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Andoni Unzalu - Ideas o creencias

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Andoni Unzalu Ideas o creencias
  • Libro:
    Ideas o creencias
  • Autor:
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    ePubLibre
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    2018
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ANDONI UNZALU Nació en Abadiano Vizcaya en 1956 De origen nacionalista se - photo 1

ANDONI UNZALU. Nació en Abadiano, Vizcaya, en 1956. De origen nacionalista, se distanció del PNV en tiempos de Ibarretxe para vincularse al colectivo Aldaketa («Cambio»), presidido por el antiguo dirigente del PNV y exconsejero de Cultura vasco, Joseba Arregi, que abogaba por una nueva forma de hacer política en Euskadi y por la necesidad de una alternativa al nacionalismo vasco. Más tarde, se acercó al PSE como independiente y fue elegido diputado en la Cámara de Vitoria. Sobre él recayó el peso de la política comunicativa de Patxi López, al frente del Gobierno vasco (2009-2012). También fue secretario general de Le­­hen­­dakaritza durante el Gobierno socialista y, posteriormente, asesor de López en su etapa como presidente del Congreso de los Diputados. En la actualidad es jefe de gabinete del consejero socialista de Turismo, Comercio y Consumo del Gobierno vasco.

Aviso al lector

Llevo discutiendo con nacionalistas cerca de trein­­­­ta años. Muchas veces han sido discusiones privadas, y otras muchas, debates públicos en las radios y televisiones vascas. Especialmente en los debates en euskara, tanto en la radio como en ETB, la mayoría de las veces me he encontrado en minoría absoluta frente a diferentes nacionalistas, que discutían conmigo por turnos. Y, sin embargo, yo le doy un gran valor al debate en la defensa de las propias ideas, aunque sea “la minoría de uno solo” como decía Stuart Mill. Sigo defendien­­do que solo con el debate sin descanso en la opinión pública podemos ir reduciendo los elementos totalistas de la ideología nacionalista que en mi país, Euskadi, lo envuelve absolutamente todo. Lo “políticamente correcto” en Euskadi se lla­­ma nacionalismo.

Durante cerca de treinta años no he dejado de acudir a todos los debates a los que me han invitado, tanto a los de ETB o los de televisiones muy locales, siempre rodeado de nacionalistas. El debate para mí es un ejercicio de libertad. Espero no renunciar nunca a él. En la actualidad, desde hace seis meses, he dejado de acudir a los debates porque la normativa interna del Gobierno vasco, al que pertenezco en representación del Partido Socialista, me lo impide. Es una de las razones por las que he decidido hacer un breve recopilatorio de mis muchos debates.

En este libro he intentado mantener la forma de debate oral, y también he mantenido, a propósito, la vuelta recurrente a los mismos temas. El debate con el nacionalista es como caminar en un laberinto cerrado y sin salida. Es como la pelota que el frontón devuelve una y otra vez, sin inmutarse. Después de dos o tres veces, resulta cansino y aburrido, porque siempre se vuelve a lo mismo. Las líneas que siguen son prácticamente transcripciones literales de los debates, algo más organizados que en la marabunta de los medios.

Pero no ha sido esta la única razón. La actualidad política me impele a recopilar estos debates, especialmente por lo que ha pasado, y está pasando en Cataluña. Nunca habríamos esperado esto de los amables comerciantes nacionalistas, que cuando subían la voz solo querían aumentar el precio de la mercancía. Me sigue sorprendiendo la admiración no disimulada de alguna izquierda hacia los nacionalismos catalán y vasco; la renuncia absoluta a enfrentarse al nacionalismo desde posicionamientos propios de la izquierda, la defensa de la democracia constitucional y de la igualdad ciu­­dadana. La posición habitual ha sido la de la condescendencia y, cuando el nacionalismo ha apretado, la del apaciguamiento con cesiones. Seguramente el Gobierno socialista de Euskadi de Patxi López ha sido la única excepción institucional.

Sin duda la izquierda tiene que asumir la existencia de los nacionalismos y la convivencia con ellos. Pero esto solo es posible en la medida en que ellos asuman la pluralidad identitaria de las sociedades vasca y catalana. No se puede negociar con el nacionalista desde la cesión de los propios principios, es más, la defensa pública de los principios de izquierda es lo que puede abrir una vía de convivencia con el nacionalismo dentro de los estándares democráticos. Me preocupa que, frente a las posiciones desaforadas del nacionalismo catalán, solo encuentren la defensa de otro nacionalismo, el español, y no la defensa del pacto ciudadano de todos los españoles.

Yo he intentado denunciar dos tendencias consustanciales de todo nacionalismo: el desprecio por la democracia constitucional y la división social en dos categorías de ciudadanos, ambos totalmente antidemocráticos. Lo he hecho desde mi experiencia personal con el nacionalismo vasco, pero también desde el convencimiento de que todos los nacionalismos son esencialmente iguales.

Alguno preguntará: ¿entonces, no se pueden asumir los nacionalismos en democracia? Se puede, pero solo en la medida en que la legalidad constitucional y el debate público pongan límites que estas dos tendencias antiliberales no puedan cruzar.

No sé en qué medida he logrado estos objetivos, el lector juzgará si este ejercicio de debate de ideas frente, casi siempre, a creencias nacionalistas tiene algún sentido.

Capítulo 1

UN PAÍS UNIDIMENSIONAL

Antes de ponerse a hablar de política con un nacionalista, conviene conocer el país en el que habita. El nacionalista posee un corpus teórico muy limitado, pero no por eso se siente menos firme en sus convicciones. Lo que le da la fortaleza no son sus ideas, sino vivir en un país, ser miembro de un pueblo. Si no somos capaces de entender esto, es muy difícil, siquiera, intentar un debate con el nacionalista.

Seguramente el lector de buena fe pensará que para conocer el país que habita el nacionalista es necesario conocer la geografía y la historia de ese país. Nada más lejos de la realidad. Para nosotros un país tiene un componente físico, una geografía: los montes, ríos, pueblos, calles, catedrales… Y pensaremos que sus habitantes tienen un pasado y que, además, son producto de ese pasado. Entendemos la historia como una línea temporal continua, en la que lo primero está antes y lo segundo después, donde una cosa sigue a la otra. Los hechos están organizados en esa línea temporal y tienen sentido en la posición que ocupan, porque son el resultado de hechos anteriores y, a su vez, tienden a conformar los siguientes.

Elpresentismo, entendido como el defecto de interpretar los hechos del pasado desde los contextos del presente, parece una aberración y es, por cierto, una corriente en auge en algunos movimientos que se autodenominan progresistas. Hace poco una concejala de Durango afirmaba, como muestra de su feminismo, que las brujas vascas eran «mujeres liberadas que se atrevieron a desafiar las convenciones».

Pero el nacionalista no interpreta desde el contexto actual los hechos del pasado, no; simplemente borra la línea temporal: no hay tiempo, solo queda el «ser». Es interesante que el español, el euskara y el catalán sean de los pocos idiomas que diferencian los verbos «ser» y «estar». «Ser» denota naturaleza o identidad y «estar», contingencia. «Soy un enfermo» o «estoy enfermo» son cosas muy distintas, lo mismo que si digo «es guapa» o «está guapa». En el país que habita el nacionalista, el «estar», la contingencia, desaparece, y todo queda absorbido por el «ser», la naturaleza y la identidad. Esta negación de la contingencia es tan radical que en el país del nacionalista no existe el tiempo, ni el sentido de lo físico.

Curiosamente, la anulación de la línea temporal se hace mediante una hipérbole: «somos desde siempre». Si somos desde siempre, qué más da que lo que cuento sea del siglo II, del siglo XVIII o de ayer. La historia es un todo circular en la que cada hecho o acto refuerza y legitima otro hecho o acto, independientemente de la línea temporal. Lo importante no es cuándo, sino que una narración del siglo II y otra del franquismo cuenten el mismo relato. Y, por supuesto, la cosa narrada no tiene por qué tener nada que ver con la realidad histórica o presente; mejor que no sea real porque, como decía Arendt, la mentira es mucho más verosímil. Como la verdad siempre es compleja y contradictoria, las cosas inventadas resultan más creíbles porque encajan a la perfección en el relato común.

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