Este libro nace gracias al cariño y generosidad de cada uno de los adolescentes y jóvenes, chicas y chicos, que desde hace más de quince años me han permitido trabajar con ellos, en cualquiera de los ámbitos en los que hemos coincidido. Gracias a sus padres, madres, abuelos y familiares. Este libro nace gracias a vosotras y vosotros.
Introducción
«Los hijos no nacen con un manual debajo del brazo».
ANÓNIMO
La adolescencia es una etapa de la vida de nuestros hijos que realmente es apasionante, las emociones están a flor de piel, hay un gran nivel de creatividad, de espontaneidad y, por supuesto, de problemas a los que hacer frente. Los conflictos, como todos sabemos, proporcionan oportunidades de crecimiento y de mejora, tanto para nuestros hijos como para nosotros mismos. La adolescencia es una fase compleja porque nada tiene que ver nuestro pequeño bebé de cinco meses con nuestro gran hombrecillo de trece años. Sin embargo, y esto es una circunstancia que pocas veces nos paramos a pensar, la adolescencia realmente supone un tiempo muy delimitado y breve en la vida de nuestros hijos.
En apenas seis años, por poner un ejemplo, habrá pasado de los trece a los diecinueve años de edad, y generalmente los padres viven con tanta intensidad esos años que normalmente cuando el hijo o hija se hace adulto, y de alguna manera «se calma», parece que a los padres les ha pasado literalmente un tornado por encima. Por eso, las decisiones que como padres se puedan tomar durante ese periodo son muy importantes y en mayor o menor medida serán decisivas para el desarrollo de los hijos y para que verdaderamente se pueda incluso disfrutar de ese periodo tan bonito y excitante que es la adolescencia de nuestros pequeños. Puede parecer exagerado, pero, en el fondo, cuando un hijo se emancipa, los padres echan de menos a ese adolescente que tenía la casa hecha un desastre. El tiempo pasa asombrosamente rápido.
Sin embargo, cuando en una familia existe un hijo adolescente que está presentando problemas de conducta o de actitud, se tiende a justificar con la propia etapa de la adolescencia, lo cual en la mayoría de las ocasiones es correcto, ya que una de las principales características de este periodo es precisamente la dificultad para comprender comportamientos que no se pueden llegar a entender, pero que normalmente son espontáneos y que precisamente son experimentos que el propio adolescente realiza para llegar a construir su personalidad de adulto. Ahora bien, cuando esas conductas o actitudes conllevan violencia o agresividad no pueden ser justificadas en base al periodo de la adolescencia, sino que están alertando de un problema mucho mayor y que debe ser atendido debidamente. Un adolescente no es violento por ser adolescente.
Si en una casa se están viviendo situaciones de manera continuada en la que se evidencian episodios de tensión, de agresividad o de continuo reto a las normas establecidas, la realidad es que los padres atraviesan un periodo de mucho estrés, ansiedad y angustia. Todo esto construye poco a poco un escenario emocional para los padres que prácticamente anula cualquier posibilidad de tomar decisiones con objetividad, y poco a poco esta dinámica empieza a silenciarse y a vivirse en soledad en la mayoría de ocasiones.
Pocas veces los padres comentan o comparten situaciones de gravedad con sus propias amistades o compañeros de trabajo, llegando incluso a silenciarse ante la familia extensa. Es en esos momentos cuando la situación parece que empieza a no tener solución porque, además, poco a poco el resto de ámbitos que rodean al hijo adolescente empiezan a derrumbarse también: el rendimiento académico empieza a empeorar, el comportamiento en el centro de estudios empieza a presentar episodios alarmantes, las amistades ya no suponen la influencia positiva de antes, parece que el ámbito psicológico pudiera presentar algún problema serio y hasta en ocasiones las adicciones entran en escena.
Es en estos precisos momentos, cuando parece que todo ya está perdido, cuando se empieza a intentar buscar soluciones fuera de casa, sin poder dejar de ser conscientes de que existe una cuenta atrás que avanza cada día más deprisa y que nos muestra como aquel niño de once años de edad con el que compartíamos los fines de semana felizmente ahora parece otra persona totalmente distinta. Es ahí cuando se apoderan de nosotros las culpabilidades, las responsabilidades y los reproches. Es entonces cuando la propia definición de paternidad o maternidad empieza a suponer una contradicción y cuando verdaderamente llegar cada día a casa supone más estrés que permanecer en el trabajo. A lo largo de mi trayectoria he comprobado cómo se puede entrar en una dinámica en espiral que se retroalimenta constantemente y que parece no tener fin.
«Mi hijo no cumple las normas, pero es que tampoco respeta las consecuencias que le ponemos y se salta los castigos. Ya no sabemos qué más podemos hacer».
Justamente en esos momentos es cuando nos acordamos de ese mágico manual debajo del brazo que nos podría guiar por el camino correcto. Sin embargo, sí existen caminos para desbloquear una dinámica así y para reconstruir una relación positiva con un hijo o hija adolescente que está inmerso en estas dinámicas. Para ello, hay unos conceptos básicos de teoría que deben ser entendidos y que nos guiarán por los distintos pasos a recorrer para poder dar luz a una situación de tanta tensión.
A lo largo de mi trayectoria profesional he podido ir conociendo y analizando situaciones de muy diversas tipologías, desde escenarios de máxima gravedad que a veces escapan a la propia imaginación hasta dinámicas familiares aparentemente simples pero que estaban creando una situación de verdadera angustia y tristeza para toda la familia. Al final de todas las intervenciones casi siempre la solución estaba oculta en la propia familia, es decir, en la figura de los padres o del propio hijo o hija adolescente; ellos son los actores principales y quienes realmente tienen la voluntad y necesidad de cambio. Yo, como profesional, he asumido un rol de cierta complejidad que ha estado centrado en poder ir guiando en el camino a recorrer, pero realmente la verdadera respuesta estaba escondida en la propia familia. Desde ahí, desde mi perspectiva de orientar por el camino hasta encontrar la respuesta y el mensaje que el adolescente quiere trasladar, es desde donde he puesto en palabras las distintas vías para resolver conflictos con un hijo adolescente y que acaban conformando este libro.
Esta labor no es una ciencia exacta. Donde una familia necesita transitar un camino, otra familia con una situación similar necesita avanzar por otro itinerario totalmente distinto. Por ello, es imposible diseñar una guía general y única para todas las circunstancias, cada familia necesita un estudio individualizado porque en esta maravillosa tarea no existen recetas generales. Quizás es ahí donde precisamente recae la magia de este ámbito de intervención; creo poder afirmar que todas y cada una de las familias con las que he trabajado en estos últimos quince años me han enseñado algo que antes no sabía.