José Henriquez - Milagro en la mina: Un hombre que sobrevivió por su fortaleza y su fe, en la minas de Chile

UNA HISTORIA DE FORTALEZA,
SUPERVIVENCIA Y VICTORIA
EN LAS MINAS DE CHILE

Dedico este libro para la honra y la gloria de nuestro Señor Jesucristo

Nos encontrábamos en el Desayuno Nacional de Oración (National Prayer Breakfast) junto con el presidente Obama y su esposa, Michelle, cuando José hablaba desde el podio y yo le traducía. Relataba cómo en la mina San José habían desarrollado una comunidad de supervivencia a través de la democracia y la oración. La frágil sociedad de los treinta y tres atrapados a casi setecientos metros bajo tierra en el desierto Atacama en Copiapó, expuesta a mil peligros y carencias de lo básico para sustentar la vida, según contaba él, logró establecer una disciplina que asombró al mundo entero. «Una señal de Dios», argumentaba, «en medio de un mundo peligroso donde miles mueren en minas o accidentes todos los días, la mayoría de las veces por causa del egoísmo y la codicia del hombre. Sin embargo, inexplicablemente, a nosotros se nos llamó por medio de este accidente para dar testimonio de que sí hay un Dios vivo que escucha la oración, aun del más pequeño y en las circunstancias más imposibles. Este es un Dios que hace milagros hoy». Él habló unos escasos seis minutos y toda la concurrencia, incluyendo al presidente del país más poderoso del mundo y la primera dama, aplaudieron estruendosamente de pie durante varios minutos.

Yo me maravillaba de nuevo … ¿Qué tenía esta historia relatada tan sencillamente que había sacudido al mundo? El rescate de estos mineros fue el acontecimiento con mayor cobertura mediática en la historia de la televisión. Más de mil millones de personas vieron la increíble hazaña del sal-vataje de los treinta y tres mineros. Lo había acompañado a él y a su esposa Blanca (mi hija Melanie le sirvió a ella de intérprete) durante dos semanas en una gira por Inglaterra e Irlanda, la cual culminó con esta cita en Washington. Doy fe de que jamás he visto a tanta gente de diversos trasfon-dos tan tocada por el poder del evangelio. En la Catedral de Durham, repleta hasta su máxima capacidad, resonó el emocionante llamado a encontrarse con el Minero 34, a quien ellos habían conocido en el fondo de la mina. Centenares de manos se levantaron mientras las lágrimas caían y las vidas se abrían a la posibilidad de conocer a un Dios que puede rescatarnos. Esta escena se repetía una y otra vez en las iglesias, los centros culturales, los clubes de mineros, los colegios, en cada lugar que visitábamos. Concurrencias no vistas en más de cuarenta años acudieron a escuchar a este rudo minero chileno, que brillaba con su fe íntegra y su fortaleza de carácter, moldeado en las filas evangélicas de Chile. ¡Nos gozamos con José vez tras vez al notar la paradoja de Dios! Observamos cómo el Señor llevaba a los lugares más sofisticados del mundo a este obrero chileno de pocas letras, experto tornero y maquinista, gran folklorista y músico, a fin de dar testimonio a las multitudes de la realidad de Dios. Al meditar en ello, veo tres razones para la increíble atracción que provocó el mensaje de José.

Primero, él habla con plena convicción de la realidad de Dios. Los milagros, las visiones, las respuestas a la oración en medio de un inminente peligro mortal, la desesperación y la fe se unen para dar un testimonio que hace que la gente globalizada suspire con alivio y diga: «¡Entonces hay un Dios!».

Segundo, José ofrece un mensaje de esperanza. ¿De qué pesadilla resulta más imposible escapar que de la de estar atrapado en el fondo de una mina? Su milagro trae esperanza a miles que se encuentran atrapados en sus propios peligros, fracasos, cárceles, accidentes y enfermedades.

José no es un triunfalista. Con una sensible seriedad les habló a los mineros ingleses acerca de los muchos accidentes que también suceden en otras minas, los cuales no encuentran una respuesta aparente a través de la oración. Oró por las víctimas de esas tragedias a las que solo podíamos expresarles nuestra solidaridad humana. Y sin embargo, su mensaje siempre lleva una luz de esperanza a aquellos que sufren por medio de su ejemplo y el testimonio de que los milagros comienzan cuando nos humillamos delante del Dios vivo.

Tercero, se trata de una historia de rescate. Sin duda, la trama producirá una gran película pronto. Este rescate incluyó al presidente de Chile, grandes expertos y científicos traídos del mundo entero, la NASA, valientes mineros y rescatistas que se ofrecieron voluntariamente arriesgando sus vidas, cada uno de los treinta y tres mineros con sus propias historias y, por supuesto, por medio de la oración … a Dios mismo. Un rescate total observado por el mundo entero, un «reality» real. Y la combinación de estos elementos ha producido este fervor que incluso a un año del accidente sigue provocando el interés.

Como él mismo testifica, José fue preparado para su misión. La historia trata sobre los treinta y tres mineros, pero este libro se enfoca en el «Pastor» (como lo llamaban cariñosamente sus compañeros) al que se le dio la tarea de enseñarles a orar y pedir un milagro. Su preparación desde chico, su familia, su desarrollo entre los obreros de las minas chilenas, su apego a la verdad, así como su cuidadosa integridad y testimonio aun en el fondo de la tierra, constituyen el contenido de estas páginas.

Mi esposa Hilary y yo consideramos que el hecho de acompañar a José y Blanca como intérpretes y amigos es uno de los privilegios más grandes de nuestra vida. Las circunstancias nos llevaron a vivir muy cerca de ellos, y mientras más los conocemos, más los admiramos. Yo me he encontrado compartiendo mi corazón con José y pidiéndole consejos. En una oportunidad le dije: «José, si algún día me tocara estar encerrado en el fondo de una mina, no hay nadie en el mundo con quien más me gustaría estar que contigo». Él se rió con su risa socarrona de minero y me respondió: «Usted, pastor, no sobreviviría un día en la mina. ¡Aunque si tiene a Jesús, todo es posible!». En eso radica la esencia del mensaje de José: Jesús hace posible lo imposible.

Pastor Alfred Cooper

N unca antes se había visto algo similar. Se esperaba que la operación sin precedentes para rescatar a los treinta y tres mineros que habían quedado atrapados por casi setenta días demorara alrededor de cuarenta y ocho horas. Más de mil millones de televidentes observaban atentamente cada movimiento que hacía el equipo de rescate. Los que estábamos atrapados en las profundidades de la mina San José también contemplábamos todos los detalles llenos de ansiedad. Nuestras vidas dependían de este rescate, y nada podía darse por seguro.

Nada había sido seguro desde el momento en que la mina se derrumbó el jueves, 5 de agosto del 2010. Sentimos que la tierra tembló cuando aquel terrible suceso nos dejó a treinta y tres de nosotros atrapados a setecientos metros bajo tierra. Los rescatistas empezaron a buscar sobrevivientes al día siguiente, pero el 7 de agosto, apenas día y medio después del primer colapso, hubo un segundo derrumbe mientras los rescatistas trataban de entrar por el pozo de ventilación de la mina.

En la superficie del yacimiento la situación era desesperada. Una muralla de escombros de casi un kilómetro de espesor bloqueaba la entrada. A fin de continuar el esfuerzo de rescate, resultó necesario traer maquinaria pesada a la mina, la cual estaba localizada treinta kilómetros al noroeste de la ciudad de Copiapó, en Chile.