AA. VV. - La sociedad de la ignorancia y otros ensayos
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Antoni Brey
(Sabadell, 1967). Es ingeniero de telecomunicación. Ha sido miembro del Grupo de Información Cuántica del Instituto de Física de Altas Energías y autor de los ensayos La Generación Fría y El fenómeno Wi-Fi, miembro fundador del Fiasco Awards Team y director del documental Un Tiempo Singular.
Daniel Innerarity Grau
(Bilbao, 1959). Es profesor titular de filosofía en la Universidad de Zaragoza. Sus últimos libros son Ética de la hospitalidad, La transformación de la política (III Premio de Ensayo Miguel de Unamuno y Premio Nacional de Ensayo 2003), La sociedad invisible (XXI Premio Espasa de Ensayo), El nuevo espacio público y El futuro y sus enemigos. Es colaborador habitual de opinión en los diarios El País y El Correo - Diario Vasco, así como de la revista Claves de razón práctica.
Gonçal Mayos
(Vilanova de la Barca, 1957). Es profesor titular de filosofía en la Universidad de Barcelona, coordinador del programa de doctorado «Historia de la subjetividad» y presidente de la Asociación filosófica Liceu Maragall. Ha publicado sobre pensamiento moderno y contemporáneo, investigando los procesos de larga duración e interdisciplinarios que se originan en la sociedad actual.
Daniel Innerarity Grau
La sociedad del conocimiento ha efectuado una radical transformación de la idea de saber, hasta el punto de que cabría denominarla con propiedad la sociedad del desconocimiento, es decir, una sociedad que es cada vez más consciente de su no-saber y que progresa, más que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, verosimilitud, riesgo e incertidumbre. Hay incertidumbre en cuanto a los riesgos y las consecuencias de nuestras decisiones, pero también una incertidumbre normativa y de legitimidad. Aparecen nuevas y diversas formas de incertidumbre que no tienen que ver con lo todavía no conocido sino también con lo que no puede conocerse. No es verdad que para cada problema que surja estemos en condiciones de generar el saber correspondiente. Muchas veces el saber de que se dispone tiene una mínima parte apoyada en hechos seguros y otra en hipótesis, presentimientos o indicios.
Este retorno de la inseguridad no significa que las sociedades contemporáneas dependan menos de la ciencia, sino todo lo contrario. Esa dependencia es incluso mayor; lo que ha cambiado es la ciencia y el saber en general. Desde hace tiempo dirigimos cada vez más la atención a una serie de aspectos que podrían entenderse como «debilidad de la ciencia»: inseguridad, contextualidad, flexibilidad interpretativa, no-saber. Al mismo tiempo, han cambiado los problemas y, por tanto, el tipo de saber que se requiere. En muchos ámbitos —como, por ejemplo, la regulación de los mercados o los problemas ecológicos— ha de recurrirse a teorías que manejan modelos de verosimilitud pero ninguna previsión exacta en el largo plazo. En las más graves cuestiones que afectan a la naturaleza o al destino de los hombres estamos confrontados a riesgos en relación con los cuales la ciencia no proporciona ninguna fórmula de solución segura. Lo que hace la ciencia es transformar la ignorancia en incertidumbre e inseguridad (Heidenreich 2003, 44). La ciencia no está en condiciones de liberar a la política de la responsabilidad de tener que decidir bajo condiciones de inseguridad.
A pesar de que las ciencias han contribuido a ampliar enormemente la cantidad de saber seguro («reliable knowledge»), cuando se trata de sistemas de elevada complejidad, como el clima, el comportamiento humano, la economía o el medio ambiente, cada vez es más difícil obtener explicaciones causales o previsiones exactas, ya que el saber acumulado hace visible también el universo ilimitado del no-saber. Probablemente lo que está detrás de la erosión de la autoridad de los estados y la crisis de la política sea este proceso de fragilización y pluralización del saber, y no conseguiremos recuperar su capacidad configuradora mientras no acertemos a articular nuevamente el poder con las nuevas formas de saber. Una sociedad del riesgo exige una cultura del riesgo.
Durante mucho tiempo la sociedad moderna ha confiado en poder adoptar las decisiones políticas y económicas sobre la base de un saber (científico), racional y socialmente legitimado. Los persistentes conflictos sobre riesgo, incertidumbre y no-saber, así como el continuo disenso de los expertos han demolido crecientemente y de manera irreversible esa confianza. En lugar de eso, lo que sabemos es que la ciencia con mucha frecuencia no es suficientemente fiable y consistente como para poder tomar decisiones objetivamente indiscutibles y socialmente legitimables. Pensemos en el caso de los riesgos que tienen que ver con la salud o el medio ambiente, que generalmente sólo pueden ser identificados con una certeza escasa. De ahí que las decisiones para este tipo de asuntos deban remitir no tanto al saber cuanto a una gestión de la ignorancia justificada, racional y legítima.
El modelo de saber que hasta ahora hemos manejado era ingenuamente acumulativo; se suponía que el nuevo saber se añade al anterior sin problematizarlo, haciendo así que retroceda progresivamente el espacio de lo desconocido y aumentando la calculabilidad del mundo. Pero esto ya no es así. La sociedad ya no tiene su principio dinámico en un permanente aumento del conocimiento y un correspondiente retroceso de lo que no se sabe. Hay todo un no-saber que es producido por la ciencia misma, una «science-based ignorance» (Ravetz 1990, 26). De manera que este no-saber no es un problema de falta provisional de información, sino que, con el avance del conocimiento y precisamente en virtud de ese crecimiento, aumenta de manera más que proporcional el no-saber (acerca de las consecuencias, alcances, límites y fiabilidad del saber) (Luhmann 1997, 1106). Si en otras épocas los métodos dominantes para combatir la ignorancia consistían en eliminarla, los planteamiento actuales asumen que hay una dimensión irreductible en la ignorancia, por lo que debemos entenderla, tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso (Smithson 1989; Wehling 2006). Un ejemplo de ello es el hecho de que en una sociedad del conocimiento el riesgo que supone «la confianza en el saber de los otros» se haya convertido en una cuestión clave (Krohn 2003, 99). La sociedad del conocimiento se puede caracterizar precisamente como una sociedad que ha de aprender a gestionar ese desconocimiento.
Los límites entre el saber y el no-saber no son ni incuestionables, ni evidentes, ni estables. En muchos casos es una cuestión abierta cuánto se puede todavía saber, qué ya no se puede saber o qué no se sabrá nunca. No se trata del típico discurso de humildad kantiana que confiesa lo poco que sabemos y qué limitado es el conocimiento humano. Es algo incluso más impreciso que esa «ignorancia especificada» de la que hablaba Merton; me refiero a formas débiles de desconocimiento, como el desconocimiento que se supone o se teme, del que no se sabe exactamente lo que no se sabe y hasta qué punto no se sabe. En muchas ocasiones desconocemos lo que puede suceder, pero también incluso «the area of posible outcomes» (Faber /Proops, 1993, 114).
La apelación a los «unknown unknowns» que están más allá de las hipótesis de riesgos científicamente establecidas se han convertido en un argumento poderoso y controvertido en las controversias sociales en torno a las nuevas investigaciones y tecnologías. Por supuesto que sigue siendo importante ampliar los horizontes de expectativa y relevancia de manera que sean divisables los espacios del no-saber que hasta ahora no veíamos, proceder al descubrimiento del «desconocimiento que desconocemos». Pero esta aspiración no debería hacernos caer en la ilusión de creer que el problema del no-saber que se desconoce puede resolverse de un modo tradicional, es decir, disolviéndolo completamente en virtud de más y mejor saber. Incluso allí donde se ha reconocido expresamente la relevancia del no-saber desconocido sigue sin saberse lo que no se sabe y si hay algo decisivo que no se sabe. Las sociedades del conocimiento han de hacerse a la idea de que van a tener que enfrentarse siempre a la cuestión del no-saber desconocido; que nunca estarán en condiciones de saber si y en qué medida son relevantes los «
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