizació n de la secta, pero todos tienen pa ra nosotros un interé s inestimable. En particular, los religiosos deben ser cotejados con los má s antiguos existentes... y con los no existentes, pues en los manuscritos apa recen novedades desconocidas. Algunas de las particularidades má s sorprendentes v i enen dadas por el hecho de que no figuran en las biblias actuales. Los textos contienen profecí as desconocidas de Da niel, Jeremí as y Ezequiel. Tambié n nuevos escritos de José , Judas y otros desconocidos en la Biblia actual, así como salmos ignorados del r ey David. El Rollo de Isaí as es casi idé ntico al Libro de Isaí as de la Biblia moderna, pero otros textos desvelan ligeras diferencias, como una versió n del libro de Jeremí as que se distingue por la extensió n y el orden del relato. Numerosos salmos present e s en la Biblia son tambié n diferentes, especialmente los 90 y 150, dispuestos en otro orden. Incluso algunos textos completamente nuevos han requerido nuevos autores, y son atribuidos a cé lebres personajes bí blicos, como Moisé s y José.
Todo esto obliga a p lantearse una pregunta: ¿ es la Biblia canó nica actual simplemente una entre mil posibles recopilaciones de textos, la mayorí a ya perdidos, que un recopilador seleccionó un dí a y que por puro azar ha llegado hasta nosotros? ¿ Descansa todo el judaí smo en un o de los mil posibles caminos, como la piedra que dio en la tinaja?
Má s aú n: los manuscritos contienen una serie de nuevos textos veterotestamentarios, cuyo destino se nos ofrece problemá tico. ¿ En qué medida deben ser desechados como ausentes del canon oficial ? Tradicionalmente, la exé gesis bí blica ha optado por el camino má s fá cil: desechar los nuevos descubrimientos, considerá ndolos varian tes « apó crifas» . Pero la enormidad y la fuerte trabazó n de los manus critos entre sí y con los conservados hasta h oy plantean una severa inquietud ante este có modo recurso, pues los fragmentos encontrados corrigen posibles errores de copistas en la Biblia tradicional (por ejemplo, cuando se fija la altura de Goliat en dos metros y no en los tres —¡ o los seis! — regist r ados en los libros bí blicos). Y en otras ocasiones, completa y da sentido a fragmentos incompletos de deter minados episodios, consiguiendo que se puedan entender.