Paulo Coelho - Manual del guerrero de la luz
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- Libro:Manual del guerrero de la luz
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1997
- Índice:4 / 5
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Manual del guerrero de la luz: resumen, descripción y anotación
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PAULO COELHO DE SOUZA (Río de Janeiro, Brasis, 1947) es un novelista, dramaturgo y letrista brasileño. Es uno de los escritores más leídos del mundo con más de 140 millones de libros vendidos en más de 150 países, traducidos a 73 lenguas. Ha recibido destacados premios y reconocimientos internacionales, como el premio Crystal Award que concede el Foro Económico Mundial, la prestigiosa distinción Chevalier de L'Ordre National de La Legión d'Honneur del gobierno Francés y la Medalla de Oro de Galicia, entre muchos otros premios que lo han consagrado como uno de los grandes escritores de nuestro tiempo. Desde octubre de 2002 es miembro de la Academia Brasileña de las Letras. Además de recibir destacados premios y menciones internacionales, en la actualidad es consejero especial de la Unesco para el programa de convergencia espiritual y diálogos interculturales. Escribe una columna periodística semanal que se publica en medios de todo el mundo. Alcanzó el éxito con su mayor obra El alquimista. Paulo está casado con la pintora brasileña Christina Oiticica.
Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros,
que a Vos recurrimos. Amén
No existe discípulo superior al maestro.
Todo discípulo perfecto deberá ser
como el maestro.
Lucas, 6:40
Para S. I. L.,
Carlos eduardo Rangel
y Anne Carrière,
Maestros en el uso
del rigor y de la compasión
Los textos que se reúnen en este libro nos recuerdan que en cada uno de nosotros vive un guerrero de la luz, alguien capaz de escuchar el silencio de su corazón, de aceptar las derrotas sin dejarse abatir por ellas y de alimentar la esperanza en medio del cansancio y el desaliento.
Con excepción del prólogo y del epílogo, el material que integra el presente volumen ya fue publicado en Maktub, columna aparecida en el diario Folha de Säo Paulo, y otros diarios brasileños y extranjeros, entre los años 1993 y 1996.
Ya era de noche cuando ella acabó de hablar. Los dos se quedaron mirando a la luna que nacía.
—Muchas cosas de las que me has dicho se contradicen entre sí —dijo él.
Ella se levantó y contestó:
—Adiós. Tú sabías que las campanas del fondo del mar no eran una leyenda; pero solo fuiste capaz de escucharlas cuando percibiste que el viento, las gaviotas, el rumor de las hojas de palmera, todo aquello formaba parte del tañido de las campanas.
»De la misma manera, el guerrero de la luz sabe que todo lo que lo rodea —sus victorias, sus derrotas, su entusiasmo y su desánimo— forma parte de su Buen Combate. Y sabrá usar la estrategia adecuada en el momento en que la necesite. Un guerrero no procura ser coherente; él aprende a vivir con sus contradicciones.
—¿Quién eres? —preguntó.
Pero la mujer se alejaba, caminando sobre las olas, en dirección hacia la luna naciente.
Paulo Coelho, 1997
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.0
—En la playa al este de la aldea, existe una isla, con un gigantesco templo lleno de campanas —dijo la mujer.
El niño reparó que ella vestía ropas extrañas y llevaba un velo cubriendo sus cabellos. Nunca la había visto antes.
—¿Tú ya lo conoces? —preguntó ella—. Ve allí y cuéntame qué te parece.
Seducido por la belleza de la mujer, el niño fue hasta el lugar indicado. Se sentó en la arena y contempló el horizonte, pero no vio nada diferente de lo que estaba acostumbrado a ver: el cielo azul y el océano.
Decepcionado, caminó hasta un pueblecito de pescadores vecino y preguntó sobre una isla con un templo.
—Ah, esto fue hace mucho tiempo, en la época en que mis bisabuelos vivían aquí —dijo un viejo pescador—. Hubo un terremoto y la isla se hundió en el mar. Sin embargo, aun cuando no podamos ya ver la isla, aún escuchamos las campanas de su templo, cuando el mar las agita en su fondo.
El niño regresó a la playa e intentó oír las campanas. Pasó la tarde entera allí, pero solo consiguió oír el ruido de las olas y los gritos de las gaviotas.
Cuando la noche llegó, sus padres vinieron a buscarlo. A la mañana siguiente, él volvió a la playa; no podía creer que una bella mujer pudiese contar mentiras. Si algún día ella regresaba, él podría decirle que no había visto la isla, pero que había escuchado las campanas del templo que el movimiento del agua hacía que sonasen.
Así pasaron muchos meses; la mujer no regresó, y el chico la olvidó; ahora estaba convencido de que tenía que descubrir las riquezas y tesoros del templo sumergido. Si escuchase las campanas, sabría su localización y podría rescatar el tesoro allí escondido.
Ya no se interesaba más por la escuela, ni por su grupo de amigos. Se transformó en el objeto de burla preferido de los otros niños, que acostumbraban a decir: «Ya no es como nosotros, prefiere quedarse mirando el mar porque tiene miedo de perder en nuestros juegos».
Y todos se reían, viendo al niño sentado en la orilla de la playa.
Aun cuando no consiguiese escuchar las viejas campanas del templo, el niño iba aprendiendo cosas diferentes. Comenzó a percibir que, de tanto oír el ruido de las olas, ya no se dejaba distraer por ellas. Poco tiempo después, se acostumbró también a los gritos de las gaviotas, al zumbido de las abejas y al del viento golpeando en las hojas de las palmeras.
Seis meses después de su primera conversación con la mujer, el niño ya era capaz de no distraerse por ningún ruido, aunque seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.
Otros pescadores venían a hablar con él y le insistían:
—¡Nosotros las oímos! —decían.
Pero el chico no lo conseguía.
Algún tiempo después, los pescadores cambiaron su actitud.
—Estás demasiado preocupado por el ruido de las campanas sumergidas; olvídate de ellas y vuelve a jugar con tus amigos. Puede ser que solo los pescadores consigamos escucharlas.
Después de casi un año, el niño pensó: «Tal vez estos hombres tengan razón. Es mejor crecer, hacerme pescador y volver todas las mañanas a esta playa, porque he llegado a aficionarme a ella». Y pensó también: «Quizá todo esto sea una leyenda y, con el terremoto, las campanas se hayan roto y jamás vuelvan a tocar».
Aquella tarde, resolvió volver a su casa.
Se aproximó al océano para despedirse. Contempló una vez más la Naturaleza y, como ya no estaba preocupado con las campanas, pudo sonreír con la belleza del canto de las gaviotas, el ruido del mar, el viento golpeando las hojas de las palmeras. Escuchó a lo lejos la voz de sus amigos jugando y se sintió alegre por saber que pronto regresaría a sus juegos infantiles.
El niño estaba contento y —en la forma en que solo un niño sabe hacerlo— agradeció el estar vivo. Estaba seguro de que no había perdido su tiempo, pues había aprendido a contemplar y a reverenciar a la Naturaleza.
Entonces, porque escuchaba el mar, las gaviotas, el viento en las hojas de las palmeras y las voces de sus amigos jugando, oyó también la primera campana.
Y después otra.
Y otra más, hasta que todas las campanas de templo sumergido tocaron, para su alegría.
Años después, siendo ya un hombre, regresó a la aldea y a la playa de su infancia. No pretendía rescatar ningún tesoro del fondo del mar; tal vez todo aquello había sido fruto de su imaginación, y jamás había escuchado las campanas sumergidas en una tarde perdida de su infancia. Aun así, resolvió pasear un poco para oír el ruido del viento y el canto de las gaviotas.
Cual no sería su sorpresa al ver, sentada en la arena, a la mujer que le había hablado de la isla con su templo.
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