E. M. Cioran - Cuadernos 1957-1972
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- Libro:Cuadernos 1957-1972
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1997
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Cuadernos 1957-1972: resumen, descripción y anotación
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E. M. CIORAN (R ăş inari, Rumanía, 8 de abril de 1911 - París, 20 de junio de 1995). Su nombre auténtico era Emil Cioran, fue un filósofo y escritor de nacionalidad francesa. Nació en un pequeño pueblo rumano llamado R ăş inari, donde permaneció hasta 1921. Desde entonces se dedicó a leer todo lo que llegaba a sus manos, autores como Dostoyevski, Flaubert, Pascal, Schopenhauer y, por supuesto, Nietzsche. Estudió filosofía en la Universidad de Bucarest, donde comenzaron sus terribles episodios de insomnio. A partir de esta experiencia demoledora creó En las cimas de la desesperación, su furioso primer libro, que escribió inicialmente como una especie de testamento ante su plan de suicidarse antes de cumplir 22 años. Sin embargo, escribir fue para Cioran una experiencia revitalizante y liberadora. Transcurridos los años entre los estudios académicos y la creación de diferentes libros, decidió irse definitivamente a Francia.
Cioran era un hombre cuyo editor destruyó la edición completa de Silogismos de la amargura «porque no se vendían»; que vio dormirse ante sus incrédulos ojos al primer hombre al que leyó la primera página de Breviario de podredumbre, libro que reescribió al menos cuatro veces hasta terminarlo a su entera satisfacción; que vivió la mayor parte de su vida en hoteles; que jamás tuvo ordenador; que nunca se casó; que nunca trabajó —con la excepción de aquel incómodo año universitario—; que calificó a Jean Paul Sartre como «un hombrecillo de vida e ideas patéticas»; que jamás profesó religión alguna y que se resistió a recibir premios por su reticencia a «aceptar dinero en público».
En los últimos años algunos de sus libros han vendido más de un millón de ejemplares en el idioma inglés, de lo cual él se habría reído dubitativamente y habría vuelto a decir: «Todo éxito es un malentendido».
E. M. Cioran murió el 20 de junio de 1995, víctima del mal de Alzheimer.
Entre su bibliografía destacan los siguientes títulos: En las cimas de la desesperación (1934), De lágrimas y de santos (1937), Breviario de podredumbre (1949), Silogismos de la amargura (1952), Del inconveniente de haber nacido (1973), Conversaciones (1995).
Mi escepticismo es inseparable del vértigo, nunca he comprendido que se pueda dudar por método.
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Emily Dickinson: «I felt a funeral in my brain». Yo podría añadir como Mademoiselle de Lespinasse: «En todos los instantes de mi vida».
Funeral perpetuo del espíritu.
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¿Se comprenderá alguna vez el drama de un hombre que en ningún momento de su vida ha podido olvidar el Paraíso?
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En mí todo se vuelve oración y blasfemia, todo se convierte en llamada y rechazo.
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Todos los poemas que podría yo haber escrito, que he sofocado en mí por falta de talento o por amor de la prosa, vienen de repente a reclamar su derecho a la existencia, me gritan su indignación y me sumergen.
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Yo tengo una valentía negativa, una valentía dirigida contra mí mismo. He orientado mi vida fuera del sentido que me ha prescrito. He invalidado mi futuro.
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Soy un filósofo aullador. Mis ideas —si ideas son— ladran: no explican nada, estallan.
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2 de agosto de 1957
Suicidio de E.: un abismo inmenso se abre en mi pasado. Mil recuerdos exquisitos y desgarradores salen de él.
¡Le gustaba tanto la decadencia! Y, sin embargo, se ha matado para escapar de ella.
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Si hubiera llevado a cabo una décima parte de mis proyectos, sería con mucho el autor más fecundo que haya existido jamás. Por suerte o por desgracia, siempre me ha atraído más lo posible que la realidad y nada es más extraño a mi carácter que la realización. He profundizado hasta el menor detalle todo lo que nunca habré hecho. He ido hasta el fondo de lo virtual.
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El 18 de este mes, muerte de mi padre. No sé, pero siento que lo lloraré en otra ocasión. Estoy tan ausente de mí mismo, que ni siquiera tengo fuerzas para la pesadumbre, y tan bajo, que no puedo elevarme a la altura de un recuerdo ni de un remordimiento.
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He buscado mi salvación en la utopía y sólo he encontrado un poco de consuelo en el Apocalipsis.
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17 de enero de 1958
Hace unos días… Me disponía a salir cuando, para atusarme el pañuelo, me miré en el espejo. Y de repente un espanto indescriptible: ¿quién es ese hombre? Me resultaba imposible reconocerme. De nada me sirvió identificar mi abrigo, mi pañuelo, mi sombrero, no sabía quién era, pues no era yo. Duró unos treinta segundos. Cuando logré recuperarme, el terror no cesó al instante, sino que se degradó insensiblemente. Conservar la razón es un privilegio del que podemos vernos privados.
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Desde hace tiempo creo que la capacidad de renunciar es el criterio —el único— de nuestros progresos en la vida espiritual.
Y, sin embargo, cuando examino algunos de mis actos de renuncia, comprendo que todos ellos fueron acompañados de una enorme, aunque secreta, satisfacción de orgullo, inclinación absolutamente opuesta a toda profundización interior.
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¡Y pensar que estuve a punto de rozar la santidad! Pero aquellos años quedan lejos y su recuerdo me resulta doloroso.
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De la mañana a la noche, no hago otra cosa que vengarme. ¿Contra quién? ¿Contra qué? Lo ignoro —o lo olvido—, ya que nadie se libra… Nadie mejor que yo sabe lo que es la rabia desesperada. ¡Oh! ¡Las explosiones de mi decadencia!
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¿Cuál será el futuro?
La rebelión de los pueblos sin historia.
En Europa —está claro— sólo triunfarán los pueblos que no han vivido.
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Alcanzar el límite inferior, la humillación extrema, sumirse, dejarse caer, en ellos sistemáticamente, ¡como mediante una obstinación inconsciente y mórbida! Volvernos un guiñapo, una furcia, hundirnos en el barro y después, bajo el peso y el terror de la vergüenza, estallar y rehacernos, recogiendo nuestros restos.
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Escribir una «Apología de Prusia»… o «Para una rehabilitación de Prusia».
Desde que se sofocó, aniquiló, a Prusia, perdí el sueño por ella. Tal vez sea yo el único, fuera de Alemania, que llora por la ruina de Prusia. Era la única realidad sólida en Europa; destruida Prusia, Occidente debe caer en poder de los rusos.
El prusiano es menos cruel que cualquier «civilizado». Prejuicio ridículo contra Prusia (responsabilidad de Francia al respecto); prejuicio favorable a los austriacos, renanos, bávaros, infinitamente más crueles; el nazismo es un producto de la Alemania del Sur. (Es una evidencia, pero nadie la reconoce.)
Por fin ha llegado el momento de decir la verdad.
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Yo podría, si acaso, mantener relaciones verdaderas con el Ser; con los seres, jamás.
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Todas las imposibilidades se resumen en una: la de amar, la de salir de la tristeza propia.
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El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.
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No hay un solo tema que merezca que le dediquemos nuestra atención más de unos instantes. Para reaccionar contra esa certidumbre, intenté transformar todas mis ideas en manías; era la única forma de hacerlas durar… ante mi… espíritu.
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Yo no soy de aquí; condición de exilio en sí; en ninguna parte me encuentro en casa: absoluta falta de pertenencia a nada.
El paraíso perdido: mi obsesión de todo instante.
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24 de febrero de 1958
Desde hace unos días, vuelve a rondarme la idea del suicidio. Cierto es que pienso en él a menudo, pero una cosa es pensarlo y otra sufrir su dominio. Acceso terrible de obsesiones negras. Me va a ser imposible durar mucho tiempo así por mis propios medios. He agotado mi capacidad para consolarme.
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