A la memoria de mis padres, Inés y Alberto.
y Salvador, mi niño de las estrellas.
A Santi, mi alma, AMBA, mi maestro del amor incondicional.
Pero aquí no termina esta historia. Guiados por María Paz, y a través de ejercicios y meditaciones, los lectores descubrirán el nivel de consciencia en el que se encuentran: un conocimiento poderoso que los llevará a percibir el mundo de una manera completamente distinta y les permitirá, entre muchas otras cosas, asumir la adversidad y volver a su verdadera esencia.
María Paz Mateus es terapeuta en BiosanaciónEmocional , profesora de yoga, entrenadora en bienestar, emprendedora y madre de cuatro. Un hecho puntual de su vida la llevó a replantearse sus creencias sobre alimentación, salud, relaciones y, especialmente, sobre sí misma. Este hecho fue un gran despertar que vino de la mano de un diagnóstico de autismo en su hijo que después de un año intenso de transformación se reversó completamente y este suceso la cambió para siempre, aunque ese haya sido solo el principio de un intenso tránsito de crecimiento personal. Actualmente dicta cursos en línea, talleres presenciales y virtuales y se ha convertido en la guía de muchas personas que como ella se han unido a un proceso de transformación para expandir sus consciencias. Sigue sus pasos en su cuenta de Instagram: @mariapaz888.
Fotografía de la autora: © Gabo Gómez
Título original: El poder de la adversidad
Primera edición: abril de 2022
© 2022, María Paz Mateus
© 2022, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
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Diseño de cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial / Patricia Martínez Linares
Ilustración de cubierta: © Patricia Martínez Linares
Diseño de las páginas interiores: Lorena Calderón Suárez
Ilustraciones de : © Lorena Calderón Suárez
: Basado en la “Escala de las emociones” de Abraham Hicks
Ilustración : © Diseñado por storyset / Freepik
: © Diseñado por macrovector / Freepik
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ISBN 978-958-5127-59-3
Conversión a formato digital: Libresque
CAPÍTULO UNO
La pared frente a mí
S ubí al carro que estaba parqueado en el sótano del edificio de consultorios y estallé en llanto con el dolor más indescriptible que hubiera sentido hasta entonces. Lloraba con rabia, tristeza, impotencia y terror... quería despertar de la pesadilla, pero era real. Así gritara contenidamente, pegara mi cabeza contra el timón... nada quitaba el vacío que sentía. Se había abierto la tierra a mis pies, pero no me tragaba; seguía viva, pero sin deseo de estarlo. Nada ponía fin a las palabras de la neuropediatra que retumbaban en mi cabeza. “No hay nada que hacer”, “efectivamente, su hijo tiene autismo atípico, como lo confirma la psicóloga pediatra”, “es una condición genética, es para siempre…”. La vida se había partido en dos para mí: una era la vida con ilusiones de múltiples caminos hacia el futuro de mis veintiocho años y otra la que veía al frente, una vía sin salida.
Abrí los ojos tratando de buscar algo para aferrarme, con la visión empañada y borrosa de mis ojos húmedos e hinchados solo vi ladrillos y cemento, la inquebrantable pared frente a mí. Atrapada en medio de dos paredes de un típico parqueadero estrecho de un edificio bogotano que reafirmaba mi situación. “No hay nada que hacer”: atrapada, estrecha, sin salida. Tomando la poca energía que tenía, sequé mis lágrimas y, como una autómata, me dirigí a casa como bajo una anestesia extraña, en modo supervivencia, supongo. Observé a mi alrededor: en la calle vi cómo todo parecía igual. Aparentemente, para nadie más había cambiado nada, pero yo ya no lograba verla igual, me sentía separada de todo, lejana a esa “realidad” de la que me sentía parte hasta antes de entrar a ese consultorio... Solo unos segundos de diferencia y yo ya no era la misma. Había empezado a despertar, pero aún no lo sabía. Yo solo estaba anestesiada para no sentir, negada para no actuar, continuando con “normalidad” para no aceptar que el mundo ya no era igual.
Momento de reflexión:
¿Cuál es la pared que te atrapa?
¿Cuál es tu obstáculo?
¿Qué es lo que crees imposible frente a ti?
¿Ante qué te sientes impotente?
¿Cómo podía estarme pasando esto a mí? Si yo soy una buena persona: siempre trato de hacer lo correcto, he sido buena estudiante, trabajadora, les di pocos disgustos a mis padres, he tratado de hacer todo bien, soy perfeccionista, he ayudado a quien he podido, trato bien a todo el que puedo en medio de mi despiste, pero… ¿por qué a mí? Si conocía a otras mamás complicadas, antipáticas, materialistas, interesadas y a ellas no les pasaba esto. ¿Por qué Dios me castigaba con esto? ¿Qué hice para merecerlo?
Y, a todas estas, ¿espectro autista? ¿Qué era esto? ¿Por qué mi hijo no podía ser como los otros? ¿Y qué van a pensar de mí las personas por tener un niño “especial”? ¿Sería culpa mía o de su papá? ¿Era yo la que no podía dar hijos que estuvieran “bien”?
¿Alguna vez te has cuestionado de esta manera? ¿Te identificas cuando sientes que la vida es injusta contigo?
Los cinco niveles de consciencia
Esta sensación de sentir que la vida nos acontece y vamos a su merced, que nos duele no tener el control, que somos las víctimas del destino, a pesar de hacer nuestro mejor intento por encajar en el mundo, es lo que corresponde a la mentalidad de la víctima y es el nivel de consciencia en el que la gran mayoría de seres humanos iniciamos en la vida.