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Fernando Báez - Los primeros libros de la humanidad: El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico

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Fernando Báez Los primeros libros de la humanidad: El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico
  • Libro:
    Los primeros libros de la humanidad: El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico
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    Océano
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    2015
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Los primeros libros de la humanidad: El mundo antes de la imprenta y el libro electrónico: resumen, descripción y anotación

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¿Cómo eran los libros antes de Gutenberg? Un experto se adentra en el pasado de la humanidad para mostrarnos cómo eran, cómo se hacían y dónde se guardaban los antepasados del libro. Todos sabemos que la invención del libro, tal como lo conocemos hoy en día, se le atribuye a Gutenberg. Sin embargo, antes de él existieron numerosos registros escritos que van desde las tablillas de arcilla sumerias y los papiros egipcios hasta los manuscritos medievales, pasando por los rollos, los códices, los pergaminos y otras formas de preservar y transmitir la cultura. Fernando Báez, autor de Nueva historia universal de la destrucción de libros, nos entrega ahora una amena, ilustrativa y bien informada historia del libro antes de la invención de la imprenta. Estamos ante un apasionante viaje a través del tiempo para conocer los diversos soportes materiales empleados por los pueblos del mundo para la conservación y difusión del conocimiento humano.

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Para Ahmed librero egipcio asesinado durante la primavera árabe La - photo 1

Para Ahmed,
librero egipcio asesinado
durante la primavera árabe
.

La historia del libro es trascendental por todo aquello que nos revela sobre la evolución humana.

D AVID F INKELSTEIN Y A LISTAIR M C C LEERY ,
An Introduction to Book History

El libro sobrevive. En sus más de cinco mil años de historia, ha pasado de una forma material a otra y se ha propagado a casi todas las culturas y tiempos. Ha asumido roles y luego los ha abandonado. Ha registrado, informado, entretenido, provocado, inspirado e indignado.

S IMON E LIOT Y J ONATHAN R OSE ,
A Companion to the History of the Book

No somos conscientes de cuán profundamente arraigados están los libros en nuestras vidas. El auge de la comunicación electrónica pareciera haber eclipsado esa familiaridad, dándonos lo que yo llamo una falsa conciencia sobre la naturaleza de la información y de la denominada sociedad de la información. Yo sostengo que toda sociedad ha sido una sociedad de la información. Sólo que la información se transmitía en otras formas.

R OBERT D ARNTON ,
El libro: máquina fabulosa

AGRADECIMIENTOS

Como Terenciano, creo que cada libro tiene su destino. Quisiera hacer un reconocimiento especial al personal de los siguientes centros: Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Nacional de Buenos Aires, British Library (Reino Unido), Houghton Library (Harvard, Estados Unidos), Trinity College (Irlanda), Biblioteca Apostólica Vaticana, Biblioteca Nacional de Venezuela, Universidad de América Latina y el Caribe y Biblioteca Nacional de Colombia.

Mención aparte tengo para los doctores Abbass al-Attar, Jadl Mérod, Pedro López, Leigh Christensen, Ellis Mateu, R. J. Glanville, Benito Durán, Javier Alexander Roa, Matilde García, Linda Arias, Penélope Vidal, Carlos Aranguren, Seamus Bailey, Daniel Kleberg, Julián Ojesto, Javier Gimeno Perelló (Universidad Complutense), Kevin MacDonnell, Hal Cain, Eric White, William M. Klimon, Eyal Poleg, Carl McFersson, Jerry Blaz, Reid Byers, Martin J. S. Howley, Henri Calhoun, Hans Blum, Ludwig Morgenthau, Whitney Trettien, Patrick Olson, Laurence Creider, Gabriel Austin, Ramiro Crysset, Susana Vega, Norman Lynn Margulis (Universidad de Massachusetts), Leonor Díaz, Eldrige Massei, Carla Seijas, Jesús Ordóñez, Gregorio Londoño, Michael Turnage (Southeastern Oklahoma State University) y Richard Janko de la Universidad de Londres.

También me hicieron comentarios y me dieron consejos más personas de las que puedo nombrar. Entre ellas están James Allard, David Allison, Kent Bach, Lawrence Becker, Joseph Bien, Daniel Breazeale, Robert Butts, Victor Caston, James Childress, Wayne Davis, John Dillon, John Etchmendy, Bernard Gert, Lenn Goodman, Jorge Gracia, James Gustafson, Gary Gutting, John Heil, Robert Kane, George Kline, Joseph Kockelmans, Manfred Kuehn, Stephen Kuhn, William McBride, Michael Agnes, Alan Gold, Kenneth Greenhall, Cathy Hennessy, Christine Murray, Alexis Ruda y Sophia Prybylski. Debo incluir a Margaret Atherton, Claudio de Almeida, Lynne Rudder Baker, Noël Carroll, Roger Crisp, Philip Gasper, Berys Gaut, Paul Griffiths, Oscar Haac, Mike Harnish, Brad Hooker, Patricia Huntington, Dale Jacquette, Robert Kane, George Kline, Manfred Kuehn, Brian McLaughlin, William Mann, Ausonio Marras, Al Martinich, Eduardo Porcel, Arturo Kher, Juan Schroeder, Alfred Mele, Joseph Mendola, David W. Miller, Paul Moser, James Murphy, Jorge Rabinovich, Louis Pojman, William Prior, Wesley Salmon, Mark Sainsbury, Charles Sayward, Jerome Schneewind, Calvin Schrag, Davis Sedley, Roger Shiner, Marcus Singer, Zunilda Sanchez, Brian Skyrms, M. A. Stewart, William Wainwright, Elizabeth Warren, Beatriz Oscherov, Miryam Damborsky, Paul Weirich, y, especialmente, Hugh McCann, Ernest Sosa y J. D. Trout.

Por supuesto, un comentario especial para Guillermo Schavelzon y para mi familia que siempre me animó a no desfallecer en una época en la que estuve casi a punto de morir.

NOTA DEL AUTOR

Es inexcusable, en estos tiempos toda memoria es una herejía y he querido transmitir esa impresión al mantener algunas de las denominaciones originales de los manuscritos que se describen en cada una de las páginas de este texto. Por lo general, los términos son explicados entre paréntesis o en casos asiáticos, en los que la longitud del título es impronunciable en una lectura sin complicaciones, he perpetuado la tendencia a traducir directamente. En los títulos chinos, se ha procurado respetar el sistema pinyin sin fervor debido a las dificultades que supondría la confusión de una historia que, desde el punto de vista cultural, se extiende por milenios.

En el debatido periodo de la Edad Media, he procurado advertir cuándo me refiero a Occidente y cuándo al Oriente romanizado o islamizado; aunque puede parecer simple establecer márgenes geográficos o dataciones temporales, desde el primer momento acepté ciertas recomendaciones presentadas en sus obras por medievalistas como Jacques Le Goff Asimismo, en el tema de la polémica concepción de la historia del libro, me dediqué a contar una historia que abarca cinco mil años de labor manual en una síntesis que, seguramente, no deja de ser una antología en un asunto tan discutido y con tantos hallazgos arqueológicos y paleográficos recientes.

El propósito desestima una corriente y estimula otra, como era de esperarse. En un tiempo de transición, cuando apareció la imprenta, algunos grandes bibliotecarios y escribas, como Johannes Trithemius, defendieron con argumentos poderosos la actividad del escriba y predijeron la ruina de los libros impresos, lo que nos habla sólo de la melancolía que seguramente sintieron los que vieron cómo el libro pasaba de ser una piedra a un rollo de seda o papiro, para luego convertirse en un códice de pergamino y luego en un libro de papel; y los cientos de cambios que están en marcha, que no pueden entenderse si no se analiza qué elementos son más proclives a la modificación y cuáles suelen perdurar. En otras palabras, el libro como proceso o como agente de permuta social que altera el proceso mismo que le da origen resume perfectamente el arrojo de mis interpretaciones. El libro cambia la historia que lo cambia.

PREFACIO

El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor.

U MBERTO E CO , Nadie acabará con los libros.

I
DE ORIENTE A OCCIDENTE

“N adie ha conseguido entender por completo lo que significa Egipto en la historia del libro”, dijo Ahmed Alí, distinguido por su barba rudimentaria, su colección de arrugas mal llevadas y esa porción insólita de gestos indecisos y precipitados, ese afán por desviar mi mirada hacia su pequeño ejemplar del Corán en un bolsillo con el hilo suelto, mientras se mantenía de pie, erguido como un enigma irremplazable, junto al mostrador suntuoso de la recepción, en el ángulo más neutro, entre dos guardias de seguridad que miraban a todos los visitantes de la Maktabat al-Iskandaríyah o Bibliotheca Alexandrina como si fuera a pasar algo que finalmente ocurría justo en ese momento, en El Cairo, la capital, en la Plaza Tahrir (cuyo nombre, en egipcio, se traduce como Plaza de la Liberación) que se haría célebre por su resistencia política, el 25 de enero de 2011, en una fecha que sería conocida como el “día de la ira”.

Todo eran rumores y gritos acallados, estratagemas para hacer visible la ruptura, la caída de un orden insostenible, pero aquel hombre reconoció la oportunidad de una prueba inminente y habló desde la nostalgia, desde el vértigo y desde un límite donde la desconfianza y la extrañeza se convocaban con sus voraces costumbres del pasado: “De aquí salieron, como Moisés hacia la tierra prometida, los papiros para Atenas y el Asia Menor, luego convertidos en los rollos que permitieron divulgar a Pitágoras, a Platón y Aristóteles; de aquí salieron papiros hacia Roma y así se pudo conocer a Virgilio o a Cicerón; de aquí vino la creación del códice. El secreto del papiro fue tan grande que según una leyenda mataron a todos los que lo conocían cuando los griegos conquistaron Egipto. Aquí se terminó de compilar, en su versión oficial, la Biblia, el texto más importante para Occidente. Aquí se midió el tamaño de la tierra. Aquí Claudio Ptolomeo propuso el modelo del universo que se mantuvo vigente hasta Copérnico. Aquí se formó la biblioteca mejor dotada del mundo clásico. Aquí se supo de la circulación de la sangre antes que en ninguna otra parte. ¿Qué más le puedo decir?”.

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