Zaida Cantera e Irene Lozano - No, mi general
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- Libro:No, mi general
- Autor:
- Editor:Plaza & Janés
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- Año:2015
- Ciudad:Barcelona
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Irene Lozano (Madrid, 1971) es diputada y escritora. Licenciada en Lingüística por la Universidad Complutense de Madrid y diplomada en Filosofía por el Birkbeck College de la Universidad de Londres.
Como escritora, ha publicado numerosos ensayos y biografías: Lenguaje femenino, lenguaje masculino; Lenguas en guerra (Premio Espasa de Ensayo 2005); Federica Montseny, una anarquista en el poder; El saqueo de la imaginación, y Lecciones para el inconformista aturdido en tres horas y cuarto. Como periodista, ha trabajado en los principales medios del país. En la actualidad escribe una columna semanal en El confidencial y esporádicamente en el diario El País. Participa habitualmente en la mesa política de Hora 25 de la Cadena Ser y en los programas de actualidad política La Sexta noche y Las mañanas de Cuatro.
En las elecciones generales de 2011 fue elegida diputada nacional. Es portavoz de UPyD en las comisiones de Defensa, Asuntos Exteriores, Cooperación, RTVE y UE. Forma parte del Consejo del European Council on Foreign Relations (ECFR) y del Consejo de Dirección de UPyD.
Zaida Cantera de Castro nació en Madrid y desde niña destacó en diversos deportes, llegando a ser campeona absoluta de España en natación. Cursó sus estudios en la Academia General Militar para convertirse en oficial del Ejército de Tierra, especializada en transmisiones.
Ha participado en misiones internacionales en Kósovo y Líbano –con numerosas felicitaciones y medallas militares– y ha alcanzado el empleo de comandante. Después de diecisiete años de servicio, se ve obligada a abandonar las Fuerzas Armadas tras sentirse represaliada por los amigos y compañeros de promoción del coronel al que consiguió condenar a dos años y diez meses de prisión por acoso sexual y laboral, como se cuenta en este libro.
El 0,7% de los beneficios de este libro se destinarán a la Asociación Sonrisas Verdes.
Edición en formato digital: marzo de 2015
© 2015, Irene Lozano Domingo y Zaida Cantera de Castro
© 2015, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Gemma Martínez
Imagen de portada: © Sofía Moro
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ISBN: 978-84-01-01578-6
Composición digital: M.I. maqueta, S.C.P.
www.megustaleer.com
www.megustaleerebooks.com
por Irene Lozano
El día que conocí a la entonces capitán Zaida Cantera de Castro experimenté dos sentimientos: compasión y empatía. Respecto al primero, intuyo que a ella no le gustará saberlo, pues la hoy comandante Cantera de Castro no es el tipo de mujer que quiere dar pena. Es alta, fuerte, corpulenta; físicamente es una mujer poderosa. La primera vez que nos encontramos, no obstante, me llamó la atención hasta qué punto la infinita herida abierta en su alma diluía la fortaleza de su presencia. Su deterioro personal la hacía parecer frágil y vulnerable; apenas hablaba, sólo de tanto en tanto musitaba algo y, cuando lo hacía, ella misma parecía dudar de que le estuviera ocurriendo todo aquello, incluso estar sentada frente a una diputada para contarle su historia: una injusticia clamorosa y brutal, más llamativa por cuanto era absolutamente desconocida para la sociedad.
Enseguida me identifiqué con ella. Antes de entrar en política, nunca habría pensado que llegaría a sentir una afinidad tan inmediata y sincera con un militar. Sé que, al escribir esto, dejo al descubierto mis prejuicios, pero los tenía. Sin embargo, y tras llevar un año y medio como diputada, me había acostumbrado a relacionarme con la gente más dispar, a escucharles y a comprender sus problemas. A esas alturas, me había reunido ya con numerosos militares, representantes de distintas asociaciones o, en algunos casos, individuos que venían a contarnos su situación. Pese a toda esa retórica actualmente tan de moda, la política no lleva a un diputado a vivir en una burbuja sino todo lo contrario: me jacto de conocer mi país mucho mejor ahora que hace tres años. Uno de los ámbitos en los que me he zambullido ha sido el de las Fuerzas Armadas. Por eso, mientras estaba sentada por primera vez frente a una capitán del Ejército de Tierra que me contaba cuánto amaba su profesión, y cómo la había tratado la institución por la que ella estaba dispuesta a dar la vida, no pude por menos de sentir esa identificación. Resultó tan extraordinario que, en realidad, hube de hacer esfuerzos para mantenerme fuera de la historia, pues era lo que Zaida me pedía desesperadamente: no deseaba que me afligiera con ella, sino que desde mi posición de diputada la ayudara a combatir a los malnacidos que la habían hundido en un pozo, así como a lograr el apoyo de quienes podían evitarle peores consecuencias.
Un año y medio en el Congreso había barrido gran parte de mis ideas preconcebidas sobre el mundo castrense. Había logrado desarrollar un radar para percibir en los primeros cinco minutos de cualquier reunión si estaba ante uno de los millones de ciudadanos damnificados por las élites corruptas o ante un representante de intereses particulares, corporativos o de un grupo de presión. Saltaba a la vista que la traumática experiencia vivida por Zaida estaba directamente ligada a los problemas del país.
Debo aclarar que en mi familia hemos sido más de las letras que de las armas. El único militar al que conocí siendo una niña fue un tío abuelo mutilado de la Guerra Civil, que leía El Alcázar y que siempre estaba de mal humor, sin que pueda asegurar cuál de esos dos actos era la causa y cuál la consecuencia. Tanto la historia de España como la mía propia me habían llevado a asociar de forma indisoluble la idea de Ejército con la de dictadura franquista. Obviamente, cuando lo racionalizaba, era capaz de darme cuenta de que un ejército profesional y moderno —del que se decía había purgado en los años ochenta a los nostálgicos ruidosos y marrulleros— no tenía ya nada que ver con la dictadura. El resto del tiempo, cuando no lo racionalizaba, me fabricaba representaciones, mitos y relatos muy anticuados.
Cuento todo esto para que se juzgue con indulgencia mi expectativa la primera vez que me reuní con un militar. Él era un representante de una asociación de militares y yo —con todo «lo que los siglos nos fueron echando encima desde antes de nacer», que diría Pedro Salinas— esperaba encontrar una mezcla de Sylvester Stallone en Rambo y Richard Gere en Oficial y caballero. Naturalmente, las referencias culturales son estadounidenses, porque el Ejército español ha despertado escaso interés en los cineastas de nuestro país, a los que no tengo nada que reprocharles excepto el camino de prejuicios que hemos compartido.
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