Quiero pedirte disculpas.
Por todo lo que haré durante más o menos los próximos dieciocho años. Por todo lo que me voy a perder. Por todo lo que no entenderé. Por todos los avisos de reunión de padres que no querrás mostrarme.
Por todas las veces que te avergonzarás de mí. Por todos los campamentos y excursiones a los que me apuntaré como voluntario. Por todas las novias o novios a quienes no querrás invitar a casa para cenar.
Por hacer ese baile mío de «papá tenía razón, mamá no» en presencia de otras personas.
Por la vez en que tu escuela invite a todos los padres a un torneo de softball y yo me lo tome demasiado en serio. Por llamar a tu profesor de Matemáticas «¡tonto de remate!».
Por intentar chocar las palmas con tus amigos.
Por llevar pantalones cortos. Por comprar una miniván.
Por llegar tarde la primera vez que te inviten a una fiesta de cumpleaños de verdad. Por enfadarme cuando haya filas en el parque de atracciones. Por llamar «compadre» al vendedor de la tienda de patinetas.
Por no entender que prefieras la gimnasia a jugar al fútbol. Por todas las veces que olvide cerrar con llave la puerta del baño: hay imágenes que no se olvidan jamás.
Por las vacaciones. Por el sombrero de vaquero. Por la camiseta de « LOS HOMBRES DE VERDAD PESAN MÁS DE 100 KILOS ». Por mi discurso en tu graduación de la escuela secundaria.
Por todas las veces en que me emborrache un poco y vuelva a contar el chiste de los dos irlandeses en un barco. Quiero pedirte muchas, muchas disculpas por todas esas cosas.
Pero cuando más enfadado estés, quiero que recuerdes que para mí siempre serás ese niñito de un año, de pie y desnudo en el pasillo, con su sonrisa desdentada y un leoncito de peluche abrazado contra el pecho.
Cuando me ponga difícil. Cuando me comporte de forma bochornosa, o arbitraria o injusta contigo, quiero que recuerdes bien aquel día.
Aquel día que te negaste a decirme dónde diablos habías escondido las malditas llaves del coche. Entonces quiero que recuerdes que fuiste tú quien lo empezó todo.
Tu papá
Tu papá soy yo. Sé que empiezas a entenderlo. Hasta ahora sólo te has paseado por la vida dejando que los demás hagamos todo el esfuerzo. Pero ya tienes año y medio y, por lo que me dicen, ésa es la edad en la que ya puedes empezar a aprender cosas. A gatear y ese tipo de cosas. Sé que es así, créeme.
Porque quiero que entiendas que todo este asunto de la paternidad no es tan fácil como parece. Hay que llevar la cuenta de un montón de cosas. Bolsas para pañales. Sillitas de coche. Canciones infantiles. Calcetines de recambio. Caca. Sobre todo, caca. Tienes que llevar la cuenta de una enorme cantidad de caca. No es nada personal, puedes preguntárselo a cualquier padre con hijos pequeños. Durante todo el primer año —¡créeme!— tu vida entera gira entorno a la caca.
La presencia de caca. La ausencia de caca. El descubrimiento de caca. El aroma de la caca. La llegada de la caca. En serio, cuando tengas hijos pasarás una buena parte de tu vida esperando a que llegue la caca.
«¿Qué tal si hacemos? ¡Okey! ¿Sí has hecho? ¿Cómo? ¿Qué dijiste? ¿Todavía no? ¿En serio? Okey-okey-okey. Mantén la calma, que no cunda el pánico. ¿Qué hora es? ¿Esperamos a que hagas, o nos vamos ahora con la esperanza de llegar antes de que te la hagas encima? ¡Arriesguémonos! ¡Okey! ¿No? ¿No nos vamos? ¿Que si la haces mientras vamos de camino? Tienes razón. Okey, calla y déjame pensar. Okey, pero si esperamos aquí y no pasa nada... ¿entonces qué? ¿Nos arriesgamos y vamos igualmente? Y si te la haces a medio camino: “¡Hijo de... fruta! Si hubiéramos salido en vez de discutir, ¡¡¡habríamos llegado a tiempo!!!”».
¿Lo entiendes? Así es la vida una vez que has procreado. Tu vida entera gira en torno a la logística de la caca. Empiezas a conversar seriamente sobre caca con desconocidos. Hablas sobre su consistencia, su color, su horario de salida. Caca en los dedos. Caca en la ropa. Caca que se queda pegada entre los azulejos del baño. Empiezas a hablar de la metafísica de la caca, desglosándola a nivel académico. Cuando esos físicos suizos aparecieron en los medios hace un par de años hablando sobre su investigación revolucionaria y el descubrimiento de una «partícula desconocida» capaz de viajar más rápido que la velocidad de la luz y por un momento el mundo entero se preguntó en qué consistiría, todos los padres de niños pequeños se miraron entre ellos y al unísono dijeron: «Caca. Apuesto lo que sea a que es caca».
Lo peor no es la caca en sí. Lo peor es la incertidumbre. Cuando ves esas contracciones en la carita de tu bebé y te dices: «¿Eso qué fue...? ¿Parece que sí, no? ¿Aunque quizás es sólo una mueca? ¿O fue... sólo un pedo? Ay, no, todavía faltan tres horas más en este avión, por favor, ¡dime que sólo fue un pedo!». Ahí es cuando no te queda más remedio que esperar cinco segundos, los cinco segundos más largos de la historia del universo, créeme. En cada uno de esos segundos caben diez mil eternidades y una película francesa. Finalmente, como si fuera una de esas escenas de Matrix en las que el tiempo se detiene, el olor llega a tu nariz. Y es como si te golpearan en la cara con un saco de cemento. El camino hasta el baño del avión recuerda al de los esclavos que se dirigían a enfrentarse a los leones en el Coliseo. Créeme, al regresar te sientes como los guerreros que volvían a Roma tras vencer a los bárbaros, pero camino al baño se te conoce por un único nombre: Gladiador.
Cuando seas mayor te contaré sobre tu primera caca. La antigua, eterna y primogénita caca. Aquella que todos los bebés expulsan durante las primeras veinticuatro horas después de nacer. Es completamente negra, como si el Mal mismo la hubiera cagado. No es broma.
Cambiar aquel pañal fue mi Guerra de Vietnam.
Y, claro: te preguntarás a qué viene todo esto. Sólo quiero que entiendas que todo está conectado en esta vida. La caca forma parte del mundo, ¿sabes? Y ahora que los temas del medio ambiente y el desarrollo sostenible son tan importantes, necesitas entender el papel que ocupa la caca en el gran esquema de las cosas. Comprender el impacto que la caca ha tenido en el desarrollo de la tecnología moderna.
Porque, sabes, el mundo no siempre ha sido así. Hubo una época en la que no había aparatos electrónicos y computadoras. Imagínate: cuando era joven, si veía una película y no recordaba el nombre de un actor, ¡no había ninguna manera de averiguarlo! Tenía que esperar al día siguiente para ir a la biblioteca a buscarlo. Ya lo sé. Horrible. O tenía que llamar a un amigo y preguntarle, y ahora viene lo peor: si no contestaba la llamada después de diez timbres, tenías que colgar y decir: «Bah, no está en casa». No está en c-a-s-a, ¿puedes creerlo?
Era otra época. Pero entonces llegó toda esta tecnología, el internet, los teléfonos móviles, las pantallas táctiles y todas esas bobadas y nos impuso una enorme presión a los nuevos padres, ¿sabes? Las demás generaciones podían simplemente decir que «no lo sabían». Eso hacen nuestros padres. ¿Bebieron vino durante tu lactancia? «Entonces no lo sabíamos». ¿Nos dejaban desayunar bizcochos de canela? «No sabíamos». ¿Nos ponían en el asiento trasero sin cinturón de seguridad? ¿Tomaron una pizca de LSD mientras estaban embarazadas? «Por favor, no sa-bí-a-mos. Eran los años setenta, sabes: ¡en ese entonces el LSD no era peligroso!».
Pero, mi generación sí lo sabe, ¿OKEY? ¡Lo sabemos TODO! Así que, si tu niñez no va bien, seré yo el responsable. Nunca podré argumentar que actué «de buena fe» porque lo pude haber buscado en Google. Debí haberlo hecho. Ay, ¿por qué no lo googleé?