Héctor Abad Faciolince
Lo que fue presente
Diarios (1985-2006)
Alfaguara
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Para Gabriel Iriarte, resucitado
«Parece que no soy capaz de ser, si es que pretendo ser algo. No soy nada: un escritor que no escribe nada, salvo un diario. Un amante que no es capaz de amar. Un padre que no ejerce. Un marido lejano».
Los diarios íntimos de Héctor Abad Faciolince pueden leerse como una novela de formación. Aquí se incluyen los que van desde finales de 1985 (cuando era un estudiante de 27 años) hasta la publicación de su libro más aclamado, El olvido que seremos, en 2006.
En ellos se relatan las angustias de alguien que, aunque quería ser escritor, escribía muy poca ficción y mucho sobre sus obsesiones, sus amores y sus dificultades en la vida cotidiana. Abad quería dejar escrito, al menos, que era incapaz de escribir.
Un testimonio descarnado sobre cómo nace una vocación y cómo se aprende a enfrentar la dura y emocionante aventura de vivir.
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE
Nació en Medellín (Colombia), en 1958. Estudió Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín (Italia). Además de ensayos, traducciones y críticas literarias, ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Asuntos de un hidalgo disoluto (Alfaguara, 1994), Tratado de culinaria para mujeres tristes (Alfaguara, 1997), Fragmentos de amor furtivo (Alfaguara, 1998), Angosta (2003), El olvido que seremos (2006; Alfaguara, 2017) y La Oculta (Alfaguara, 2015). Con su tercera novela, Basura (2000; Debolsillo, 2017), obtuvo en España el I Premio Casa de América de Narrativa Innovadora. Ha publicado también un libro de poemas, Testamento involuntario (2011); uno de ensayos, Las formas de la pereza (Aguilar, 2007; Debolsillo, 2017), y otro de narrativa, Traiciones de la memoria (Alfaguara, 2009). De sus libros hay traducciones a más de quince idiomas.
Foto: © Lisbeth Salas
Título: Lo que fue presente
Primera edición en Alfaguara: noviembre de 2019
© 2019, Héctor Abad Faciolince
© 2019, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. S.
Cra 5A No 34A – 09, Bogotá – Colombia.
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Diseño de cubierta: © Penguin Random House Grupo Editorial
Imagen de cubierta: © Retrato, de Julián Urrego
Fotografías de los cuadernos: © 2019, Simón Abad Lombana
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ISBN 978-958-5496-83-5
Conversión a formato digital: Libresque
Prólogo
He tenido el extraño vicio de duplicar los sucesos de mi vida escribiendo sobre ellos. Supongo que fue por darle a ese vicio un orden y una forma que a finales de 1985 empecé a llevar un diario. En principio este diario fue el resultado de constatar que, aunque quería ser escritor, escribía muy poca ficción y mucho sobre mis obsesiones. Quería dejar escrito, al menos, que era incapaz de escribir. Había, además, una circunstancia nueva que me producía al mismo tiempo alegría y ansiedad: mi mujer estaba embarazada y esperábamos la que sería nuestra primera hija. La vida y las lecturas, así como la comparación entre mi vida real y la vida que yo quería vivir, fueron el acicate para empezar mi propio diario.
Según García Márquez «todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta». Estos cuadernos míos contienen poco o nada de mi vida pública, porque ni la tenía; se nutren casi siempre de mi vida privada, y no omiten partes de mi vida secreta. Son así porque, al menos al principio, nunca tuve el temor de que alguien los leyera, y porque no fueron escritos para ser publicados. Eran un memorándum para mí mismo. Si mucho, yo pensaba que alguien podría interesarse en ellos después de mi muerte y por lo mismo tampoco pensé nunca en destruirlos. Ahora estos papeles póstumos los publico en vida.
Cuando los releí, pensando ya en una posible edición, me di cuenta de que los había escrito para no enloquecer, para dejar puesta en palabras mi locura e intentar tener, en la vida, un comportamiento más normal, más cuerdo, menos insensato. En ese sentido veo que mis diarios, testimonio de un hombre inmaduro y enamoradizo, se nutren de la parte más oscura de mi mente y de mi existencia. No se exponen aquí las partes luminosas o edificantes de mi vida —si las hubiera— sino las sombrías. Rara vez en ellos relato lo amable, lo alegre, lo feliz: se alimentan, casi siempre, de mi insatisfacción, de mis penas y de mi vergüenza. En este sentido los cuadernos eran una especie de purgatorio de las cosas que me angustiaban. También, como los diarios de Stendhal, un repaso de mis amores furtivos, o, como en las Confesiones de san Agustín, de mis pecados y sentimientos de culpa. Uso estas expresiones conscientemente, pues aunque no tengo religión ni creo en penas o premios después de la muerte, non possiamo non dirci cristiani, no podemos dejar de ser cristianos, como sostuvo Croce, y un católico a pesar suyo no se ufana de sus virtudes, sino que reconoce sus faltas.
¿Por qué publico algo que desnuda tanta intimidad propia y ajena? ¿Por qué expongo partes de mi vida de las que no estoy nada orgulloso y que más bien me parecen feas, tristes e incluso sórdidas? No lo sé bien, pero creo que fue una especie de sustituto que me inventé tras el fracaso de una novela. Una noche conversando ya de sobremesa con Gabriel Iriarte, mi editor en Colombia, después de haberle dicho que había resuelto no publicar el libro que acababa de terminar (Tal vez el centro), con el que no estaba satisfecho, le dije que lo único que me quedaba entre manos eran cuadernos, muchos cuadernos de diarios amontonados en un baúl. A él le cambió la cara; hasta la expresión de las manos se animó. Dijo: «Eso ya es otra cosa», y parecía contento. Se le ocurrió que aquello, si yo era capaz de vencer mis escrúpulos, podría publicarse. Que tenía de bueno y de novedoso, además, el hecho de que en Colombia ningún escritor había publicado, que él recordara, sus diarios. (Más tarde Mario Jursich me recordaría los de Vargas Vila y los de Jorge Gaitán Durán). Hundido como estaba yo en la desesperación del escritor que no escribe, o peor, al que no le gusta lo que escribe, esas palabras de Gabriel fueron como oír una luz que podía salvarme de la mudez y del silencio. Si publicaba lo impublicable, lo que, si mucho, yo pensaba que mis hijos podrían espulgar y expurgar tras mi muerte, iba a tener todavía en vida algo que contar.