Francisco Leal Díaz.
Ricardo Matte Pérez N° 448, Providencia, Santiago de Chile.
Fonos: 4153230, 4153208.
Primera Edición: julio, 2016.
Fotografías: Gobierno de Chile.
Diseño y diagramación: Nicole González.
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EL TESTIMONIO ESCRITO DE UNA OBRA MAESTRA DE HUMANIDAD
Lo que han vivido los mineros de Atacama tiene mucho de gesta, de hazaña épica, de epopeya que trasciende el tiempo y se fija en la historia, y el rescate que hemos visto en directo por televisión –junto a mil millones de personas a lo largo y ancho del mundo– es una obra maestra de humanidad de la que había que dejar testimonio escrito, y qué mejor forma de hacerlo que a través de un libro. Un libro que en forma amena nos mostrara la capacidad de técnicos, ingenieros y demás profesionales y trabajadores que estuvieron a cargo de esta empresa heroica. Y de la voluntad de vivir de los mineros, de su valentía, de la fe, fuerza, fidelidad y amor de sus seres queridos. No podemos dejar en el olvido lo que fue una obra colectiva mayor; una obra ejemplar, que se inscribe en la historia de Chile y del mundo, que ha contemplado con asombro verdadero y admiración cómo en este pequeño país se realizaba una proeza de tal magnitud, apenas unos meses después de haber sufrido uno de los peores terremotos que se recuerden. ¿Qué país es éste, que olvida prontamente tal desgracia sísmica y un devastador tsunami, se une luego en torno a unos mineros atrapados, los busca, entre la esperanza de unos y la desesperanza de otros, perfora la roca hasta encontrar rastros de ellos, los encuentra vivos, luego no escatima ni en gastos ni en esfuerzos, y emprende la ingente tarea de horadar la montaña, setecientos metros tierra abajo para llevar primero alimentos, medicamentos, aliento, comunicación, elementos tecnológicos que pudieran mantener viva y alta la moral en las profundidades de la tierra?
El orgullo de sentirse parte de esta Nación y de no querer olvidar de lo que somos capaces ha llevado a Francisco Leal Díaz a escribir este libro. En él también nos habla sobre lo que se vivió abajo, en el refugio. Nos hace avizorar a los mineros, unidos, organizados, aún con ánimo para reír y bromear, con la esperanza viva. Claro, sabían, tenían claro, tenían la certeza de que sus familias no los dejarían solos, de que Chile no los abandonaría, pues habría sido, en esos momentos, como abandonar el alma de la patria. Ellos dieron ánimo a los que estábamos arriba, conscientes de que a la luz del sol, o, en la noche, al calor de las fogatas, bajo las estrellas, en la claridad de la luna, estaban quienes los amaban y a quienes ellos amaban. Todo lo encontramos en las páginas de Bajo Tierra - 33 Mineros que Conmovieron al Mundo. Sabemos de los afectos, de los seres que estaban arriba, esperando, rezando; juntando fuerzas que movieran montañas para que ellos pudieran resistir.
No sabemos qué les depara el destino a estos 33 hombres, pero no olvidaremos el vehículo salvador: la Fénix 2, pintada con los colores azul, blanco y rojo, como una bandera más, ni las imágenes de la gran rueda en el soporte exterior poniéndose en movimiento para deslizar la cuerda de acero que sostenía la cápsula; no olvidaremos cuando ésta se introdujo en el tubo que la llevó hacia el fondo de la mina, para que luego, la viéramos aparecer en el refugio donde estaban los mineros con nuestra bandera desplegada, como si no fuese real, como casi si fuera parte de una ficción, de un bello sueño, pero real sin embargo, tan real como el rescatista que abrió la puerta de la cápsula y, aunque todo parezca irreal todavía, nos llegaron los abrazos, los mensajes traídos. Hasta el “izaje” de Florencio Ávalos. Fue el primero en emerger en la superficie del “Campamento Esperanza”, junto a la emoción verdadera de miles, de millones de seres humanos presentes, de esa manera en que se congrega la Humanidad cuando se trata de lo esencial de ella.
Todos renacieron desde el fondo de la tierra, pero aún quedaban los seis valientes rescatistas, quienes como héroes casi anónimos, en el interior de la mina, se abrazaron entre ellos, extendieron un lienzo: “todo está cumplido, objetivo logrado” y comenzaron la salida, hasta que lo hizo el último de ellos, Manuel González, también el primero en bajar. Con el asombro del mundo entero, había concluido exitosamente la “Operación San Lorenzo”.
Francisco Leal, escribiendo los hechos en el momento mismo en que se desarrollaron, nos entrega la historia vivida por estos 33 hombres en este pequeño país, acostumbrado a toda adversidad, levantándose siempre, buscando las sonrisas que vendrán, con la esperanza cierta en el hoy y en el nuevo día.
Editorial Forja.
INTRODUCCIÓN
¡Nunca más!
El drama vivido por los 33 mineros atrapados bajo tierra durante 69 días en la mina San José, en Copiapó, Región de Atacama, no debe repetirse nunca más en Chile.
La industria minera pertenece a un sector prioritario en la economía del país. Y, por lo tanto, el trabajador que cada día arriesga su vida descendiendo a las profundidades de un yacimiento, debe hacerlo bajo rigurosas medidas de seguridad, con la certeza que va a regresar —al concluir su jornada laboral— al seno de su familia.
No es justo que en tanto aumente el precio del cobre se incremente el número de accidentes y, por ende, el de mineros fallecidos. Recientes reportes dan cuenta que durante el 2010, al menos 35 trabajadores han perdido la vida en faenas subterráneas.
El rescate de los 33 mineros atrapados a 700 metros de profundidad ciertamente conmovió al mundo. Y, además, fue visto por mil millones de telespectadores en todo el planeta. El suceso nos situó en la óptica internacional.
La secuela de accidentes registrados en el último tiempo en las minas del país nos permite una reflexión: ¿por qué arriesgar la vida de tantos mineros que buscan en este trabajo el sustento de sus familias?; ¿por qué no adoptan —aquéllas personas a quienes les corresponde hacerlo—, las pertinentes medidas de seguridad?; ¿no se meditan, acaso, los riesgos que esta actividad conlleva?... La industria minera genera suficientes utilidades para invertir en el tema de la seguridad. Y existe plena certeza en la opinión pública que el accidente de la mina San José pudo haberse evitado. “Este fue un accidente que nunca debió ocurrir”, señaló un dirigente de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile (CUT).
Hay cifras abrumadoras: mientras el 2002 la estadística registra 28 mineros fallecidos, el 2007 consigna 40. Y en los últimos 10 años la cifra contabiliza 373 mineros fallecidos, la mayoría en yacimientos que corresponden a la pequeña y mediana minería.