Antes de empezar,
dejemos las cosas
claras
Mis Pasos de Desconexión no deben tomarse al pie de la letra.
No pretendo que metas a tus hijos en el coche y te los lleves a algún lugar sin cobertura como si se avecinara un apocalipsis zombi. Y, si alguien se lo toma a broma, que conste que más de un padre lo ha sugerido como solución en mi consulta.
Por otro lado, no podemos cruzarnos de brazos sin más, dar rienda suelta a nuestros hijos y confiar en que su cerebro, todavía inmaduro, sea capaz de resistirse a la atracción de las pantallas.
La palabra «equilibrio» sale mucho a relucir al hablar de este tema.
Este libro ofrece soluciones equilibradas prácticas para niños y adolescentes, y estrategias realistas para regular su Dieta Tecnológica.
Terminología A veces empleo los términos «niños», «chavales» y «adolescentes» indistintamente. Las franjas concretas de edad no son muy relevantes. Mi planteamiento sirve para ayudar a chicos de todas las edades —de hecho, a cualquiera que tenga problemas con el uso de la tecnología— y para establecer una base sólida antes de que las cosas se descontrolen en el caso de los más pequeños, que tal vez no hayan llegado aún a una situación problemática. |
Si eres un adulto y estás leyendo este libro para reflexionar sobre tu propia Dieta Tecnológica, sé bienvenido. Si lo lees para tomar nota de todos los puntos con los que no estás de acuerdo, no pierdas el tiempo. Como adulto, eres libre de decidir y de vivir a tu aire. Puedes hacer lo que quieras.
A los psicólogos a veces nos gusta usar palabras rimbombantes para darnos importancia. Lo que propongo en este libro es de sentido común, nada de opiniones chorras sobre cómo organizar y poner en práctica una Dieta Tecnológica para tu hijo.
Si en algún momento tienes que sacar el móvil para buscar una definición en Internet, es que algo he hecho mal.
¿Qué puedo esperar
de este libro?
Aquí no encontrarás un remedio mágico.
Vas a tener que currártelo.
Si solo quieres tantear el terreno, este es un buen punto de partida.
Mi libro plantea un viaje en tres etapas:
Te explico los fundamentos científicos de un modo ameno para que no te duermas.
Sin profundizar demasiado. Me han invitado a dar un sinfín de charlas para padres en las que el público me da su opinión inmediata, así que he perfeccionado mi técnica y creado un plan que incluye la cantidad de información justa que los padres pueden asimilar sobre este tema. Muchas de las charlas que doy en colegios empiezan a las seis o las siete de la tarde: la hora ideal para que la gente, cansada del trabajo, dé una cabezadita mientras hablo. La información científica es un mal necesario. No voy a andarme por las ramas. Si no le das importancia a esta parte, o no la entiendes o te la saltas, es mucho menos probable que consigas llevar a cabo las estrategias prácticas que propongo.
Abordo la cuestión candente: ¿cuándo tienen que asustarse los padres?
Dicho de otra manera, detallo las señales de alarma que advierten de que tu adolescente está desarrollando una adicción a Internet o a las pantallas, y te propongo una forma de valorar hasta qué punto es preocupante la situación. Esto te ayudará a decidir en qué grado quieres aplicar la Dieta Tecnológica.
Hablo sin rodeos.
Si has leído otros libros o entrevistas con expertos, habrás visto que suelen sugerir que «redactes un plan o contrato» con tu hijo para fomentar un equilibrio saludable. Sé por experiencia que esos documentos no aparecen detallados, o que se trata de escritos muy generales y estereotipados. Algunos libros incluyen un par de páginas sobre este asunto y ya está, como si fuera un asunto sin importancia.
Con eso debería bastar, ¿no? Pues no. He negociado tantos planes tecnológicos en mi clínica que he perdido la cuenta.
Hay ciertos elementos centrales que son la base de toda Dieta Tecnológica eficaz. Yo los llamo Pasos de Desconexión. Van acompañados de toda una serie de variables, factores, elementos sorpresa, identificación y resolución de problemas que hay que tener en cuenta.
En este libro encontrarás una guía completa para adoptar una Dieta Tecnológica realista.
Mi historia
No soy escritor profesional. Ni siquiera sacaba buena nota en Lengua y Literatura en el instituto.
Tampoco pertenezco al mundo académico. Aunque procuro mantenerme al día de las novedades de mi campo de estudio, no puedo presumir de ser un experto en los matices de la neuropsicología ni en el análisis estadístico que caracterizan la mayoría de las publicaciones académicas.
Lo mío es la práctica clínica. Soy un psicólogo especializado en ayudar a niños y adolescentes y a sus familias a afrontar los problemas que supone la adicción a los videojuegos.
He escrito este libro porque creo que puedo aportar algo para ayudar a los padres en casa.
Hay otros libros estupendos sobre este tema. Algunos se centran principalmente en los avances de la investigación y en los datos estadísticos y analizan con detalle los estudios aportando datos interesantes, pero farragosos. Otros se centran en los niños pequeños y pasan por alto los difíciles años de la adolescencia. Aunque en general valoro y respeto estos planteamientos, no hay muchos libros que aborden el tema desde una perspectiva clínica: desde el punto de vista de alguien que atiende cotidianamente a niños y adolescentes en consulta.
Pasé mi infancia en la zona de Inner West, en Sídney (Australia), a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. Me inicié en los videojuegos y en el uso de Internet cuando los módems todavía eran de acceso telefónico y el mundo era ilimitado siempre y cuando tu hermano mayor no se pusiera a hablar por el teléfono fijo.
¿Que a qué estaba «viciado»? A ICQ (el primer servicio de mensajería instantánea; lo aclaro por si me lee algún milenial) y al Alex Kidd de Sega Master System. De adolescente, me pasaba horas y horas jugando a Doom en el ordenador que teníamos en casa y a Mario Kart y a GoldenEye 007 en la Nintendo 64 con un grupito de amigos; cuando no estábamos por ahí con las bicis o haciendo el ganso en la piscina, nos reuníamos en torno a la consola y nos poníamos a jugar con la pantalla de la tele dividida en cuatro.
Dos décadas después, la mayoría de los padres te dirán que las cosas han cambiado mucho desde entonces. Y no solo porque ya no se necesite una línea de teléfono fijo, sino porque los videojuegos son ahora mucho más sofisticados y la conexión a Internet permite que niños y adolescentes accedan a todo un mundo de relaciones sociales sin necesidad de salir siquiera de su habitación.
En mi trabajo, por ser hombre, suelo atender a más chicos que chicas, no porque lo prefiera, sino porque supongo que los padres creen que es más fácil que sus hijos conecten con un hombre. No creo que tenga que ser así necesariamente, pero es lo que sucede en mi consulta.
Personalmente, ahora toco muchos palos: soy psicólogo, empresario, amigo, marido, hago alguna que otra chapuza en casa con poca maña y, lo más difícil de todo, soy padre.
Te ha tocado
Hace casi diez años, estaba en una reunión de departamento, en un hospital público de Sídney, y mis compañeros se pusieron a debatir el caso de un chaval obsesionado con los videojuegos. Recuerdo que el chico se conectaba a una especie de simulador virtual del universo de Harry Potter en el que cada jugador tenía un personaje sacado de la famosa saga de libros y películas. El chico me explicó que había asumido un papel muy importante como profesor en Hogwarts y que personas de todo el mundo asistían a sus clases y recreaban la historia de las novelas en aquella escuela virtual de magia y hechicería.