ROMPIENDO las barreras
Título en inglés: Breaking the Barriers
© 2009 por Jason Frenn
Publicado por FaithWords
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ISBN: 978-0-446-56406-9
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Primera eBook edición: Agosto 2009
Dedicado a una gran mujer que sigue rompiendo barreras cada día, a una gran cristiana que continúa creciendo a la imagen de Cristo, a un gran ejemplo que sigue a diario amando y ayudando a otros para que encuentren esperanza en Cristo, a una gran compañera que sigue amándome cada día.
Dedicado a mi esposa Cindee. Con todo mi amor, admiración, respeto y aprecio, todos los días.
G RACIAS, DIOS PADRE, por amarme lo suficiente para enviar a Tu Hijo y por mostrarme Tu corazón para que pueda realmente ver lo que significa ser hecho a imagen de Dios.
Gracias, Jesús, por rescatarme de las cadenas del pecado y mostrarme tu sabiduría y perspectiva de la vida. Cuando medito en todo lo que has hecho por la humanidad enmudezco por Tu ejemplo.
Gracias, Espíritu Santo, por darme el aliento de vida y guiarme por las montañas y valles de la vida. Tú eres un gran Consolador sin el cual no tendríamos esperanza. Gracias por las fuerzas para vivir cada día con sentido y significado.
Gracias por mis cuatro damas: Cindee, Celina, Chanel y Jazmin. ¡Bendito soy entre las mujeres! Cada día agradezco a Dios por darme el privilegio de estar casado con una mujer tan extraordinaria y por tener hijas tan sensacionales.
Gracias, Steve Larson, por ser el primero en ver este libro y por trasnochar para ser la voz de la razón y la claridad. Gracias, Doug Brendel, por observar con acuciosidad este manuscrito. Tienes el don de escribir y aprecio las sugerencias, las correcciones y los aportes que has hecho.
Gracias, Don y Maxine Judkins, por creer en el llamado de Dios sobre nuestras vidas. Se han probado fieles a través de los años y han llegado a ser grandes ejemplos de lo que significa servir al Señor. Gracias, Richard Larson, Channing Parks, Robert Frenn, Roberta Hart, Mike Shields y Paul Finkenbinder, por su extraordinario apoyo. Han compartido generosamente sus experiencias profesionales con el mundo en las páginas de este libro.
Gracias, Anne Horch, por ver potencial en esta obra y en mí. Es una de las más destacadas y más talentosas editoras en el mundo editorial de hoy. Dios le ha dado un don excepcional y lo usa para Su gloria. ¡Ha sido un honor para mí trabajar con usted! Gracias, Rolf Zettersten y todo el equipo de FaithWords, por aportar sus talentos en este libro. Han hecho un trabajo extraordinario al trasformar un documento en mi computador en algo que la gente pueda leer en todo lugar.
Gracias, Steve Harrison, por tu amistad y por ayudarme a comunicar mi mensaje con más claridad. Gracias, Roland Hinz, por caminar la milla extra y ayudarme para acceder a una audiencia mayor. Agradezco al Señor tu dedicación incondicional para alcanzar el mayor número de personas posible.
Gracias, Chuck Colson, por sus palabras alentadoras. Aprecio profundamente su dedicación a la santidad y su entrega a Cristo. Gracias, Robert H. Schuller. Tantas veces mi familia necesitó una palabra de aliento, y usted estuvo allí, personal y ministerialmente. Gracias, Zig Ziglar, por ser una inspiración tan grande para mí desde la época en que vendía formularios de negocios, y a través de mi desarrollo como ministro. Gracias, Chip MacGregor, por alentarme a perseverar. Su talento, humildad y accesibilidad resultan refrescantes en estos días. Un agradecimiento especial a Mari-Lee Ruddy, Melodee Gruetzmacher, Steve y Karen Rutledge, Karine Rosenior, Joe Class, Rick Cortez, Rick Zorehkey, George Wood y todos los demás que dedicaron un tiempo precioso ayudándome a desarrollar el mensaje de este libro.
E RA UN ATARDECER tibio y seco del verano de agosto de 1987. Estaba por comenzar mi último año en Southern California College y me sentía seguro de que mi futuro sería muy próspero. Sentado en mi cuarto sobre un sofá antiguo y desgastado de color café, analizando las posibilidades que tenía por delante, comencé a meditar sobre mis pasos académicos. Recordé el día que caminé por primera vez en el campus, tres años atrás, cuando era un adolescente idealista de diecisiete años enfocado en mi misión en la vida. Comencé especializándome en estudios bíblicos y quería entrar en el ministerio de tiempo completo. No importaba si llegaba a ser pastor, evangelista o misionero, siempre que fuera uno de esos tres. Después de mi primer año, sin embargo, la fantasía de mi vida ministerial en el sur de California comenzó a enfrentarse a una cruda realidad.
Mis sueños de servir en el ministerio del Condado de Orange fueron abruptamente interrumpidos por la realidad del alto costo de la vida. Cada vez que sacaba mi camioneta Chevrolet Luv de color azul del año 1980 por el camino de entrada a la universidad al mundo real, estaba rodeado por BMWs, Mercedes Benz y Porsches. La prosperidad y la riqueza estaban por todos lados y los precios de los bienes raíces subían a ritmos astronómicos. Cuando comencé a preguntar cuál era el salario promedio para ministros en el área, la respuesta fue más que desalentadora.
Durante mi segundo año, cambié mi especialización a historia y ciencias políticas. Sentí que un título así me abriría las puertas para enseñar en una universidad, ejercer como abogado o servir en el gobierno. Después de un año y medio de diligentes estudios, descubrí con tristeza que no se ganaba mucho más dinero enseñando o trabajando para el gobierno. Es más, para ser abogado necesitaba tres años adicionales antes de obtener el título.
Comencé a ampliar el área de mis estudios en la forma más diversificada y comercialmente atractiva que fuera posible. Tomé clases de negocios, ciencias sociales y religión. Estaba camino de obtener un BA en historia y ciencias políticas, con asignaturas secundarias en religión y negocios.
Servir al Señor se convirtió en un sueño distante. Al enfocarme en «el éxito», mi llamado se convirtió en un débil recuerdo. En consecuencia, comencé a tomar decisiones que contradecían mis valores cristianos. Me volví materialista y enfocado casi por completo en obtener estatus. Dí la espalda al llamado que Dios había puesto en mi vida y me alejé de Él. Pero lo más triste de todo fue que me estaba cegando, quizás no físicamente, pero sí en otra forma.